—Sigo sin entender por qué no puedo beber un poco de agua. Tengo mucha sed —protesté. Sin mencionar que la garganta me ardía y provocaba que mi voz salga con un tono ronco y débil.
—Lo único que sé, es que, si bebes agua, puedes morir —explicó Canek, quien permanecía pegado contra la blanca pared de al frente—. ¿Te quieres morir?
Su voz se escuchaba con una serenidad tan desconcertante, que hasta daba miedo. Lo hacía lucir como si todo estuviera bien y nada pudiera alterar su ánimo. Yo, por el contrario, estaba llena de preguntas, preocupaciones y miedos. Y el que no haya ingresado nadie por la puerta en horas solo lograba alterarme más.
Desperté hace un par de horas, pero solo había gozado del pleno uso de mis facultades desde hace un poco más de treinta minutos. Cuando Canek me despertó, todo fue demasiado confuso en los primeros segundos. Ni siquiera recordaba mi nombre. Fue cuando comenzó un ardor del infierno en alguna parte de mi cuerpo cuando todo volvió de un palmazo. Escuché la voz masculina y profunda del hermano de Andrea preguntándome si me dolía algo. Asentí, porque mi voz no salió por más que lo intenté. No sé qué hizo, pero el dolor se fue en un santiamén.
Luego quise sumirme en el sueño de nuevo, pero Canek no me lo permitió. Me sacudía suavemente para evitar que pasara. Tardé un poco más en recuperar el control de todas mis capacidades, pero cuando lo hice, pedí por agua. Tampoco podía acceder a eso y al parecer, mi capacidad de respirar por mí misma no estaba bien, ya que traía ayuda respiratoria.
—Me duele la garganta —grazné después de un rato.
—Entonces no hables —murmuró. Había cerrado sus ojos, no sé si para evitar perder la paciencia o porque tenía sueño.
—Me estoy deshidratando —continué hablando sin importar lo que él dijera—. Llevo días sin beber una gota de agua. —Por supuesto estaba exagerando, pero ante la necesidad del líquido vital, tenía que hacerlo.
—Tienes una intravenosa que no dejará que te deshidrates —explicó.
Si tenía respuesta para todo, entonces ¿por qué no me dijo qué le pasó en la cara? Tenía un gran hematoma en su pómulo derecho, cosa que no parecía molestarle en ningún grado.
Permanecí un tiempo en silencio, lo que era inusual en mí. Solo me encargué en repasar con la mirada la habitación. Era evidente que se trataba de una enfermería. Aparte de mi camilla, había otras dos; una estaba totalmente ordenada y la otra no. Asumí que se trataba de la camilla de Canek, aunque él no traía una bata de hospital como la mía. De hecho, no parecía haber recibido algún tipo de atención médica, a diferencia de mí, que traía intravenosa, ayuda respiratoria y quién sabe qué más. Una cosa si era segura, no me sentía tan mal como lucía.
Después de un par de horas de silencio, que para mi sorpresa no fueron de completa incomodidad, me permitió quedarme dormida. A pesar de creer que ya había dormido suficiente, el aburrimiento, que era consecuencia de la inactividad, me dejó fuera de combate por algún tiempo. Fui despertada de nuevo por Canek, quien me ofrecía agua. La recibí contenta, pero cuando me impulsé para poder beber del vaso que me alcanzaba, sentí una incomodidad que no me dejó levantarme.
—Algo me pasa —dije a través del respirador.
Sin decir una palabra, Canek dejó el vaso con agua sobre la mesa junto a la puerta y comenzó a maniobrar con mi camilla. Después de unos minutos, logró reclinarla y ya no tuve la necesidad de levantarme. Por orden del muchacho que me ayudaba, bebí el agua en pequeños sorbos. El líquido se sintió como volver a nacer. No recordaba cómo era nacer, pero algo me decía que así se debía sentir. Terminé el vaso que me había traído y fue por más cuando se lo pedí. Una vez estuve satisfecha, me ayudó a colocarme el respirador de nuevo.
Murmuré un agradecimiento, pero no reaccionó de ninguna manera. Lo atribuí a su forma de ser. Preguntó si quería que devuelva la camilla a su estado original y le respondí que no. Prefería quedarme así por un tiempo. El chico con cabello negro azabache volvió a apoyarse contra la pared y no vi señales de que quisiera que interfiera con su silencio, así que no lo hice. No tenía mucha confianza con él como para estar muy habladora. En su lugar, comencé a subir mi bata por debajo de la manta que me cubría para poder ver qué me habían hecho. Desde hace tiempo quise comprobar la zona, porque el bulto que sentía no me decía mucho.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz ronca. Se había dignado en abrir los ojos.
—Quiero ver —respondí volviendo a lo mío.
Editado: 10.01.2024