Amarte, Dalia

Capítulo 17

SEAN

Sosteniendo una taza de café recién hecho, veo por la venta, aguanieve cae, al dudar por la poca acumulación de esta fría combinación dudo que su comienzo haya sido en la noche, el ambiente debe estar frío y húmedo. A decir verdad, cuando el agua nieve se acumule haría más frío que si fuera nieve, siempre pasa lo mismo. Debíamos de comprarle ropa a Dalia para este clima, Ian no muchas cosas para el invierno, temporada que cada vez estaba más cerca. Tomando un trago amargo del líquido de mi taza niego mientras termino de tragar, no le coloque edulcorante.

Rompiendo el sobre dejo que el ligero polvo caiga en la taza, así estará mucho mejor. Un déjà vu se apodera de mí al escuchar a Ian gritar que Dalia no se encuentra en su habitación.

¿Se había vuelto a esconder?

“Amor” Ian llega llamándome. “No la encuentro” menciona con estrías de preocupación en su voz.

“¿Bajo la cama… en el closet?” Pregunto esta vez, disfrutando de mi café.

“Sii” indica un poco más estresado que antes “Diablos hasta la busqué en los cajones” dice riéndose sí mismo. Dalia era pequeña, pero definitivamente no tan pequeña.

“Bien” habló, riéndome levemente. “Debe de estar en algún lado” indico dejando la taza en la mesa. “Búscala por todas las habitaciones de arriba, yo haré lo mismo acá abajo” Antes de que Ian vuelva a subir lo intercepto en el camino “Si se encuentra en la casa estará bien”susurro tratando de tranquilizar su instinto descontrolado. Ian me deja un beso fugaz antes de subir las escaleras.

Caminando por la planta baja llamo el nombre de Dalia mientras abro y cierro puertas al azar, en mi oficina no se encuentra ni ella ni mi celular del trabajo, distrayéndome de mi búsqueda inicial, empiezo a buscar mi celular. Hoy no trabajo, pero eso no quiere decir que tenga el día lo suficientemente libre para no revisar el celular.

Ian aún se encuentra arriba buscando a la escurridiza Dalia, yo, en cambio, modifico mi búsqueda, tal vez dejé el celular en el auto.

Con ese pensamiento me acerco a la cocina a tomar las llaves del vehículo, mi frente se arruga al notar que el perchero donde colocamos los abrigos está caído en el suelo, levantándolo y volviendo a poner los abrigos, abro la puerta.

El aire gélido me golpeaba la cara mientras corría a ciegas, las gotas de agua nieve me mojan al instante y el viento, aunque controlado, silbaba en mis oídos. Mi corazón palpitaba como un tambor de guerra, anticipando lo peor. La imagen de Dalia, pequeña y frágil, se me clavaba en la mente.

Al fin, la divisé. Allí estaba, en medio del césped casi blanco, una mancha oscura que se confundía con su entorno. Mi cuerpo se tensó y mis piernas se volvieron pesadas, como si el miedo quisiera paralizarme. Al acercarme, la vi. Dalia, acurrucada en sí misma, su pequeña figura temblorosa bajo la capa de nieve.

Me arrodillé a su lado, mis manos temblando incontrolablemente. La tomé en mis brazos, su cuerpo estaba helado y rígido. Por un instante, el miedo me paralizó. ¿Estaría viva? ¿Cuánto tiempo llevaba acá afuera con este clima?

No puedo evitar aguantar la respiración para asegurarme que aún permanecía con vida, mis dedos se escurren por su cuello al percibir los latidos de su corazón. Con la palma de mis manos tomo su cara, sus pestañas están comenzando el proceso de congelación con los remanentes del agua nieve, su rostro pálido y congelado, sus labios se encuentran de un tono azulado enfermo, ocasionando un tormentoso escalofrío en mi cuerpo que no tenía absolutamente nada que ver con el frío del ambiente. Mi pecho se invadió por un huracán de emociones, emociones que no me había permitido sentir desde el incendio de nuestra casa. Irá, desconsuelo, preocupación pura y miedo. Terror de haber llegado tarde.

Un sabor metálico pasa por mis papilas gustativas al mi mente, trasladarme a aquella noche, los restos de Tobías incinerados, un escenario tan diferente pero tan similar a este instante. Desaparezco todos los recuerdos dolorosos de mi mente al percibir como sube y baja con dificultad el pecho de la jovencita, en el menor de los escenarios se habría ganado Dalia una pulmonía, en el peor… descansar junto a Tobías.

La acerqué a mi pecho, tratando de transmitirle todo mi calor. Su respiración era débil. No podía creer lo que estaba pasando. ¿Cómo había podido pasar esto? Mil preguntas inundaban mi mente, pero ninguna tenía respuesta. Solo quería que Dalia estuviera bien.

Flácida en mis brazos, la levanto, no requiero la mayor de mis fuerzas para salir corriendo al interior de la casa, grito llamando a Ian.

“¿Pero qué mierda?” Su tono me indica lo impactado que está, igual que yo hace segundos. Definitivamente, ambos habíamos pensado de forma errónea que se encontraba escondida dentro de casa, en algún lugar y no afuera, congelada.

“La encontré afuera” Explico rápidamente. “Necesitamos calentarla” Suelto en medio de mi fuerte respiración.

“¡Al baño!” Indica subiendo de dos en dos las escaleras, con un pequeño espacio entre nosotros subo detrás de él.

“¡Llena la bañera con la regadera!” Exclamó, al percibir sus planes de utilizar el grifo de la bañera.

“¡Métela!” Su voz desesperada resuena en el echo del baño. “No” respondo sentándome en el suelo, con el cuerpo flácido de Dalia sobre mí. “Tengo que asegurarme de que no tenga ningún signo de congelación” explicó quitando rápidamente la camisa manga larga, parte de su pijama. Ian ahoga un suspiro al ver los surcos que se apoderan de su piel. “Revisa el color de sus pies” exclamó sacándolo del trance.




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