Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Cuatro

 

Alguien me estaba despertando del mejor sueño que he tenido desde hace mucho tiempo

Alguien me estaba despertando del mejor sueño que he tenido desde hace mucho tiempo. Intentaba resistirme, porque no quería abrir mis ojos todavía, pero la voz que susurraba era insistente. Poco a poco fui recuperando la conciencia y no me gustó lo que vi. Lo primero que noté fue a un grupo de personas a una buena distancia frente a mí, era una mujer y dos hombres. No reconocí a ninguno y eso no me dio buena espina, nada de estar aquí afuera me daba buena espina. Cuando traté de moverme, no pude hacerlo y fue entonces que me di cuenta de que estaba atada a un árbol y que mi suéter había desaparecido. Ahora entendía por qué me sentía más expuesta.

—Oye —susurró alguien a mi derecha. Esperé encontrarme con Ian, pero no era él, era una mujer que parecía unos cuatro años mayor a mí. Su piel era color canela y sus rasgos eran fuertes y definidos. A más de eso y su cabello enmarañado, no podía distinguir mucho más. No la había visto en mi vida.

—¿Quién eres tú? —pregunté.

—Soy Emily, una exiliada como tú —explicó—. No dejes que noten que despertaste. Tú amigo se despertó y se lo llevaron.

—¿Qué? —comencé a moverme para intentar aflojar el amarre—. ¿A dónde se lo llevaron?

—No lo sé y no quiero averiguarlo —respondió en un susurro—. Ahora baja esa maldita cabeza que harás que te descubran.

Tragándome todo el miedo que sentía, lo hice, fingí seguir inconsciente. Intenté pensar en qué había pasado, pero no recordaba nada más allá del dardo que me habían lanzado, que nos lanzaron. Ninguno lo vio venir, ni siquiera Ian, el experto en sobrevivencia en el exterior. No sabía qué hacer, suponía que ya no traía ninguna arma porque mi cartera de cadera ya no estaba a la vista, tampoco sentía a la pistola clavarse en la carne de mi espalda. Solté un suspiro. Las armas eran mi única esperanza y ahora no las tenía. Solo me quedaba una cosa, pensar como Ian Lenha. ¿Qué haría Ian en este caso? Dios, tal vez analizaría todo alrededor para identificar puntos de escape, pero no sabía cómo hacerlo sin que los de en frente lo noten. Ian lo había hecho y había logrado que se lo llevaran.

Entonces lo vi, fue como si un rayo de luz iluminara mi cerebro. Era probable que Ian haya hecho que lo notaran despierto para que lo desataran y así poder planear algo para después. ¿Pero cómo sabía que se lo llevarían? Tal vez Emily también le había advertido y usó esa información para elaborar un plan. Eso debía ser. Abrí mis ojos y levanté mi cabeza. Comencé a sacudirme con fuerza y a lanzar pequeños quejidos. Los de al frente me notaron enseguida.

—¿Qué estás haciendo? —gruñó Emily exaltada, sin dejar su papel de desmayada.

—Quiero también me lleven —expliqué, aunque no debí hacerlo.

—No, no lo entiendes... —fue lo último que dijo antes de volver a caer en fingida inconciencia.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó la mujer que se acercaba a la edad de mamá. La seguían dos hombres. Se puso en cuclillas frente a mí y sonrió. Parecía cuerda, pero Ian me había dicho que un placebo podía parecerlo—. La chica dos despertó. —Mi corazón dio un vuelco cuando la mujer me identificó—. ¡Ah! —exclamó y luego se dio un suave golpe en la cabeza—. Ya no eres una dos. Eres un exiliado más. Eres como yo.

—Yo no soy quien...

—¿Que no eres Laia Myers, única hija de Iker Myers y futura administradora del nivel dos de Primavera? —me interrumpió. Hizo un sonido chocando su lengua con su paladar—. Reconocería esta carita donde sea. Has crecido, pero sé quién eres. Esos ojitos no se ven todos los días por estos lados. Supongo que tu papito no logró evitar que te exilien —susurró tomando mi cabello entre sus dedos. Aparté mi cabeza de ella como pude. No funcionó mucho.

—El viejo Myers murió hace tiempo —dijo uno de los hombres. A nadie pareció importarle esa información.

—¿Qué hiciste para que te echaran? —preguntó el otro.

—¿Cómo sabe quién soy? —pregunté en su lugar a la mujer.

—No solo yo, Carlos y Edison también saben quién eres. Todos aquí saben quién eres, menos los taparrabos, por supuesto. ¿Verdad, chicos? —preguntó. Nadie respondió y ella pareció estar bien con eso—. ¿Por qué te echaron?

—¿Quiénes son ustedes? —El golpe que me dio me tomó por sorpresa. Vi estrellas por unos segundos, pero estuve bien después, adolorida, pero bien.

—Me gusta que me respondan —dijo en tono calmado, como si no me hubiese zampado el puñetazo de mi vida. Sentí la sangre correr de mi nariz y a las lágrimas acumularse en mis ojos—. ¿Por qué te echaron?

—¿Por qué te importa? —regresé con una pregunta más. Esta vez el golpe no fue en la cara, sino en mi estómago, dejándome sin respiración. El dolor fue más agudo que el anterior—. Me entregué para que no exilien a alguien más —dije una vez recuperé el aliento, no quería otro golpe.

—¿Eso es todo? —preguntó y asentí—. Qué aburrido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.