Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Cinco

Dormí plácidamente la mayor parte de la noche, pero cuando el cielo comenzó a tornarse en purpura y luego en naranja, el dolor en la zona donde me habían abierto apareció

Dormí plácidamente la mayor parte de la noche, pero cuando el cielo comenzó a tornarse en purpura y luego en naranja, el dolor en la zona donde me habían abierto apareció. Aunque no lo pedí, Andrea se disculpó por no poder darme medicina, ya que todo se había perdido cuando su grupo fue envestido por los placebos. Dejaron atrás todas sus pertenencias, al igual que yo. No parecía mortificada por ello, a diferencia de mí. El collar y la carta de mi padre estaban entre mis pertenencias y ahora yacían en algún lugar de esta inmensa y húmeda selva. No tenía esperanza de recuperar nada.

Ponerle cara a la aguda voz que escuché por la noche fue agradable. Andrea era pequeña, calculaba que llegaba como mucho al metro sesenta, su rostro en forma de corazón le daban una apariencia inocente, y sus ojos grandes y cafés acentuaban más esa impresión. Llevaba puesta una camisa y un pantalón color caqui demasiados grandes para ella. Su cabello oscuro y corto estaba atado en una trenza bien hecha, idéntica a la que llevaba Emily, tomándome por sorpresa, porque en este lugar yo no había logrado peinarme ni con los dedos. Noté, ahora que podía ver a Andrea, que su rostro parecía alegre todo el tiempo, nada lograba que sea de otra manera, incluso los comentarios mordaces de Emily, quien estaba de mal humor porque su rodilla la hacía perder el tiempo. Sin mencionar que dijo que no quería que nadie la ayude a caminar, a pesar de necesitarlo. La chica era agresiva, necia y demasiado directa, y eso me agradaba.

Salimos de la tienda de campaña improvisada, que no era más que una tela demasiado grande atada en ramas de árboles. A penas salí, me encontré con un montoncito de retazos de telas ensangrentadas, incluida la camiseta que había llevado por días, asumí que fue con lo que me limpiaron. Ahora traía puesta una camisa de manga larga, que no me quedaba ni muy grande, ni muy pequeña, solo algo suelta. ¿Cómo llego ahí? No tenía idea.

La herida latía con un dolor tenue, no mayor al que estaba acostumbrada. Era algo que me recordaba que todavía estaba viva. Por ahora.

—Kala debe llega en cualquier momento, ayer dijo que estaría aquí cuando el sol subiera —dijo Emily, mientras caminaba por su cuenta. Su rostro se desfiguraba cada vez que apoyaba la pierna que recibió la herida.

—Oye —la llamé. Alzó su mirada hacia mí y subió sus cejas—. Quería decir gracias por lo de ayer. Me ayudaste y quería decir gracias —tartamudeé.

—Casi morimos en el intento —dijo en lugar de aceptar mi agradecimiento.

—Pero seguimos vivas, así que gracias.

—No esperes que lo haga de nuevo —agregó antes de caminar lejos de mí. Se demoró un buen tiempo antes de desaparecer entre los árboles.

—¿No deberíamos seguirla? —pregunté preocupada.

—Estará bien. Ella sola podría matar a cinco. Bueno, tal vez solo a tres en su estado. Es buena en ello. Además, temo que si la seguimos, nos herirá de alguna forma. Tiene mal temperamento —me previno, aunque ya lo había notado.

—Sin ánimo de ofender, pero, si ella es tan buena, entonces ¿por qué la tenían los placebos?

—Larga historia, pero en resumen, ella pudo haberlo evitado de haberlo querido, o podido. Ha sido capturada por placebos más veces que el total de los dedos de mis manos y todas ellas ha escapado con éxito. Por ella conocemos dónde está su campamento y hemos logrado ocultarnos tanto tiempo —explicó mientras cavaba un hueco en la tierra con sus manos. Tomó las telas ensangrentadas, las metió en el agujero que había hecho y volvió a llenar el hueco con la tierra. Por último dio algunos saltos para comprimir todo—. Emily es una chica que puede cuidarse sola.

Por lo que me contaba, eso parecía.

—¿Dónde está Ian? ¿No debería estar aquí? —pregunté después de que Andrea haya acabado de desatar la tela de los árboles.

—Apuesto tu comida de esta mañana de que él y mi hermano deben estar viéndonos ahora mismo —propuso.

Repasé nuestro alrededor y no encontré nada, pero eso no significaba que no estaban por ahí.

—Tengo hambre y no conozco a tu hermano, pero creo conocer a Ian y es más seguro que no ha quitado sus ojos de mí en toda la noche. Así que rechazo la apuesta —dije. Andrea alzó su hombros y sonrió. Alguien se aproximaba, podía oírlo, así que se lo hice saber a la chica a mi lado. No se preocupó ni por un segundo y después de medio minuto supe por qué. Un grupo de mujeres, se aproximaba a paso lento pero firme. Como me lo advirtió Ian, aparté la mirada de inmediato. La mayoría de ellas estaban como sus madres las trajeron al mundo, otras llevaban un taparrabos y solo una estaba protegida por un turbante de un material dudoso. Eran nueve en total.

Una de ellas comenzó a hablar, pero lo hizo en el extraño idioma que había escuchado ayer, cuando estaba lidiando con la asfixia. Andrea respondió en el mismo idioma. Las palabras salían con fluidez de su boca. Estuvieron intercambiando ideas por un minuto hasta que alguien con botas estilo militar se paró frente a mí. Solo vi los pies, puesto que no quería ver los cuerpos desnudos de las mujeres, pero cuando me animé a elevar la mirada, me encontré con el rostro de Ian. Una esquina de su boca estaba cubierta por una hemorragia que parecía dolorosa. Tragué fuerte.




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