Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Once

Los pantalones que me habían prestado eran poco demasiado grandes para mí, especialmente para mis caderas

Los pantalones que me habían prestado eran poco demasiado grandes para mí, especialmente para mis caderas. Si no llevara una correa, la tela se deslizaría por mis piernas como si fuera mantequilla en medio de fuego. Otro aspecto era el brasier, ni en mi siguiente vida tendría unos pechos tan grandes como para llenar esta monstruosidad. Sin embargo, me lo puse de todas formas, no quería que mis chicas se levanten con el frío y se pueda ver a través de mi camiseta, que también era grande, pero no demasiado. Al menos las botas estilo militar sí eran de mi talla. Salí del baño.

—Sabía que todo te quedaría grande. Andrea es pequeña, pero tiene un cuerpo voluptuoso —comentó Canek a penas me vio.

Fingí que no me molestaba que me acabara de llamar cuadrada de forma indirecta.

—Se siente incómodo vestir esto cuando usé por tanto tiempo esa bata —confesé.

—Esta ropa se te ve mejor. Hace que me sienta menos preocupado.

—¿Preocupado por mí? —pregunté en son de broma.

—¿Por quién más? —respondió. Negué con la cabeza.

—Preocúpate por ti mismo, Canek.

—Eso hago.

—¿Y cómo eso se relaciona conmigo? —inquirí.

—Cuando salgamos —fue lo único que dijo.

Ya nos habían informado que saldríamos en cualquier momento del día, nuestro tiempo en estas cuatro paredes se había terminado. Canek ya se sentía bien, o eso decía, y yo no había descansado tanto desde hace mucho tiempo, por lo que mi herida estaba más que bien. Al fin iba a conocer este lugar, saciar mi curiosidad de una vez. Todo lo que me contara Canek no podía asemejarse a verlo enteramente con mis ojos. Ni siquiera las advertencias de Canek podrían detenerme de explorar este lugar. Según él, las personas de aquí podría ser un poco hostiles al principio, no se tomaban bien que alguien de los muros viniera a refugiarse en este lugar, lo que era ridículo, porque ellos también venían de esos mismos lugares. O la mayoría.

Después de pensarlo detenidamente, descubrí que no es que se portarían mal conmigo por ser nueva, sino porque yo era diferente a los y las exiliadas de aquí. Toda mi vida estuve en una posición privilegiada y ellos no. A la vista de todos, yo era parte del porqué estaban aquí. Posiblemente tenían razón.

—¿Ya quieres ver a tu novio? —preguntó Canek. Que hiciera preguntas era extraño, normalmente la que gastaba saliva en esta habitación era yo. Evité hacer comentarios acerca de ello, revelaría que Ian no era mi novio cuando las circunstancias lo ameritaran y me favorecieran.

—Espero que ya esté fuera —reconocí. Era lo único que podía decir al respecto por el momento.

—Tendrán que dormir separados —me informó—. Aquí todos duermen en habitaciones conjuntas con otros tres refugiados, generalmente del mismo sexo.

—Ya me lo habías dicho.

—¿Y no te molesta?

—¿Por qué habría de molestarme?

—¿No quisieras estar con él?

Medité mi respuesta.

—Lo preferiría, pero si no se puede —alcé mi hombro.

Me pasé la mano por el cabello buscando una manera para que se note menos lo esponjado que estaba. Lo enrollé y me lo puse a un lado. Canek se levantó y comenzó a buscar entre los cajones. Yo decidí acostarme mientras esperaba a que esa puerta se abriera. El refugiado se paró frente a mi camilla y me extendió algo. Me senté de nuevo y lo tomé. Era una liga.

—Para tu cabello —dijo antes de dirigirse a su camilla y acostarse con las piernas cruzadas y sus brazos atrás de su cabeza. Me trencé el cabello y lo sujeté con la liga. Esto se sentía mucho mejor.

—Gracias —murmuré. Canek no me dio ni una mirada. Odiaba cuando se ponía así, pero ya estaba acostumbrada. Me recosté de nuevo, con mi vista fija en el techo amarillento. Me parecía algo surrealista que volviera a estar en un lugar bajo tierra, me recordaba a mi paraíso, el mismo que yacía en cenizas ahora mismo. Mis pobres libros. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Mis pobres, pobres libros.

—Es la primera vez que te veo llorar —susurró Canek—. ¿Por qué hasta ahora?

Me limpié las lágrimas y sorbí mi nariz.

—Por mis libros —contesté.

No dijo nada por unos segundos.

—¿Libros? —preguntó.

—Sí, mis libros.

—A ver si entiendo —comenzó. Escuché el rechinar de su camilla al moverse—. ¿No es por tu vida y amigos perdidos, sino por libros?

—Mis amigos siguen vivos... —paré cuando la imagen de Claire cruzó por mi mente, y aunque Sean no era mi amigo, también apareció su imagen. No todos seguían vivos. Me di la vuelta en la cama, dándole la espalda. Ya no quería hablar—. No lo entenderías.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.