Amarrada al Árabe

31

Dafne salió de la habitación, dejándolo solo. Al cabo de unos minutos, pudo oír el motor de un vehículo, supuso que su esposa había sido llevada a la pista trasera de la mansión para tomar el vuelo.

 

Lo comprobó a una hora de su partida, al oír de igual manera, el avión despegar de la pista Azzar.

Dafne se había ido, ella no volvería y él se había encargado de eso. Tal vez luego se arrepentiría, pero era lo mejor. Al cabo de unos minutos, camino hasta la habitación de su hermana, Jara. Sin dignarse a golpear la puerta, entro a la habitación, asustándola.

—Pensé que te habías ido, por el sonido del avión. —Dijo, Jara.

—¿Estas feliz, Jara?

—¿Por qué lo preguntas?

—Responde, ¿Estas feliz? —repitió, observando como la poblada ceja de su hermana se arrugaba.

—Creo que sí, ¿Por qué?

—Crees que si —repitió, afirmando, pasando su mano por su barba. —No deberías dudar. Por tu maldita lengua larga mi esposa tuvo que salir de Arabia, tuve que abandonarla, dejarla ir embarazada de mi hijo.

—¿Y porque es mi culpa? —pregunto con burla, levantándose y caminando hasta Keren.

—Le dijiste a papá lo que sucedió en el evento, ¡Él podía llamarla adultera! Y sabias que no puedo hacer nada ya que todo fue verdad, ¿Estas feliz? Deberías estarlo.

—Si ella no hizo nada para que sea juzgada como adultera, entonces no debía huir, ¿No crees? Solo cumplo con las normas de nuestro padre. —Respondió, volviéndose a sentar y observarlo tranquila.

—A veces eres tan parecida a tu madre, Jara —de pronto, la sonrisa de Jara disminuyo al sentirse comparada con su madre—. Sabias que, si paso, y aunque lo negara, nuestro padre podía hacerla dar a luz y luego juzgarla con tal de no manchar su apellido. Me pregunto algo, Jara —en ese momento fue turno de sonreír el—. ¿Juzgaron a tu madre por meterse con un hombre casado? Creo que ya sabes la respuesta, ya que estas aquí, sola. No supiste lo que es tener una madre, ¿De verdad estas feliz, Jara?

—No sigas, no tengo la culpa de lo que sucedió.

—Entonces entenderás de mi hijo no tendrá la culpa de lo que has hecho. —Dijo, en tono duro, saliendo de la habitación, dando un portazo.

(…)

 

Un mes había pasado desde la ultima vez que Dafne y Keren se habían despedido, un mes donde la agonía de Keren aumentaba y con ello, la ansiedad de aparecer frente a ella. Un mes donde Dafne volvió a su pequeña casa e intentaba enfrentar sus sentimientos, tratando de darse a la idea que se había convertido en una mujer a punto de divorciarse y madre soltera.

 

Después de pasar días en calma, pudo entender algo, ¿Qué le hacia creer que Keren no sufría? Que solo estaba viendo su dolor y no tomaba el de él. Los truenos hicieron que respingara del susto, al momento que la luz se había cortado, era normal en esa época del año que lloviera, desde pequeña odiaba los truenos, presentía que en cualquier momento uno caería sobre el techo de su casa y eso la asustaba a un más. Froto su pequeño vientre de cuatro meses, tratando de sentirse tranquila.

—Solo es lluvia. —Susurró, encaminándose hasta la cocina y encendiendo la luz de emergencia de la casa, agradecía que la casa contara con ellas, de lo contrario, estaría aun mas asustada y seria capaz de llamar a Will.

 

Su puerta fue tocada con insistencia, supuso que Will había ido, ya que todo el pueblo se mantenía a oscuras, sin poder observar quien era la persona que tocaba y podía jurar que estaba empapada hasta la medula.

—¿Quién es? —pregunto, sin abrir la puerta —. ¿Eres tú, Will? No tengo luz.

—No soy Will —respondió una voz ronca y fuerte, del otro lado. Causando que su corazón se acelerara y sus manos sudaran a causa del nerviosismo. Un mes habían pasado desde que ambos se vieron, semanas creyendo que su corazón se había reparado y no sufriría tanto al llegar el momento del divorcio, opero ¿Por qué su voz la mantenía nerviosa? La respuesta era clara, aun sentía algo por él, y eso no cambiaria tal vez en meses.

 

—¿Qué haces aquí? Vete

—¿No abrirás? Esta muy frio, habibi —dijo, Keren, apoyándose sobre el muro de la entrada, dejando que su cuerpo se mojara, no había peor dolor que tenerla lejos.

—Vete. No quiero verte. No debes estar aquí.

—No me iré hasta que hablemos, habibi. —pronuncio, observando el reloj dorado de su muñeca—. Tengo mucho tiempo.

—Esta bien, te quedaras allí hasta que decidas irte. —Alego, separándose de la puerta, aun con su corazón adolorido.

—Bien. No te volveré a dejar, habibi. —Prometió, dejándose caer.

Los minutos pasaban, Keren se regañaba por haber decidido ir aquel día, al mismo momento que observaba la casa vecina, con envidia, aquella contaba con galería. Pensó que su esposa era un poco tonta al decidir por algo, aun así, la quería y ese era motivo suficiente para estar allí bajo la lluvia, en su espera y rogándole a Allah que pronto abriera.

(…)

 

Una hora y media había transcurrido desde su llegada, donde la lluvia aún seguía con mayor intensidad que antes, mientras que Dafne, acostada en su cama no dejaba de pensar en Keren, no quería que se enfermara, eso seria tener que atormentarse con las consecuencias, pero sabía que no podía dar a torcer su brazo, solo porque fuera después de un mes, después que había enviado los papeles de divorcio.

A regañadientes, se levanto descansa y camino hasta la puerta de la entrada, abriéndola. Keren de inmediato se levanto y la observo, su negro traje se encontraba mojado, al igual que su rojo turbante. 

—¿Qué quieres? Creí que todo quedo mas que claro la última vez —exclamó, dejando que la mirada de Keren se posara en su hinchado vientre de cuatro meses. El árabe no espero una invitación e ingreso a la casa, Dafne frunció el ceño—, no te invite a entrar.

—Tampoco lo pregunte, habibi. ¿Tu castigo era dejarme afuera y enfermarme? —interrogo, observando todo a su paso, parando la mirada en un pequeño canasto con ruedas, su nariz se arrugo al verlo, sabia lo que era, pero ¿Acaso allí iba a dormir su hijo? Eso no lo permitiría, camino hasta el y tomo la pequeña tarjeta que tenia colgada.




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