Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Veintiseis

 

 

 

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f46316471747065447648763276673d3d2d313330353338323331332e313733643166363637303531336139393534373930313832303937332e676966

Ian tenía turno nocturno. La verdad pensé que se había ido, pero cuando apareció y me ofreció ir afuera, acepté. En el camino nos encontramos a Rober y él también estuvo encantado de respirar un aire diferente, así que vino conmigo. Aunque Lamec no estaba tan convencido al principio, me permitió ir.

Sentí como si Ian era un chico que le pedía permiso para sacar a pasear a su hija y su padre se negaba. Lamec no aceptó, pero le di una mirada. Sabía que funcionaría, porque era la que usaba con mamá cuando quería conseguir algo. Y sí, funcionó.

Contentos caminamos hacia la salida. Fuimos por otro camino, el del lado contrario al que conocía. Atravesamos la grande cueva que usábamos para los entrenamientos. Con los comentarios de Rober, casi no sentí el tiempo. Aunque sí había que poner mucha más atención en el suelo, ya que la roca era irregular, con pequeños picos que, con una distracción, nos harían caer.

El objetivo de distraerme era evidente. No nos quedamos en la entrada, como la otra vez con Andrea. Ian nos llevó a un lugar mejor. Para mí estuvo bien, a pesar del miedo que me entró apenas puse un pie en el bosque. Estar ahí dentro me hacía recordar el estado de la relación entre Canek y yo. Esa era energía emocional que no me ayudaría ahora mismo.

De la luz del día ya no quedaba nada. La brisa nocturna que mantenía en movimiento a las hojas en los árboles me hacía sentir algo cercano a la paz.

No, paz no, tranquilidad. Saber que era momentánea me ponía triste.

—Después de todos estos años, no me acostumbro a estar en el refugio —me contó Rober. Tenía una especie de depresión porque Pablo también se marchó con el grupo que traería a las personas de Primavera. No había pasado ni un solo día y él ya decía extrañarlo hasta el punto de la locura—. Nunca dejas de extrañar lo que tenías, aunque ahora estés un poco mejor que antes.

—El masoquismo —comenté.

—Exacto. —Estuvo de acuerdo Rober.

Los ojos del chico se fijaron en un punto más allá del árbol donde nos encontrábamos. La rama en la que estábamos sentados ya me acalambraba el trasero, pero aun así seguía queriendo estar aquí arriba que dentro de la cueva.

Ian nos dio media hora, tiempo del que nos quedaba la mitad.

—Hubiese sido lindo que Anthony estuviera aquí. Creo que también necesita un aire diferente —comenté.

Pabló alzó los hombros, como queriendo parecer indiferente. No lo logró, sus ojos se iluminaron en cuanto toque el tema.

—Es que nunca quiere salir. Se lo han propuesto muchas veces, pero no quiere —comenzó a contar—. Si me lo preguntas, es raro. Hasta los más miedosos salen de vez en cuando.

—Por lo que sé, se lo prometió a alguien.

—¿Quién? —preguntó de inmediato Rober, siempre listo para agregar una información más a su repertorio.

—No lo sé, solo a alguien —contesté—. Como sea, en algún momento tendremos que salir todos, ¿no? No podemos quedarnos en el refugio para siempre.

—Yo sí creo que estaremos dentro hasta que seamos viejos —confesó el chico—. No tenemos a dónde ir. Sería tonto dejar el refugio, es seguro.

Eso no se escuchaba ni se sentía bien. Seguía teniendo miedo del exterior. De hecho, ahora mismo, mi mirada iba de un lado al otro, asegurándome de que ninguna amenaza estuviera cerca. No se veía casi nada, pero vigilar a ciegas se sentía mejor que no hacerlo. Ian estaba por ahí, seguramente con su atención fija a nosotros. Aquello me daba un poco más de tranquilidad.

A pesar del miedo, seguía sin estar dispuesta a quedarme toda mi vida en el refugio. Tal vez si me convertía en centinela la cosa se vuelva más llevadera. Por esa razón me esforzaba mucho en los entrenamientos.

—¿Se ha hablado alguna vez de deshacerse de los placebos? —pregunté.

—Por supuesto, todo el tiempo —respondió.

—Pero no hablo de matarlos si se acercan demasiado al refugio, hablo de a todos —aclaré—. Encargarnos de todos.

Pablo me quedó viendo como si un tercer ojo hubiese aparecido en mi frente. Después de unos segundos, habló.

—Sabes que son cientos, ¿verdad? —preguntó.

Entorné mis ojos.

—Sé que son cientos, y también sé que la mayoría se concentra en la ciudad que queda más al este, donde sea que sea esa dirección.

—Sí, y son cientos. Nosotros como cuarenta a lo mucho. Menos si hablamos de personas capacitadas. Tú y yo para nada estamos en esa lista. —Habló con un tono burlón que me molestó un poco, ya que yo entrenaba y él no—. Además, no podemos ir y masacrar a todas esas personas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.