Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Veinticuatro

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Para el final del día laboral, que por alguna razón se terminó mucho antes de lo normal, mis manos terminaron tan resecas que comenzaban a partirse. Además, mi ropa estaba hecha un desastre, tendría que cambiarme. Iría a la enfermería, me bañaría ahí y tomaría un poco de la sábila que guardaba Andrea para untármela en las manos. Su olor no era agradable, pero la sensación y aspecto de mi piel mejoraría.

Primero fui directo a la bodega de ropa limpia para encontrar algo que ponerme y luego subí a la enfermería. Abrí la puerta. La luz ya estaba encendida, por lo que fui directo hacia el rincón donde guardaba un pedazo de madera que utilizaba para asegurar la puerta del baño. Esta no tenía seguro por lo que tenía que usar el pequeño objeto para asegurarme de que nadie me viera desnuda al bañarme.

Abrí la puerta del baño, tal y como lo había hecho muchas veces, solo que las otras veces no había encontrado a Ian y Andrea parcialmente desnudos; ella pegada contra la pared y él pegado a ella. Mi cara se calentó a tiempo record a la vez que Andrea soltaba un grito e Ian trataba de cubrirla, dándome una buen vistazo de su trasero desnudo.

Si había un Dios, que me quite esa imagen de la cabeza.

Cerré la puerta tan rápido como mi cuerpo pasmado me lo permitió. Todavía con la ropa limpia en los brazos, apretada fuertemente a mi pecho, abrí la puerta de la enfermería y salí. Al alzar la mirada, Canek estaba parado frente a mí.

¿Por qué tenía que pasar en este preciso momento?

Como había sido el trato entre ambos en los últimos días, ni siquiera me saludó, solo intentó rebasarme para ir hacia la enfermería, pero yo me interpuse. Las cejas de Canek se levantaron en sorpresa. Lo intentó de nuevo, pero volví a seguirlo.

—Necesito pasar, Laia —dijo en tono calmado, el de siempre, el que me molestaba y que por alguna razón ahora me provocaban un alboroto en mi estómago.

—No puedes entrar ahí, Canek —le dije, pero usando un tono de voz un poco elevado.

Canek suspiró y volvió a hablar:

—Vengo a darle un mensaje a Andrea —justificó. Volvió a tratar de rebasarme, pero lo cubrí de inmediato.

—¿Es una emergencia? —Le pregunté. Que diga que no, que diga que no.

—No, pero…

—Entonces se lo diré yo —propuse.

—No, es algo privado, Laia —descartó mi ayuda—. ¿Qué está pasando ahí dentro?

—Nada, no pasa nada —respondí de inmediato.

—Nada… —murmuró—. Y por eso actúas raro.

—No actúo raro, es solo que hay temas de mujeres que no suelo discutir con hombres. Y hay un tema de mujeres ocurriendo ahí adentro —me expliqué.

—Oh, ya veo. Bueno, entonces la esperaré. —Canek se apoyó en la pared y cruzó los brazos.

—Sí, puedes esperar —dije rindiéndome. Comencé a caminar hacia el lado contrario de la enfermería cuando se me ocurrió y me giré de inmediato—. ¿No tienes práctica el día de hoy?

—En un par de horas —respondió. Sí, ya lo imaginaba. Me armé de valor y lo dije, porque era mi último intento de salvar a Ian de una pelea asegurada.

—Mira, sé que las cosas entre nosotros no han estado tan bien —comencé. Cuando me miró con interés, continué—. Pero espero que recuerdes que antes eras un poco bueno conmigo y así me harás un favor.

Descruzó sus brazos y se irguió.

—Está bien —aceptó.

—¿En serio? Pero no sabes qué es —dije sorprendida de que aceptara así sin más.

—Ya acepté, Laia. ¿Qué es?

Dudé por unos segundos, pero ya que más daba.

—Necesito bañarme y tal vez podrías vigilar la entrada a las duchas hasta que termine —dije. Vi la duda en sus ojos, por lo que comencé a retractarme—. Sí, sí, es demasiado. Esperaré a Ian y…

—Lo haré, Laia. Vigilaré la entrada.

—¿De verdad? No tienes ningún problema con ello.

No respondió de inmediato.

—No, ninguno.

Sonreí pues había logrado apartarlo de la enfermería. Ian y Andrea me debían un favor muy grande.

—Seré muy rápida, lo prometo —dije mientras nos encaminábamos hacia las duchas que quedaban a un lado de los baños al fondo del pasillo, después de las habitaciones.

Todo era perfecto hasta que un grupo de señoras dieron la vuelta desde un pasillo de habitaciones más allá de nosotros. Traían su ropa en brazos. Todo indicaba que irían a tomar una ducha. Apreté todo lo que tenía que apretar, pues no podría echarme para atrás. Si le decía a Canek que ya no tomaría esa ducha, él regresaría a buscar a Andrea, y eso terminaría en fatalidad.




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