Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Ocho

Fueron solo dos segundos desde que saltamos hasta que nos sumergimos en las frías aguas de aquel río

Fueron solo dos segundos desde que saltamos hasta que nos sumergimos en las frías aguas de aquel río. Fue solo ese tiempo, pero sentí demasiadas emociones combinadas. La adrenalina, se mezclaba con el miedo, el miedo con la ansiedad, y la ansiedad con la locura. Lo último era la única explicación para que yo me haya atrevido a saltar desde semejante altura. Eso solo podía llamarse locura; una locura que fue alimentada por la voluntad de sobrevivir y no sobrevivir al mismo tiempo, la misma que me llevó a aferrarme al pequeño cuchillo que me había dado Carol antes de que aparecieran los placebos.

Mi cuerpo caliente se sacudió en cuanto sintió el latigazo provocado por la temperatura del agua. Me sumergí tanto, pero ni aún así toqué el fondo del río. ¿Qué tan profundo podía llegar a ser? Durante los segundos que estuve sumergida, no pude más que pensar en la vez que Ian me enseñó a nadar. No tuve mucho tiempo de práctica desde entonces, pero tenía que ser suficiente. Me aterrorizaba la posibilidad de que un animal apareciera frente a mis ojos, así que nadé como pude hacia la superficie.

El aire que tomé en cuanto mi cabeza salió a la superficie, llenó mis pulmones, provocando que el instinto de supervivencia creciera y se posicionara por encima del instinto que me gritaba que era mejor morir. Carol salió unos segundos después de mí, el parche de su ojo se había perdido y pude ver la arrugada piel que se había cicatrizado en la cuenca donde había estado su ojo alguna vez. No estaba tan cerca de mí, la corriente, que no era ni tan fuerte ni tan débil, la había arrastrado unos metros más allá.

—¡Cuidado! —gritó al mirar hacia arriba. Lo hice también, pero ya no alcancé a ver nada. Sin embargo, escuché varios chapuzones, indicándome que algunos placebos habían saltado al igual que nosotras—. ¡Nada hacia mí! —ordenó.

Comencé a hacerlo, la corriente me ayudaba con eso. El problema era que mientras yo más nadaba, ella se alejaba otro tanto más. Ese fue un problema, sin embargo, lo que me preocupaba de verdad era la debilidad de mis piernas; los músculos ya quemaban por el constante movimiento para mantenerme a flote y temía que no aguantaría mucho más. Comencé a brasear más rápido, lo que hizo que me cansara más rápido. Mi corazón latía a un ritmo casi doloroso, igualando la velocidad de mis respiraciones. Todo se volvía más difícil y lo hizo aún más cuando me sujetaron del cabello. Chillé de dolor y por poco suelto el cuchillo, pero logre sostenerlo de pura suerte. El placebo se aferró a mí como chicle, no dejando ni un centímetro de distancia entre mi cuerpo y el suyo. Comenzó a nadar hacia la orilla, que estaba a unos cinco metros a nuestra derecha, pero para llegar a tierra firme tenía que pasar a Carol. La esperanza de que ella me ayudaría murió cuando comenzó a luchar con otro placebo que amenazaba con ahogarla.

No, esto no podía acabar así. No dejaría que me lleven ni que maten a Carol.

Una sensación de dolor cruzó como un rayo justo en mi corazón, pero eso no lograría detenerme. Tenía que hacerlo. Empuñé el cuchillo y se lo clavé en alguna parte del cuerpo del placebo que me detenía. Este me soltó por unos segundos, los suficientes para liberarme de su agarre. Fui en la ayuda de Carol, porque ya no la veía, solo al placebo que la sostenía para evitar que suba a la superficie. La estaba ahogando. Estaba lista para clavarle el cuchillo en la espalda al placebo, pero otro de ellos, o el mismo de antes, no lo sé, me envistió.

Nuestros cuerpos rodaron juntos bajo el agua mientras yo trataba de alejarme de él y él trataba de atraparme. Me agarró de un pie, pero, con el pie libre, lo pateé en la cara con toda la fuerza que tenía. Me soltó y pude enderezarme para tomar una bocanada de oxígeno. Mis pulmones quemaban y me sentía un poco mareada por la falta de aire, pero no me importó, tenía que buscar a Carol. Mi plan fue retrasado de nuevo cuando el placebo que la tenía atrapada hace un momento se me echó encima. Gruñí cuando me jaló del cabello, al parecer ya les había gustado hacerlo; sin embargo, esta vez no dejé que pusiera mi espalda contra su pecho. Antes de que lograra inmovilizarme, clavé el cuchillo en su cuello. Él abrió sus ojos ampliamente y observé el horror extenderse por todo su rostro. Hizo el ademán de atraparme, pero no lo logró, porque la sangre que se escapaba de su cuerpo era demasiada y ya lo estaba debilitando. Se hundió en menos de un minuto, ya no tuvo la fuerza para mantenerse a flote.

No le di tiempo a mi conciencia para que se amoneste por lo que hice, necesitaba buscar a Carol.

—¡Carol! —mi grito sonó como una súplica—. ¡Carol!

Me sumergí para comprobarla, pero lo primero que vi fue el cuerpo flácido de uno de los placebos. No estaba segura de cuál, pero no se veía con vida. Lo vi por un segundo y al siguiente desapareció. Mi estupor duró poco, porque en un segundo el río me llevaba en línea recta y al siguiente caía junto con un gran cúmulo de agua que no me dejaba respirar. Por segunda vez era arrastrada a la profundidad, solo que en esta ocasión ya no me quedaban fuerzas para volver a la luz. Lo intenté, realmente lo intenté, pero la falta de aire me debilitó de tal manera que se me hizo imposible nadar. Mi cuerpo se agitó cuando intenté respirar y por el contrario, me ahogaba más rápido. Luché contra el agua, pero ¿cómo luchas con algo que ni siquiera lucha contigo y paradójicamente te estaba venciendo?




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