Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Doce

La confusión encerrada en mí no lograba disiparse con ninguna cantidad de llanto

La confusión encerrada en mí no lograba disiparse con ninguna cantidad de llanto. Estaba desilusionada, triste, atónita y una docena de adjetivos más que no lograba poner en palabras. Me sentía traicionada, tonta, ingenua y muchas cosas más. Bueno, tal vez sí podía poner en palabras a todo lo que estaba sintiendo, solo estaba siendo dramática, pero considerando mi situación, podía permitirme serlo. Al menos un poco.

Las recuerdos volvían uno tras otro, cada uno hundiéndome un poco más en la tristeza. No estaba segura de qué dolía más, pensar que mi padre pudo no haber sido alguien tan bueno como pensé, o pensar que mis padres ni siquiera podrían ser mis padres. Las cosas eran tan repentinas que ya no sabía si creerlas o no. Pero que no haya parado de llorar desde que escuché todo, debía significar que de alguna manera creía lo que me habían dicho.

Estaba muy triste, pero mi estómago no estaba de acuerdo con ello, porque seguía rugiendo y rugiendo, implorando un poco de comida. Tal vez hasta por eso lloraba. Quería comida, pero no sabía a quién pedírsela, ni tenía las agallas para salir de este baño. Tendría que enfrentar a todos y no quería. Planeaba quedarme en este lugar frío y húmedo hasta que permitieran salir a Ian. Sabía que podía enfrentarlo si tan solo tenía a una persona que conocía de verdad a mí lado.

Casi dos días habían transcurrido desde que corrí de esa habitación del terror al único lugar que conocía, la enfermería. Al principio no pensé encerrarme en el baño, pero apareció Pablo con su cara de compasión y simplemente lo odié. No quise verlo más, así que me encerré en el baño y no había poder humano que lograra sacarme. Era tan orgullosa que incluso había rechazado toda la comida que me ofrecieron hasta ahora. Mi orgullo me iba a llevar a la tumba.

Tocaron la puerta de nuevo. Ya era la quinta en el día. ¿Quién sería esta vez? Si hablaba para decirme la hora y preguntarme si no saldría todavía, era Pablo. Si no decía ni una sola palabra, pues era otra persona. No sabía quién, pero se quedaba tras la puerta por un buen tiempo antes de irse. Los toquecitos volvieron a sonar y seguí sin decir nada. Como siempre, se quedó ahí, frente a la puerta, pero esta vez fue diferente, porque antes de marcharse, dejó algo muy en claro.

—Si mañana no sales, tiraré esta puerta —dijo. Y se fue. Reconocía esa voz. Era ese hombre, Lamec. No me interesaba lo que haga, por mí que derrumbe todo este refugio, encontraría otro lugar y me encerraría ahí y también tendría que tirar esa puerta. Esta gente no conocía lo difícil que podía llegar a ser.

En mi sueño de esta noche estuvo presente Eliel. Me explicaba algo sobre la justicia social. Tenía una compresión muy reducida del tema, él mismo lo reconoció, pero para mí se escuchaba muy inteligente. Tenía el libro en la mano y lo azotaba en su pierna cada vez que quería enfatizar en alguna palabra. No llegaba a comprender más de la mitad de sus palabras, pero no me importaba. Quería escucharlo hablar y hablar, con sus ojos brillando por la emoción del momento. No pasó más en ese sueño, pero cuando me desperté, tenía lágrimas en los ojos. Esta vez no era por mi padre o mi madre, los supuestamente verdaderos o los supuestamente falsos, sino era por él. Lo extrañaba y a mis amigos. A todo, extrañaba todo.

Hasta extrañaba la ignorancia en la que estaba antes.

Comenzó el ruido en la habitación. Eso significaba que el doctor ya había llegado. Mientras yo estaba aquí, no había escuchado a ningún paciente presentarse, supongo que necesitar atención médica no era tan común aquí. Después de todo, ¿cómo se lastimarían aquí adentro?

Escuché y sentí el rugir de mi estómago. Dejé correr el agua del lavabo y llené mis manos de agua, bebiendo hasta sentir que mi estómago pesaba, así engañaría a mi cuerpo. Me senté en el inodoro, como había hecho todo este tiempo. ¿Cuánto tiempo más le quedaba a Ian de cuarentena? Temía no poder aguantar mucho más, sentía un agudo dolor en mi estómago y mis piernas temblaban por la debilidad. Lo único positivo era que mi herida en la costilla se veía bien y no dolía.

Escuché los dos toquecitos en la puerta que se habían vuelto tan comunes. No respondí y volvieron a tocar, pero esta vez más fuerte de lo normal. Me sobresalté ante lo abrupto de la acción. Este tipo estaba loco, porque comenzó a golpear la puerta tan fuerte que temí que se me viniera encima. Me alejé de ella solo por puro instinto, pegándome tanto a la esquina como fuera posible. La luz se prendía y apagaba conforme los golpes caían en la puerta. Se escuchó algo metálico cayendo al suelo, lo que supuse era la cerradura. Dos segundos después, la puerta se abrió lentamente, dejándome expuesta a todos los que estaban en la enfermería.

Lo primero que vi fue los oscuros ojos de Lamec que brillaban con algo diferente a la ira, parecía más bien frustración.

—Que Dios te proteja si te vuelves a encerrar —gruñó antes de desaparecer de mi vista. Me quedé con el doctor, Canek y Pablo mirándome de tal forma que me hizo enfadar. Puse mi cabello hacia atrás, preparada para lo que viniera.




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