Mis padres estaban sentados en el borde de la cama, abrazados. Respire profundo y entre. Me senté en el sillón frente a ellos y entrelacé las manos sobre mi regazo. Ambos me miraban en silencio, esperando que hablara.
En la mirada de mi padre percibí tranquilidad, quizás incluso cierta paz. Mi madre, en cambio, parecía desorientada, pero eso, de cierto modo, me tranquilizó. Había esperado lágrimas, reproches… gritos.
—Yo… yo… supongo que les debo algunas explicaciones, ¿cierto?
Mi madre asintió, sin decir una palabra.
—Bueno… yo… no sé cómo decirlo, pero… me gustan las chicas.
— ¿Estás seguro de eso? —preguntó mi madre, con cautela—. ¿Y… Derrick?
—Sí, Derrick… ¡Él no significa nada! Terminamos hace mucho. Y esta es la razón.
Se hizo un silencio tenso. Mis padres se miraron entre sí, como si hablaran sin necesidad de palabras.
Esperé, pero no dijeron nada. Me puse de pie, sintiendo que el aire en la habitación se volvía más pesado con cada segundo que pasaba.
Después de un rato en el que mis padres solo se miraron en silencio, me puse de pie.
—¿Puedo irme? —pregunté, sintiendo mi voz más frágil de lo que me hubiera gustado.
Ambos asintieron.
Salí de la habitación lo más rápido que pude. Corrí por el pasillo, sintiendo un nudo en la garganta, y al llegar a mi cuarto cerré la puerta con seguro. Me dejé caer sobre la cama, entrando el rostro en la almohada. Mi mente divagó durante un largo rato, hasta que el sonido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos.
Lo saqué del bolsillo. Vanesa.
Respire pesadamente antes de contestar.
—¡Nena! ¿Cómo estás? —preguntó ella al instante.
—Bien.
—Segura? ¿Quieres que vaya a verte?
—No. Nos vemos mañana en la escuela.
—Está bien. Descansa.
—Tú también.
Colgué. No quería hablar con nadie. No quería ver a nadie. Solo necesitaba un momento para estar conmigo misma, para preguntarme si estaba lista para todo esto. Aunque, en el fondo, sabía que la respuesta ya no importaba. Lista o no, tenía que enfrentar lo que viniera a partir de ahora.
Por la mañana desperté con un ligero dolor de cabeza. Me revolví entre las cobijas y alcancé a ver el despertador. 6:30 am ¡Justo un tiempo!
Me levanté y fui directo al baño. Abrí el grifo mientras me desvestía y, en cuanto el agua caliente tocó mi piel, todo lo demás pareció desvanecerse. Por unos minutos, mi mente se quedó en blanco, libre de preocupaciones.
Después de un rato, salí de la ducha y me vestí: una falda corta, una blusa ajustada y tacones. Tomé mi cartera e intenté salir de casa sin que mis padres lo notaran.
—¡Tara!
Me detuve justo antes de abrir la puerta que daba a la calle.
—¿Te vas sin desayunar? —preguntó mi madre.
—Eh… sí. Comeré algo en la escuela.
—Está bien. Que te vaya bien.
Salí sin decir más, sintiendo su mirada sobre mí hasta que cruzó la puerta.
Me sorprendió el comportamiento de mi madre. Parecía como si nada hubiera ocurrido. ¿Acaso su mente se había bloqueado? ¿O todo había sido un sueño? Sacudí la cabeza, dejando de lado esas preguntas sin respuesta, y salí de la casa.
Llegué rápidamente a la parada del autobús. Aquella mañana no me sentí con ánimos de conducir hasta la escuela. Algunos compañeros pasaban junto a mí y me saludaban, pero yo apenas los notaba. Para mí, era como si estuviera sola en aquel lugar. Mi cuerpo sabía que no lo estaba, pero mi mente solo tenía ojos para la carretera.
—¡Oye, niña! ¿Vas a subir o no?
¿El conductor me estaba hablando? ¿Qué había dicho? Parpadeé un par de veces antes de reaccionar y subí al autobús, dirigiéndome directamente a mi asiento. Seguía atrapada en mis pensamientos, sin ser realmente consciente del trayecto hasta la escuela.
El chofer volvió a decir algo, pero no entendió sus palabras. Aun así, mi cuerpo reaccionó por inercia. Cuando me di cuenta, ya todos habían bajado del autobús. Tomé un nuevo bocado de aire y caminé hacia el aula.
Biología.
Odiaba esa materia. Pero más odiaba a mi estúpido compañero, que pasaba toda la clase mirándome los pechos. Y yo… yo pasaba la hora entera observando el rostro enfadado de Vanessa a unos cuantos mesones de distancia.