Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Treinta y uno

 

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—No, esperen —dijo una de las refugiadas. Su voz se oía temblorosa—. Yo no quiero ver nada. Quiero irme. —Lo último se escuchó como exigencia.

Varios estuvieron de acuerdo con ella y se sumaron a la petición. Se colocaron a un lado de la habitación, el sitio más cercano a la puerta. La mitad de los refugiados no estaban dispuestos a ver lo que sea que mostrarían.

—Dijeron que sus intenciones eran buenas. Entonces, deberían dejarnos salir —exigió la misma refugiada que se había convertido en portavoz de las exigencias de los demás.

—Ella no dijo que sus intenciones eran buenas, dijo que quería ayudar —aclaró Emily. Eso pareció encender un foco en la mente de los que no lo habían pensado—. No mencionó a quién ayudaba.

Regresé mi vista hacia Carol y ella observaba a Emily con una mueca rara que no pude descifrar.

—Para eso es el vídeo —dijo simplemente Carol, sin brindar mayor explicación—. Y si no quieren verlo, pueden elegir no hacerlo.

—Entonces yo tampoco lo veré —dijo Emily. Se cruzó de brazos—. Y también me quiero ir.

—Me temo que tú sí estás obligada a verlo —dijo Carol—. Aunque después puedes irte si quieres.

La mirada de Emily hacia ella fue aterradora.

—¿Y eso por qué? —exigió saber.

—Porque la vida es injusta y más para algunos. Es desafortunado que estés en esa lista —contestó Carol. Si a eso se le podía llamar respuesta—. ¿Podrías acompañar a las personas que no quieren estar aquí a otro lugar, Tim? —Lo dijo todo en inglés. No supe a quién se dirigió. Uno de los hombres con armas se movió y se acercó al grupo de refugiados—. Tim los acompañará a un lugar seguro en el edificio.

—¿Por qué no podemos salir? —preguntó la refugiada.

—Si personas no amigables los encuentran caminando cerca de aquí, se asumirá que hay más cerca. Nos estarían poniendo en peligro a todos sin razón —explicó Carol. Movió la cabeza hacia el hombre y este comenzó a conducir a los refugiados hacia afuera—. Cuando terminemos con esto, un grupo de nosotros los llevará a un lugar relativamente seguro a los que quieran irse. Sea quien sea. Incluso tú Laia.

—¿Y cómo sabremos que los que salen estarán bien? —preguntó Lamec.

Carol suspiró. En su rostro se veía que no le quedaba mucha paciencia que pudiésemos poner a prueba.

—Ya los habría matado de haberlo querido —dijo con un gruñido que no se escuchó tan brusco, pero tampoco tan amable—. Ya llévatelos —ordenó esta vez con más firmeza. Los refugiados y el hombre no tardaron en desaparecer. El ruido de sus pasos iban disminuyendo a medida que se alejaban—. ¿Algún otro comentario sobre lo poco confiable que soy? —preguntó.

—No nos trates como si esto fuera nuestra culpa —dijo Emily con enojo. De alguna forma, este tono de enojo no se lo había escuchado antes.

—¿Entonces es mía? —cuestionó Carol, ya con el tono prendido en furia—. No tienes idea de todo lo que he hecho para llegar hasta aquí.

—¡No te lo pedimos! —gritó Emily de vuelta.

—¡Tú sí! —Las palabras sonaron fuertes y llenas de dolor. Su pecho subía y bajaba de forma muy visible. Estaba muy alterada. Se notó que quería continuar gritando, pero vi cómo la misma expresión de desorientación se volvía a apoderar de su rostro. Cerró los ojos con fuerza—. Reprodúcelo ahora —ordenó hacia la mujer.

El vídeo comenzó y la atención fue hacia la pantalla. Era su intención: que nadie pusiera atención a cómo se aferraba a la pared ante el mareo.

Las imágenes que se mostraron en un inicio eran tomas acercadas de algo que ocurría a la distancia. Lo supimos porque luego el acercamiento fue disminuyendo hasta brindar la toma completa y en su enfoque original. Un grupo de sujetos vestidos de blanco por completo, de pies a cabeza, encaminaban a personas hacia botes. La toma siguió específicamente a uno de ellos.

En el bote se veía perfectamente la figura de David, a quién identifiqué desde la primera toma. ¿Qué estaba haciendo él en el mar? ¿Por qué demonios lo habían expulsado? Ya que estaba fuera de los muros, era lógico pensar que lo exiliaron. Tal vez el viejo Clayton cumplió su última promesa.

Sabía que Lila tenía una lista de personas que quería matar. Estaba pegada en la pared del techo, ya que su litera también era la de arriba. De vez en cuando la espiaba para comprobar que no haya crecido. No lo hizo, hasta el día de la explosión eran cuatro.

Ahora el viejo Clayton comenzaba la mía.

La cámara se movió y mostró a los ocupantes de los otros botes. En total eran tres. Hubo un nuevo acercamiento. En el segundo bote no reconocí a nadie, pero en el tercero sí que reconocí a dos personas. Ian dio un paso hacia la pantalla. No era necesario cerrar la distancia, las personas que estaban en el bote eran claramente sus padres.




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