Amarte en pedazos.

☀13. Los últimos 3 años.

Alisson.

Después de la pérdida de mi madre y Gonzalo mi padre y yo nos mudamos. Mantenerme entre las paredes donde viví tantos recuerdos hermosos con personas que murieron me ahogaba. Cuando desperté en el hospital Alonso estaba sosteniendo mi mano. De inmediato la solté. Me acuerdo que pensé: "Tú no eres la persona que quiero aquí" pero no tuve suficiente fuerza para soltar siquiera un suspiro. Preocupado se acercó a mí, me dio un beso en la frente y salió de la habitación, supuse que a buscar a mi familia.

Miré a mi alrededor. Un televisor enfrente de mí, algunas flores, una ventana con grandes ventanas. Me costó reconocer que me encontraba en un hospital pero lo supe cuando mi padre llegó, se acercó a mí con una enorme sonrisa y me abrazó tan fuerte que pude sentir como las piezas de mi corazón roto se unieron, luego me soltó y lo entendí todo: ni Gonzalo ni mi madre sobrevivieron.

"Ellos está ahí en la ventana"-Como pude logré que estas palabras salieran mi boca. Mi padre me lanzó una expresión de dolor y yo miré a la ventana otra vez. ¿Cómo me sucedió esto? ¿Por qué a mí? Alonso permaneció callado y también lloró.

Yo no lo hice. No lloré, no solté ni una lágrima. Si mi familia estaba muerta por qué veía el rostro de mi madre por la ventana. ¡Estaba ahí! Intenté convencer a mi padre pero las cosas se empezaron a salir de centro. Me dolía todo el cuerpo y cuando intenté levantarme me fui hacia mi costado derecho. No pude enderezarme porque perdía el equilibrio, miré mi costado y solo podía ver vendaje. Levanté mi brazo izquierdo y me paralicé cuando no pude sentir el derecho. Una sensación de desesperación inundó mi mente y mi cuerpo. Grité, grité y grité. No entendí por qué no lo veía si aún sentía que tenía conmigo mi brazo. Los doctores no lograron calmarme así que me sedaron, cosa que no quería. Intenté con todas mis fuerzas no dormirme, me pellizqué, abrí fuertemente mis ojos pero todos mis esfuerzos fueron en vano.

Mi primera noche en el hospital soñé con mi madre. Desde entonces más nunca sucedió. En el sueño ella se despedía de mí, me daba un beso en la mejilla y me juraba que tenía muchas razones por las cuales vivir. Me advirtió que no intentara hacer lo que pensé: quitarme la vida. Con Gonzalo soñé meses después pero con recuerdos del pasado. Riendo, haciendo travesuras, él formando parte del ejército, él regresando a casa, él, él y él. Me costó dormir por muchos meses porque me daba miedo no despertar. Los recuerdos del accidente, darme cuenta de que perdí una parte de mí, sentir que todos me apoyaban pero que nadie podía entender realmente mi dolor. Todos estos pensamientos me llevaron a una desesperada decisión. Cuando cumplí una semana y media en el hospital, mientras mi padre compraba su desayuno y Alonso continuaba en su casa, me desconecté de los cables. No supe hasta después de verme en el espejo, sin mi brazo, marcada y casi huérfana que iba a hacer una de las peores cosas en mi vida. Abrí la ventana de mi habitación, el rostro de mi madre ya no estaba ahí, miré hacia abajo, muchos metros de vacío, pero no sentí miedo. Quería estar con mi madre, en ese momento solo la necesitaba a ella para estar bien. No a Alonso, no a mi padre, a nadie más que ella. Me lancé, me atreví y sino hubiera estado Alonso ahí para agarrarme y volverme a meter en la ventana estaría arrepentida. Caí de golpe contra el piso, enfermeras llegaron, mi padre también. Alonso me gritaba asustado que por qué había hecho eso. Me solté de su agarré y fue tanta la tensión en mi cuerpo que mi hombro comenzó a sangrar, unos puntos se me salieron.

En total permanecí 25 días en el hospital para mi total recuperación. La cicatriz de mi hombro no sanaba correctamente, todavía tenía algunas costillas en estado delicado pero los médicos no me dejaron partir antes por una preocupación mucho mayor: mi estado mental. Tuve otro intento de suicidio un día después por lo que tuvieron que asegurarse de que no pudiera moverme para atentar contra mi propia vida. Me sentí humillada, más incomprendida que nunca, no hablé con nadie, especialistas hablaron conmigo sobre mi perdida, sobre como sería mi recuperación después de la amputación pero yo no presté en lo absoluto atención. Lidiaba mi propia batalla interna y mi cabeza iba ganando.

Los primeros meses después del accidente fueron los peores de mi vida. No solo tenía que adaptarme a mi nueva casa, al vacío que dejaron mi hermano y mi madre, sino también acostumbrarme a ponerme la ropa interior con una mano, bañarme con una mano, vestirme pero lo peor sin duda es intentar peinarte. Alonso tomó un curso y aprendió a hacerme las coletas como tanto me gustaban, también me hacía trenzas constantemente y me ayudó en todo lo que yo le permití. Nuestra relación no volvió a ser la misma, no tuve ganas de salir de mi cuarto hasta dos meses después del accidente. Las cenizas de mi madre y Gonzalo las guardamos en el cementerio hasta que yo decidiera dónde quería esparcirlas, dejé la universidad y a mis amistades. El accidente salió en las noticias así que era reconocida como "la chica del accidente que perdió su familia y un brazo", para mi buena suerte nunca nadie descubrió lo de los intentos de suicidio en el hospital. Esas ideas salieron de mi cabeza y acepté ir a terapia, sin embargo no hablé mucho. Se me hizo tan difícil volver a ver la vida igual que me gustaba pensar que el mundo era mi habitación y mi soledad. Alonso y mi padre fueron muy comprensivos, jamás me presionaron pero estaban muy pendiente de mí, no los culpo, ambos tenían miedo de que cometiera otra locura.

Alonso nunca perdió la fe en nuestra relación. Creí que me vería con el mismo rostro de lástima como la mayoría a mi alrededor. Se empeñó tanto, pero tanto en que me recuperara que fue lo menos que hice. Esos 5 meses me visitó todos los días juro que no faltó a ninguno. Me costaba verlo tan o incluso más enamorado de mí que antes. ¿Le gustaba más así? ¿Rota? ¿Deforme? No pude volver a besarlo de la manera en que lo hacíamos. Dejamos de hacer muchas cosas. Para el cuarto mes empezamos a pelear, demasiado. La mayoría de las veces fue mi culpa pero nadie quiso entender que necesitaba mi espacio. Se enfocaron tanto en recordarme el accidente, sin que se dieran cuenta, que no pude sanar.




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