Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Trece

Un rayo de dolor fugaz, pero muy potente pasó por mi cien, haciendo que mi ojo se cierre y se abra sin que pueda controlarlo

Un rayo de dolor fugaz, pero muy potente pasó por mi cien, haciendo que mi ojo se cierre y se abra sin que pueda controlarlo. Recuperé la capacidad de mi cuerpo después de unos segundos. Tragué fuerte.

—No sueltes una cosa así sin el contexto —lo regañé. Los latidos de mi corazón se iban normalizando de a poco—. Juro por Dios que aquí me causarán un derrame o algo así.

—Creí que dijiste que no creías en Dios —me hizo notar Canek.

—No creo, son solo expresiones que se me quedaron —expliqué. Mi estómago gruñó, así que saqué la manzana que había guardado antes. Con algo tenía que complacer mi hambre—. Entonces no eres mi hermano, hermano, sino mi hermano por consecuencia.

Canek soltó una risa.

—¿Por consecuencia? —preguntó con diversión.

—Sí, ya sabes... —mastiqué la manzana antes de proseguir. Le ofrecí a Canek, pero no quiso—. Mi madre te adoptó. A eso me refiero con "por consecuencia". —Esta cosa estaba deliciosa. ¿Cómo rayos hacían para deshidratar una manzana? El silencio del chico frente a mí me llevó a mirarlo. Él me observaba con mucha curiosidad—. ¿Qué?

Él llevó su torso hacia atrás antes de ponerse de pie.

—Antes de que te acabes esa manzana, te llevaré a comer —dijo, dirigiéndose hacia la puerta, sin embargo, yo no lo seguí—. Andando, Laia —ordenó.

—No tengo mucha hambre —le aseguré.

—Te acabas de comer dos trozos de manzana en menos de cinco segundos —recalcó.

—¿Y cuánto tiempo querías que me tarde? ¿Diez minutos por pieza?

No dijo una palabra, simplemente se me quedó viendo. Finalmente habló.

—Iré a comer, si quieres escuchar lo que sé, puedes unirte —escupió antes de marcharse, cerrando la puerta tras de sí.

El silencio que acompañó a su ausencia fue en parte abrumador y en parte tranquilizador.

Bien, se fue, y con él toda la información. ¿Por qué me empeñaba en saber todo? Mi autodestrucción realmente nunca paraba. Tal vez era más inteligente dejarlo estar, no saber ni muy poco, ni demasiado, solo lo suficiente para mantenerme con vida. Era posible que con lo que sabía me bastara y me sobrara. Sacudí mi cabeza. Todo estaba fuera de su lugar ahora mismo.

Con poca energía y humor, salí de la habitación de Canek y me encaminé hacia la mía. Primero debía encargarme del desorden en mi cabeza para ser capaz de enfrentarme a lo que sea que viniera. Esta vez entré a mi habitación con más determinación que antes, dispuesta a maldecir de vuelta, pero me encontré con que la luz ya estaba encendida. Sorprendí a Lila subiéndose el pantalón azul marino característico de los guardias de Otoño. No se apresuró a cubrir su desnudez, al contrario, lo hizo con una lentitud que fui yo la que tuvo la urgencia de cubrirse los ojos.

—¿Fuiste tú la de antes? —preguntó una vez el pantalón estuvo en su lugar. Comenzó a ponerse las botas de combate—. ¿La que encendió la luz?

—Sí —respondí, mientras cerraba la puerta.

—¿Te lancé algo? ¿Te insulté? —cuestionó—. Seguro hice algo de eso.

—Ambas —respondí. Sonrió como si estuviera orgullosa de sí misma.

—En la próxima, no enciendas la luz —advirtió antes de marcharse. Pasó por mi lado, y aunque su altura a duras penas llegaba a mi mentón, su actitud me hizo evitar el roce de nuestros cuerpos. Cerró la puerta tras de sí.

Otra vez me rodeó el silencio. Me pequé a la puerta. Comencé a extrañar mi habitación en Primavera, no la tenía que compartir con nadie y ahí sí me sentía segura, bueno, casi. ¿Qué iba a hacer para acostumbrarme aquí?

Repasé la habitación con mi mirada a lujo de detalle. No había mucho que ver después de las dos literas. Solo había un mueble de metal, que consistía en cuatro casilleros. Tres de ellos contenían ropa y otros artículos de aseo personal, y el mío estaba vació. Al menos no estaba lleno de polvo. No tenía nada que poner en él, así que solo lo cerré.

Recostarme en la cama provocó un alivio tal que no tardé mucho tiempo en quedarme dormida. El sueño fue tan profundo que cuando me desperté a causa de que alguien pateaba la litera una y otra vez, pensé que apenas había cerrado los ojos.

—Tiene llamado —me informó una señora que debía tener la edad de mi madre, la falsa, no la verdadera. Se sentí raro pensar en mamá como la falsa, pero al parecer, ya había comenzado a asumirlo.

—¿Llamado de qué? —pregunté con la voz ronca por el sueño.

—A la oficina —respondió. ¿Y qué demonios era la oficina? Se lo pregunté y respondió que la única que había. Sí, como si conociera este lugar como la palma de mi mano.

Al bajarme de la cama, casi me mato. No es que fuera muy difícil, es que acababa de despertarme y mis capacidades seguían en el quinto sueño. Pasé mis manos por mi cara para deshacerme un poco más de la nubla del sueño.




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