Amarrada al Árabe

18

Como Dafne lo había predicho, la puerta después de minutos fue abierta y por ella ingreso Keren.

—Te vi desde abajo. —susurró, dejando una pequeña bolsa sobre la cama.

—No te veía a ti —informo, Dafne, sentándose en el pequeño sofá cerca de la ventana—. Quería tomar un poco de aire, al menos eso tengo permitido aquí.

—No es así, Dafne. Pero es mejor que estés aquí hasta que te acostumbres… ¿Quieres salir al pueblo? —después que esa pregunta saliera de los labios de Keren, rápidamente Dafne levanto la mirada y se fijo en ese par de orbes azules. No iba a mentir que era lo que más quería, pero también lo vio como la mejor oportunidad de escapar, podía salir y correr en el momento que Keren se descuidara, se encondería en algún lugar hasta caer la noche y luego poder llegar hasta un lugar que la ayudara a volver al Reino Unido. La embajada; pensó, allí debía llegar.

Sonaba tan fácil el plan trasado que hasta le daba ganar de reír, no podía pensar otra vez con la cabeza caliente, eso solo complicaría su única oportunidad.

—¿De verdad? ¿O de nuevo me estas engañando?

 

Keren hizo una mueca.

—No lo hago, usa el Hiyab, el sol esta muy fuerte y aun no estas acostumbrada a este tipo de clima. Te espero afuera, —Informo, tendiéndole la bolsa y saliendo de la habitación.

 

Dafne camino hasta la cama y tomo el largo pedazo de tela fina, ¿Cómo pararía eso el sol? Pensó, tomándolo y caminando hasta el espejo para colocárselo. Por última vez se miró y camino hacia la puerta. Como Keren le había dicho; el la estaba esperando allí, de brazos cruzados.

 

(…)

 

Ambos caminaron por las calles asfaltadas del pequeño pueblo, todo le parecía irreal a la rubia, siempre había creído que en Arabia la mujer debía estar cubierta todo el tiempo, que la mujer debía salir con el hombre y nadie más. Pero la respuesta a todo estaba frente a sus ojos, nada era como lo describían.

—¿Te gusta? Te sorprendería saber que, en navidad, aquí cada casa es decorada al punto de competir entre ellas para saber quien tiene mas decoración. —relato, Keren.

—Creí que eso solo lo hacen en Estados Unidos o otros lugares del mundo, nunca esperé que aquí lo hicieran. —argumento, mirando a los niños correr por el parque en el que habían llegado.

—Todas están familia trabajan en la petrolera, es una población de nueve mil habitantes traídos de Estados Unidos, o llegados pro ellos mismos, son los que hacen que nuestros bolsillos estén llenos, nos pareció injusto seguir una ley donde ellos se debían adaptar a seguirla a régimen, después de venir a trabajar aquí. No cualquiera viene a vivir aquí, las mujeres pueden trabajar y es algo que en otros lugares esta prohibido.

—¿Y como ingresan todas estas personas, entonces? ¿Y el gobierno que opina? No creo que puedan hacer lo que les cante la gana. —espeto, viendo a los guardias de Keren seguirlos a una distancia prudente.

—No en todos lados de Arabia la mujer tiene que estar con velo, Dafne. Aquí no es estricto, este pueblo lo fundo mi abuelo para los trabajadores de la planta, solo ellos y su familia pueden vivir aquí. Cuando llegan a la edad de jubilarse, pueden decidir volver a Estados Unidos o quedarse.

 

Dafne contemplo todo a su alrededor, un parque lleno de niños era un impedimento para que los guardias de Keren sacaran sus armas, ¿No? Entonces era la oportunidad perfecta para trazar su plan. Por el rabillo del ojo miró a Keren observar a los niños jugar, entonces lo hizo. Comenzó a correr lejos de el y sus guardias, pese a escuchar el grito de Keren hacia sus guardias.

 

El aire había comenzado a fallarle mientras seguía corriendo, no dejaría que su falta de ejercitación le jugara en contra para su escapada, giró hacia la derecha y comenzó a entrar por callejuelas de las casas. Aun podía sentir los llamados de Keren.

—¿Dónde esta la salida de este maldito pueblo? —murmuró, escondiese detrás de un contenedor de basura, los pasos cada vez se hacían mas cerca, una terrible idea cruzo por su mente, alzo una de sus piernas y luego la otra, hasta adentrarse al contenedor, con un gesto de desagrado, tomo diferentes bolsas y las puso encima de ella. De esa forma, nadie la encontraría ni se fijarían allí.

—¿Dónde está? —pregunto enfadado, Keren, llegando hasta sus dos guardias.

—Entro a esta calle, señor. Ve hacia el otro lado de la salida. —le ordeno el guardia a su compañero.

—¡Es solo una mujer! No puede irse tan lejos, ¿Acaso son inútiles para no poder alcanzarla? ¡Búsquenla, ahora! —bramo, enfadado. Dafne sabia que, si Keren la encontraba, no solo la encerraría y no le dejaría ver la luz del día, sino que algo mucho peor le sucedería, ya era tarde para arrepentirse. Tapo su boca con ambas manos, para tragar sus sollozos, no quería volver allí, quería estar lejos de Keren y todo lo que lo relacionara.

Solo fueron unos largos minutos que pudo contarlo como una hora, en la que decidió arriesgarse y salir al no sentir mas las voces masculinas, Dafne tomo una larga bocada de aire y retiro las bolsas de encima de ella, desde dentro del contendedor trato de parrarse sin hundirse y miró hacia ambas direcciones, asegurándose que nadie estuviera cerca, al no sentir nada; con rapidez salió del contendedor y limpio su ropa.

 

Solo era cuestión de encontrar un lugar seguro para esconderse y al bajar el sol salir del pueblo. Solo era algo simple, se repitió.

 

Lanzo un chillido de susto al sentir una mano sobre su boca y otra agarrando con fuerza su cintura, como si aquellos dedos quisieran penetrarla, marcarle la piel. Una voz tan desgarradora, enfadada penetro sus oídos, con pánico.

—No te escaparas de mí, Dafne. ¿Me ves cara de estúpido? Supe desde un principio que estabas allí. —Susurro, detrás de su oreja, rosando sus labios con el lóbulo de ella.




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