— La comida estaba deliciosa, no sabía que cocinaras tan bien, pricesa —insistió él, jugando con el lóbulo de su oreja entre los dientes.
Se puso aún más tensa al sentir sus respiraciones entrelazarse. Toda ella estaba tensa mientras su estómago no dejaba de retorcerse de los nervios. Odiaba eso porque, precisamente, no podía controlarlo. En silencio, se giró bruscamente para encararlo y obligarlo a salir de la cocina antes de que su tía los viera. En otro momento probablemente le gritaría por haberla tocado de esa manera, pero ahora, con los sentimientos encontrados, apenas era capaz de reaccionar.
— ¿Qué haces aquí? Vete —siseó nerviosa, mirando detrás de él cada segundo.
Aaron le sonrió ampliamente, como si acabara de hacer una travesura, y apoyó las manos a cada lado de ella hasta tenerla acorralada entre sus brazos.
— Vine por un vaso de agua —susurró de igual forma, mordiéndose el labio inferior y viéndose repentinamente feliz.
Amber creyó que se desmayaría al oírle decir aquello.
— En la mesa están servidas las bebidas de...
Aunque apenas pudo farfullar la mitad de la frase porque, para entonces, Aaron había vuelto a interrumpirla. La miraba con el ceño fruncido y una mueca de frustración en el rostro.
— Me importa una mierda —dijo él como si fuera lo más obvio del mundo—. Solo quería conversar contigo. ¿Hay algún problema con eso?
La respiración de la muchacha se hizo superficial cuando sus pechos chocaron bruscamente. Abrió los ojos desmesurados en una silenciosa súplica. Porque estaban demasiado cerca y lo que menos quería era más problemas con su tía Rachel.
— Aaron, vete de aquí, por favor —murmuró desesperada, haciendo vanos intentos por alejarlo.
Cerró los ojos bruscamente al sentir que le rozaba el cuello suavemente con los labios, dejando débiles e interminables besos a su paso. Su pulso se hizo irregular cuando una mano se acomodó bajo su rostro ligeramente, sus rostros tan cerca que podía saborear sus alientos entremezclándose.
Eso estaba muy mal, teniendo en cuenta lo poco o nada que ella le importaba a Aaron. La cabeza de Aaron se levantó hacia ella con pereza y la observó fijamente en los escasos centímetros que los separaban. Le encantaba ponerla nerviosa. Le fascinaba ver aquellas mejillas sonrojadas que la hacían ver tan adorable.
Demonios, le gustó sentir cómo temblaba bajo sus caricias. Amber lo atraía tanto como la miel a las abejas.
Y, eso, lo odiaba. Saber muy internamente lo mucho que le gustaba, lo enfurecía.
— ¿Aaron? —murmuró ella de pronto con la voz demasiado aguda—. Vete de aquí. No sé qué es lo que quieres... —Tragó en grueso— pero este no es el momento…
Se mantuvo en silencio al oír pasos acercándose a ellos. Pero antes de poder reaccionar, Amber acababa de escabullirse hasta detenerse a metros de distancia suyo.
— ¿Todo bien, Aaron? —sonrió Rachel con cariño.
Asintió apenas un poco.
— Bien... —murmuró, mirándolo con cierta desconfianza—. Amber, puedes retirarte.
Miró por detrás de su hombro, siguiendo cada movimiento que ella hacía. Esperó a que se fuera pero, al contrario, se mantuvo quieta y observando extrañada a la madre de Megan, el temor brillando en sus ojos marrones.
— Claro, pero...
— Que te vayas, Amber, no quiero que sigas molestando a Aaron.
Aaron Foster normalmente se reiría e incluso diría alguna broma solo para hacerla enfadar. Pero, de pie frente a él y mirándolo como si acabara de abofetearla, decidió morderse la lengua y no decir ninguna estupidez.
— No es ninguna molestia —rió Aaron, mordiéndose el labio ligeramente y conteniéndose por soltar una risa al recordarla temblando por sus besos tan castos—. En realidad, es muy... entretenida... —saboreó lentamente, paladeando la palabra.
Sonrió él aún más al verla negar repetidamente y murmurar un débil "Adiós" antes de que corriera despedida hacia las escaleras.
— Mucho mejor —comentó Rachel antes de regresar al comedor.
Pasaron largas y aburridas horas, sentado frente a la señora Rachel y hablándole con toda la cordialidad que pudo. Sonrió más de lo debido y se forzó a darle un par de cumplidos solo para mantener la reunión en paz.
Hasta que finalmente Aaron pudo librarse de Rachel.
— Lo lamento mucho, querido, pero es urgente que me vaya. Deberás disculparme, debo irme ahora mismo —dijo la madre de Megan mientras se ponía de pie y, tomando su bolso, se despedía de él rápidamente—. Cosas de trabajo... ¿No tendrás problema, verdad?
Aaron, como si acabaran de despertarlo de un sueño, asintió atontado y sin comprender bien qué estaba sucediendo.
¿Cuánto había pasado? ¿Tres o cuatro horas?
— Estupendo, espero que me visites pronto, Aaron.
Se talló los ojos con la manos, dando un largo bostezo cuando la puerta principal se cerró de pronto. Demonios, quería echarse una deliciosa siesta. Miró a sus lados y sonrió al verse solo. La señora Rachel le tenía tanto aprecio que no le molestaría en absoluto si se quedaba allí unas horas más.
Así que, sin pensarlo dos veces y recordando que Amber estaría sola en su habitación, se apresuró a subir las escaleras. Recorrió el interminable y tan conocido pasillo, mirando las puertas y decidiendo internamente qué habitación sería más cómoda para dormir.
Hasta que llegó a la última.
De pie frente a una puerta cerrada, se sacudió el cabello y abrió sin siquiera preguntar.
— ¿Cómo pudiste abandonarme allí abajo con tu tía? Eres muy mala, Amber, no voy a darte mi beso de...
Entonces se quedó estático bajo el marco de la puerta al verla tendida sobre su cama, abrazada a una almohada y durmiendo. Estaba quieta y su rostro denotaba una inmensa tranquilidad que le calentó el pecho. Y cuando se acercó a ella, inspirando con profundidad, no lo pensó dos veces antes de retirarse los zapatos y echarse a su lado. Su pecho retumbó una y otra vez, sintiendo por primera vez su corazón estrujándose dolorosamente al ver las mejillas de Amber humedecidas.