Entonces la besó.
Empezó besándola con fiereza, casi partiéndole la boca como lo hacía con todas, queriendo liberar en ese beso toda la frustración y enojo que se acumulaba en su interior por ella. Quería demostrarle que le enfadaba, vengarse de la castaña, hacerle pagar. Solo tocó sus labios y los devoró como seguramente nadie antes lo había hecho. Introdujo su lengua sin más, arremetiendo en la boca de la chica sin reparos. Era él solamente, como siempre, y nadie más.
Pero entonces algo sucedió y él, ya muy tarde, lo notó.
Repentinamente sintió que empezaba a corresponderle el beso y eso lo desarmó. Las manos de Amber subieron hasta su mejilla y arrasó con él sin siquiera haberlo notado. El beso se tornó lento de pronto, lento y jodídamente dulce.
Soltó un suspiro sobre la boca de la chica antes de volver a atrapar aquellos labios rosados entre sus dientes. Los saboreó con intensidad, cerrando los ojos de a pocos como si se estuviese sumergiendo en un sueño profundo. Sintió los dedos de la castaña enterrarse en su cabello, acariciándole la nuca en una suave caricia que lo dejó aún más embobado.
Y aun así no podía desprenderse de Amber. Parecía mantenerlo atado a ella como un sediento en busca de agua. Estaba casi encima de la castaña por lo mucho que se inclinaba sobre ella, en busca de sus labios para profundizar el beso aún más, si era posible.
— Aaron...
Amber, con las mejillas sonrojadas, lo empujó rápidamente.
Se quedó estática en su lugar, sus labios entreabiertos y ardiendo por el último ferviente contacto.
— ¡No puedes hacer eso! —Gritó desesperada al verlo sonreír con altanería.
Ladeó la cabeza cuando él deslizó la mano sobre ella, acariciando su mejilla y presionando ligeramente. Y jamás se había sentido tan torpe. Se repitió a sí misma que, para la próxima vez, debía beber moderadamente o penosas situaciones como esas volverían a ocurrir.
Aaron Foster acababa de besarla y ella no tenía idea de qué hacer. Apenas intentó escapar de allí cuando él haló bruscamente de su mano hasta volver a retenerla entre sus brazos. O, en realidad, contra el muy incómodo mueble de cocina. Aaron apoyó las manos sobre la fría madera, a cada lado de ella, y volvió a estrechar sus cuerpos como hacía cinco minutos se encontraban. Tan juntos que sentían sus respiraciones entremezclarse hasta hacerse una sola.
— Escúchame bien, pequeña insolente —bramó él contra su boca, presionando la mandíbula con fuerza—. Vas a calmarte y a hablarme con respeto —espetó tan brusco que Amber dio un respingo. Y a centímetros de distancia, volvió a preguntarse por qué las cosas nunca salían como ella quería—. Ninguna niña va a venir a decirme que le doy asco, menos tú.
Porque Aaron Foster nunca estaba en sus planes y, aun así, aparecía cuando menos lo quería.
Entonces sí que se cansó. Con la furia y la poca cordura que le quedaba, Amber lo empujó molesta, cansada de los ridículos juegos del chico. Harta del "tira y afloja" que Foster forjaba en ambos. Demasiado frustrada de sentir un revoltijo de estúpidas emociones solo con ver el molesto rostro de Aaron en cualquier parte. Ya muy confundida por tener que soportar el molesto dolor acuñar su pecho cada vez que, inexplicablemente, lo veía flirteando con otras chicas.
—No quiero que vuelvas a besarme. Jamás.
No pensaba convertirse en la "amiga" de Aaron Foster, definitivamente no cometería el mismo error dos veces.
Al menos se suponía que no.
Porque sabía, muy a su pesar, que aquel beso había sido, muy probablemente, producto de la furia del momento. Era ridículo que él, tan altanero y egocéntrico, se fijara en una chica como ella. Y no lo había dicho Amber, aquellas eran palabras explícitas de Aaron Foster. Como fuera, allí estaba, escasa de cualquier pensamiento lógico y mirándolo caminar a ella como si de una pantera se tratase.
Y la secuencia de momentos incoherentes regresaron a ella. De pronto solo veía y recordaba hechos efímeros, como fotografías sacadas de un momento específico. Cerró los ojos al sentir que era abrazada con tosquedad y algo de brutalidad.
—Demonios, eres tan adorable... —rió Aaron antes de darle fugaces besos en sus labios—. Y algo torpe...
Aferró los dedos sobre la camisa del chico, cerrando los ojos con fuerza cuando volvió a besarla. Una corriente helada la despertó en todo el cuerpo y deslizó la mano sobre la nuca del castaño, haciéndole suaves caricias, apenas perceptibles. Pasaron solo segundos o quizá largos minutos entre sus bocas, continuando el beso que ella misma había interrumpido y que ahora no lo quería acabar. Se aferraba a él todo lo que podía y alejando cualquier pensamiento que le dijera que, al día siguiente, se arrepentiría de lo que estaba haciendo.
Ella deslizaba los dedos en el corto cabello del castaño. Le acariciaba su marcada mandíbula y mantenía las manos en sus hombros, como si fuese su bote salvavidas. Pero Aaron se mantenía distante. Presionaba los dedos en el mueble de vez en cuando, frunciendo el ceño e intentando no perderse aún más en aquel beso, no la tocaba.
Hasta que él la soltó y se alejó con una inmensa sonrisa en su rostro.
—¿Qué? —preguntó ella.
—¿Ya lo ves? Te dije que no podías tenerme asco, Larousse —espetó Aaron a todo pulmón, alejándose de ella a zancadas—. Hasta luego, princesa.
Su pecho se hundió ante aquel desplante y, poco a poca, el enfado empezó a inundarla. Se sintió burlada, su orgullo aún más herido al verlo caminar, de pronto, junto a la chica con la que había estado casi toda la noche. La sangre le hirvió de furia y, sin siquiera pensarlo, se encontró yendo tras él a paso decidido. Presionó los puños y dio pasos torpes pero veloces al ver cómo Aaron le rodeaba la cintura a la rubia, estrechándola contra él.