Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Veinte

 

El camino de regreso al refugio fue silencioso, tanto que la tristeza que sentía al tener que dejar el hermoso lugar, incrementó

El camino de regreso al refugio fue silencioso, tanto que la tristeza que sentía al tener que dejar el hermoso lugar, incrementó. Pero entendía que teníamos que volver, las bananas no duraron mucho tiempo y el hambre regresaría eventualmente. Después de nadar un poco más, salimos del agua cansados y hambrientos. Resultó que en el racimo había nueve bananas, y yo decidí darle la mitad a Canek. Él se negó al principio, pero al explicarle que no me las terminaría de ningún modo, y que sería un problema llevarlas de vuelta en el refugio, las aceptó.

La fría brisa de la cueva me estaba congelando hasta los huesos. Con mi cabello y ropa interior mojada, mucho del calor natural de mi cuerpo se escapaba. Cuando llegamos a la puerta que nos dejaría entrar al refugio, Canek solo tuvo que dar dos golpes y la puerta simplemente se abrió. El rostro pálido de Rober nos recibió.

—Algo pasó mientras no estaban —fue lo primero que dijo.

Mi mente fue directo a los peores escenarios, porque ¿qué más podría ser? Las buenas noticias no encontraban su camino a este lugar.

—¿No vas a hablar? —preguntó Canek cuando Rober no dijo una palabra más. Estuvo concentrado en mí usando el abrigo de Canek, y en su mano rodeando mi muñeca.

—La señora Noa llamó, fue una llamada breve. No preguntó por Laia ni nada, no hasta donde sé, pero sí dijo algo. —Rober habló rápido, tan rápido que su lengua se trabó en las palabras.

—¿Qué dijo? —pregunté, con mi corazón latiendo a mil—. Rober, ¿qué dijo?

—No sé —se excusó. Canek lo hizo a un lado y finalmente estuvimos dentro. Ambos comenzamos a caminar hacia el mismo lugar, la oficina, aunque su mano se había alejado ya de mi muñeca. Él fue quien se encargó de abrir la puerta, sin tocar primero, ni dar ni un tipo de aviso. Siete pares de ojos nos devolvieron la mirada. Parecían estar en una importante conversación, y por lo visto, no me querían en ella, porque su mirada se desplazó hacia mí y se creó un ambiente extraño.

—Nos enteramos de lo que pasó —anunció Canek—. ¿Qué fue lo que dijo?

—¿Y ustedes dos dónde mierda estaban? —gruñó la pregunta Emily, quien se veía notablemente molesta—. Casi mato a este de aquí, porque creyó que le tocamos su lindo cabello a ella —explicó señalando a Ian, quien tenía una gran herida en su ceja. Aparte de eso, no veía ningún otro daño, al menos no en las partes visibles.

—¿Ian, estás bien? —pregunté mientras ingresaba a la habitación y me paraba frente a él. Examiné de cerca la herida y por lo que me daba cuenta, no había sido tratada todavía—. Tenemos que curarte.

—Estoy bien —aseguró, pero su tono me demostraba que estaba enojado conmigo. Además, que alejara mi mano cuando intenté tocar su rostro fue otra señal de que sí, efectivamente estaba molesto.

—Laia, ¿hay algo que quieras decirnos? —preguntó esta vez Amaia.

Volví mis vista hacia ella.

No supe qué responder. Es decir, tenía algo que quería decir, el inminente peligro que representaba el esposo de Estela. Sin embargo, no creía que fuera eso. Amaia estaba como siempre detrás de su escritorio, pero la diferencia en esta ocasión eran los papeles y el teléfono frente a ella. Uno como el que tenía mamá en su oficina. Era grande y negro, con una antena larga a un lado. Yacía ahí, inerte.

—¿Mamá de verdad llamó?

—Responde a esa pregunta, Laia —me regañó Lamec. Su tono era el de siempre, enojado. Nunca lo había escuchado usar otro tono que no sea ese.

—Ni siquiera sé de qué están hablando —me quejé. Miré hacia cada persona en esta habitación. El doctor estaba al lado de Pablo, parado de manera muy correcta. Emily estaba al lado de Lamec, como siempre, cruzada de brazos y con una mirada que me decía que podría hacerme daño en cualquier momento. Lo bueno es que no solo me miraba a mí, sino también a Canek. Andrea estaba justo al lado de Ian, tan cerca que me pareció extraño. En cuanto mi mirada se encontró con la de ella, retrocedió, colocándose a un lado de su madre.

—¿Que no sabes de qué estamos hablando? ¿Qué has estado haciendo por ahí, Laia? ¿Dónde has estado metiendo las narices? —Emily hizo las preguntas mientras se acercaba a mí. La mirada salvaje que me dirigía desapareció cuando Canek se puso frente a mí.

—Mejor te calmas —advirtió en tono bajo, pero toda la habitación lo escuchó.

—Qué responda las malditas preguntas —exclamó a un segundo de perder el control.

Canek miró por sobre su espalda.

—Responde, Laia —pidió.

—De verdad que no sé de qué...

Emily se descontroló. Tomó unas hojas de papel que estaban en el escritorio y las tiró en el pecho de Canek. Estas cayeron al suelo y entonces vi lo que eran. Los historiales médicos. Hasta ahora recordaba lo que había descubierto apenas esta mañana.




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