No dormí mucho esa noche, en parte porque el lugar seguro que Ian encontró era un árbol que hace mucho tiempo había caído. Se había formado un gran hoyo a su alrededor, brindándonos un espacio para recostarnos y que de esta manera no se viera un bulto irregular sobresaliente en medio del bosque. Nuestra situación no hubiera estado tan mal, pero de un lugar cercano se desprendía un olor como a animal muerto y eso lo hizo peor. Cabeceé la mayor parte del tiempo, ya que aparte de la incomodidad, tenía miedo de que alguien apareciera y me clavara un cuchillo en el pecho. Mi amigo no dejaría que pasara, pero de todos modos mi paranoia no disminuía. Nos pusimos en marcha apenas el cielo dio señales de luz y antes de dar el primer paso, el miembro de La Fuerza me devolvió mi arma. La tomé, a pesar de que todo mi cuerpo se erizó cuando mi piel hizo contacto con el metal. El peso de la pistola no era relativo al peso de la culpa que algún día sentiría cuando mate a alguien.
En mi mente se reproducían varios escenarios en los que podría ocurrir lo inevitable, cada uno más probable que el otro. En el último de ellos, yo le disparaba a un tipo sin rostro para salvar a Ian de una muerte segura. Aunque intenté en muchas ocasiones direccionar mis pensamientos hacia lugares más agradables, estaba empeñada en martirizarme a mí misma.
—Deja de darle vueltas -murmuró Ian después de darle un sorbo a la botella con agua que traía en las manos—. Solo conseguirás que cuando realmente pase, te paralices. Ya lo he visto.
Esa era la preocupación que le seguía a la de matar a alguien. Si me paralizaba, lo peor que me podía pasar era que me maten, al menos, eso quería pensar. Era obvio que no quería morir, todavía no llegaba a tal nivel de dolor ni desesperación.
—A la mayoría le debe pasar en su primera vez —comenté después de un momento. Noté que estábamos dirigiéndonos al mismo lugar del que había huido ayer. No lo mencioné, las cosas se tornaría más incómodas—. ¿Te pasó a ti?
Se relamió los labios antes de responder.
—No —contestó firme. Era posible que me vaya a arrepentir de lo que le iba a preguntar, pero de todos modos lo hice.
—¿Recuerdas tu primera vez?
—Debo pedir más detalles, he tenido muchas primeras veces —agregó con una sonrisa. Era lo más cercano al antiguo Ian que había visto desde que estábamos aquí afuera.
—La primera vez que disparaste —aclaré.
—Fue a pocas semanas de cumplir dieciocho, durante los meses de mi entrenamiento. A diferencia de ti, tuve más tiempo de práctica —contó. Por supuesto que tuvo más tiempo que yo, el suficiente como para que mis habilidades sean muy inferiores a las suyas. Aunque no lo había visto en acción, estaba segura de que tenía una buena puntería—. Cuando tengamos más tiempo, te enseñaré todo lo necesario para sobrevivir aquí afuera. Es una promesa.
Sonreí ante aquello.
—Dijiste que habías visto cuando alguien se paraliza, ¿a qué te referías?
Antes de responder, me dio la botella con agua para que beba.
—Anthony Calle, el verano que se unió a La Fuerza unos meses después que yo. Era muy bueno en el combate cuerpo a cuerpo, con facilidad me patearía el trasero si lo quisiera. Con todo lo bueno que era, los nervios le jugaron una mala pasada cuando se supone que debía disparar —Antes de continuar, se detuvo unos segundos para ver sobre su hombro—. Fuimos a nuestra primera misión. Teníamos que comprobar qué pasaba con el río que suministraba de agua a Invierno. La tarea era simple, íbamos, lo arreglábamos y volvíamos. Nos habían preparado meses para eso, pero nos encontramos con los placebos.
—¿Placebos? —pregunté en seguida.
—Es como llamamos al tipo de personas que no tienen el control sobre sus impulsos. Como los que encontramos ayer —explicó.
—¿Y por qué ese nombre?
—La verdad no estoy seguro. Nos cuentan una historia acerca de eso, pero creo que es más ficción que realidad.
—¿Y qué dice esa historia?
Sonrió de medio lado.
—Sí que eres curiosa —comentó.
—Lo he escuchado un par de veces —respondí. Sonrió de nuevo.
—Cuando todo comenzó, no había muchas personas dentro de los muros de cada estación. La brevedad de las cosas no permitió que las puertas estuvieran abiertas durante mucho tiempo. No tengo muy claro cómo, pero después de un tiempo, dejaron entrar a más sobrevivientes. Según nuestra fundadora, así nacen los intemperie.
—Creí que los fundadores eran hombres —agregué frunciendo el entrecejo. Lo que nos enseñaban de pequeños, era que los Clayton junto a los Myers salvaron a la raza humana. Crearon el sistema e hicieron que todo funcionara para el bien de todos. De todos los de nivel, claro estaba.
—No del Voluntarismo, sino de La Fuerza. Nosotros nacimos de algo diferente, por lo que nuestras reglas y las tuyas no sean las mismas.
Editado: 10.01.2024