Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Dieciseis

Hoy cumplía cuatro meses desde que me exiliaron

Hoy cumplía cuatro meses desde que me exiliaron. La verdad no me di cuenta de ello, fue Ian el que me lo hizo saber. A mí hasta me costaba saber en qué día estábamos.

—Ahora que sabemos que Emily tiene el tatuaje también, ¿no te sientes más tranquilo?

Ian apoyó su cadera en la mesa que estaba en el centro de la cocina. Ya todos se habían ido, era ya entrada la noche, porque la mayoría deberían estar en sus camas. Vinimos aquí porque Ian quería hablar, y yo necesitaba comprobar una vez más el cuaderno que contenía el inventario de la comida. No sé si Henry lo había notado, pero la comida que se iba, lo hacía más rápido que la que venía cada semana. Era una realidad, nos estábamos quedando sin comida.

—Tu madre aún no ha llamado —me recordó.

—Amaia dice que suele llamar dos veces al año —le hice saber. En esta semana me la había encontrado mientras iba al entrenamiento, y se me ocurrió preguntárselo. Se la vio contenta de que yo iniciara la conversación, aunque ese humor se fue cuando le pregunté por la llamada de mi madre—. Dice que tenemos que esperar.

—No creo que sea algo normal que no llame, sabiendo que estás aquí.

—Tranquilo, Amaia opina lo mismo.

—¿Ahora comienzas a creer en ellos? —me cuestionó.

Dejé el cuaderno a un lado.

—Tal vez, pero qué hay de ti. Tampoco te veo tan incómodo con estar aquí.

—Se le llama mezclarse, Laia.

—Pues espero que no te mezcles demasiado, si sabes a lo que me refiero.

Ian sonrió de medio lado. Supongo que esa parte de él no había desaparecido. Lo había visto muy misterioso en el último mes. Antes no podía desaparecer un par de horas porque Ian ya me pisaba los talones, pero ahora, a penas se daba cuenta de dónde estaba. Me daba cuenta de que el hombre había vuelto a sus antiguas andanzas, y eso no me gustaba. No porque estuviera celosa ni nada de eso, sino porque este lugar no era tan grande, y si causaba problemas, se sentiría como si fuera uno inmenso.

—Todo está bajo control.

Le eché una mirada de advertencia y él solo se encogió de hombros. No tenía edad suficiente para enfrentarme a ese tipo de problemas.

—Me encontré con Pablo antes —le conté.

—¿Y estaba solo? Porque si es así, debiste aprovecharlo. Solo cuando hace sus guardias se lo ve solo, de lo contrario está pegado al trasero de Roberto.

—Ahora se llama Rober —lo corregí.

—Es lo mismo, pero abreviado.

—Entonces te tardarás menos. Además, ya te he dicho que tienes que respetar la forma en como quieren ser llamadas las personas —lo regañé.

—¿Pablo te dijo algo importante? —decidió volver a la conversación original.

—Bueno, recuerdas que te dije que él huyó con Rober, porque nunca habría sido posible que ellos estén justos en Primavera. Entonces sus padres le dieron ese regalo, la libertad.

—¿Qué con eso?

—Asumí que los padres de Pablo hicieron un trato con mi madre para que los contactara con Amaia y los dejara venir al refugio. Sin embargo, Pablo dice que el contacto no fue mi madre. Dice que fue alguien más, pero que no sabe quién. ¿Interesante, verdad?

—Algo así —murmuró con aire pensativo.

—Pero eso no es todo —agregué. Me puse de pie y dejé el cuaderno en su lugar. No tenía que mirar más, nos quedaban dos semanas de comida a lo mucho. Tendríamos que reducir las raciones desde mañana—. Pablo y Rober dicen que no vinieron directamente al refugio, sino que lo estuvieron buscando por semanas. Amaia ni los suyos sabían dónde estaba este refugio.

Los ojos de Ian adquirieron un aire de conciencia que solo veía cuando conectaba dos puntos que creyó aislados. Tenían ese brillo que había visto antes en Eliel. No podía equivocarme con eso.

—¿Qué sabes y no me estás contando? —Ian siguió con su mirada perdida en sus pensamientos. Me paré frente a él y lo encaré—. Escucha, te he contado cada cosa de la que me he enterado. El tatuaje de Emily, lo de Pablo, lo poco que me dice Canek...

—Estás muy cerca, Laia —se quejó Ian, mirando hacia la entrada para comprobar algo. ¿Y este qué se traía? Se distanció con gran prisa—. No es algo que me haya enterado aquí —explicó. Continuó vigilando la puerta, como si esperara que alguien entre de repente—. Entre los de La Fuerza existe la creencia de que hay personas en las estaciones con un poder que va más allá de los muros.

—¿Qué personas? —pregunté de inmediato.

—Un par de familias de cuatros en Otoño, una en Verano, tres de Primavera y una de Invierno —citó. Entorné los ojos, impaciente.

—Nombres, quiero nombres.

—No hay nombres, solo se hablan de familias en general.




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