Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Siete

 

Di un paso en falso y resbalé con algo que no pude ver, no por la oscuridad, sino por el cansancio

Di un paso en falso y resbalé con algo que no pude ver, no por la oscuridad, sino por el cansancio. No habíamos parado de caminar y la velocidad en que lo hacíamos me quitaba más energía de la que tenía. Estaba al borde del colapso físico. Tenía demasiada sed, tanta que ya comenzaba a imaginar cosas. Mi lengua estaba seca y mi garganta ardía por falta de humedad. El clima me hacía sudar y mi cabello se pegaba a mi piel pegajosa. Podía ver que era un completo lío a un paso del desmayo. Pero todavía no, tenía que esperar el momento adecuado para desfallecer. Las palabras de Emily se repetían en mi mente una y otra vez, si te atrapan, lo mejor que puedes hacer es buscar morir de alguna forma.

Tenía miedo, estaría loca si no, pero era lo que se tenía que hacer. No había panorama en el que yo regresara convertida en placebo. No sería igual a la mujer que me obligaba a caminar, no en esta vida ni en ninguna. Aunque evidentemente me costaría un poco encontrar una forma de completar mi última misión, ya que había intentado escapar durante la noche, pero no encontré nada que me ayudara a morir. Contemplé seriamente la opción de estampar mi cabeza en el tronco de un árbol, pero era probable que solo consiga dejarme inconsciente por unos treinta minutos. A menos que lo hiciera con la fuerza suficiente. De todos modos, no podía darme el lujo de probar la teoría, porque solo tenía una oportunidad para cumplir el cometido. Si fallaba, Carol no me quitaría los ojos de encima, porque sabría que no estaba tratando de escapar, sino de morir.

Debía lograrlo a la primera o sellaría mi destino.

De tanto pensar, comenzaba a sentir dolor en mi cabeza, o tal vez se trataba de un síntoma de la deshidratación, o la combinación de ambas. El cielo ya comenzaba a teñirse de naranja, indicando el comienzo de un nuevo día, aunque para mí se sentía como un eterno y caluroso calvario. No importaba si amanecía o anochecía, en ambas horas se hacía lo mismo: caminar, correr, huir, tener miedo, tener sed, tener hambre. Nada cambiaba.

Los días en los que me quejaba por comer avena con fruta todas las mañanas habían pasado, y ahora solo los veía como regalos que no supe apreciar en su momento. Era difícil creer que solo ha pasado un poco más de una semana desde que fui exiliada y condenada a esta vida. Ya se sentía como meses, incluso años desde que tomé un baño con agua caliente y comí algo dulce, tal vez una fresa o chocolate. Solo podía encerrarme en mi mente para imaginarme haciendo todas las cosas que hacía antes.

Y estaba el paraíso. Por Primavera, extrañaba ese lugar y saber que ya no existe me entristecía. Si hubiese apresurado la velocidad de mi lectura, hubiese leído mucho más de lo que logré. Y ya que pensaba en el paraíso, era inevitable pensar en Eliel. Contrario a todo lo que había hecho, mi corazón lo extrañaba. Fue mi hermano mayor por mucho tiempo, aprendí y pasé tantas cosas con él que me era imposible no hacerlo. Leí en algunos libros que las personas antes de morir buscaban el perdón. Me deprimía pensar que yo no estaría ahí para concedérselo a Eliel. Yo también tenía tantas cosas por las que pedir perdón, pero las personas que debían escuchar la palabra, no estaban aquí. Solo espero que de alguna manera puedan saber que lo sentía, que nunca quise lastimar a nadie. Cometí un error y prueba de mi verdadero arrepentimiento era que sentía la culpa incluso en este día, el último.

Para cuando el sol se posó encima de nuestras cabezas, mis pasos ya no podían definirse como firmes, estaban lejos de serlo. Sentía que mi lengua estaba hinchada y todo dentro de mí estaba muy seco, por lo que no entendía mis ganas de vomitar, si no había nada que expulsar. Nunca me había sentido peor en mi vida, todos los dolores se habían juntado, haciendo muy difícil no querer rendirme. Mi cerebro me gritaba que siga, que no podía detenerme, que todavía no era la hora; pero mi cuerpo ya no quería seguir, o lo que era peor, no podía. Un empujón me hizo caer sobre mis rodillas. No estampé mi cara en el suelo por puro milagro. Intenté ponerme de pie, pero cada intento era recibido con una arcada y volvía a caer. Lágrimas cayeron en gruesas gotas en la tierra, siendo absorbidas de inmediato. Tan desesperada estaba por agua que pensé aprovechar ese líquido, aunque fuera mínimo y no suficiente.

Carol me tomó del brazo y me puso sobre mis pies, aunque la mayor parte de mi peso lo aguantaba ella. Seguimos caminando y solo paramos cuando nos encontramos con un tramo con vegetación tan espesa que no podríamos atravesar, o mejor dicho, que yo no podría atravesar. El espacio que había era demasiado pequeño, no cabríamos ambas y puesto que Carol era una especie de extensión de mi cuerpo, tendría que abandonarme para conseguir entrar ahí. Al contrario de lo que esperaba, no regresamos por donde vinimos.

—Tienes que caminar sola. Es imperativo que atravesemos este tramo —habló la mujer. Bufé con burla, lo que fuera imperativo para ella me tenía sin cuidado, ni aunque quisiera lograría caminar todo eso sola. Y puesto que no quería, la tarea se hacía aún más difícil de cumplir. Papá me había dicho alguna vez que la voluntad era un agente poderoso a la hora de actuar; o alimentaba la esperanza o terminaba por acabar con ella. En este caso, la esperanza estaba tan enterrada que ya no era correcto hablar de que ya no estaba, sino de que ya no existía.




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