Amber

Capítulo 18: ¿Celoso?

 

¿Celoso?

Una, dos semanas después...

 

Los días habían transcurrido lentos pero precisos. Era eso lo que pensó que necesitaba, regresar a su antigua rutina lejos de frustrantes distracciones. Aaron era su debilidad, ese error en el que se suponía no debías caer dos veces. Ya ni siquiera lo espiaba a lo lejos porque realmente le carecía de importancia.

Y no era solo él, era todo en realidad. Dejaba que las horas y los días transcurrieran ajenos a ella, como si viviera en un mundo paralelo. Estaba harta, agotada y ni una pizca de energía habitaba más en ella. Amber tenía el rostro pálido y ojeroso, y ella ni siquiera lo sabía. Se veía apagada y carente de emoción, como si su rostro no pudiera expresar ninguna emoción. Hacía todo solo porque debía y nada más.

No tenía ninguna pasión que la alentara. Antes le fascinaba leer hasta devorarse libros de libros, uno tras otro, pero ahora, simplemente, no tenía tiempo ni para eso. Amber sirvió los platos frente Rachel y Aaron con el enfado cubriéndole el rostro. Una vez más, su adorada tía Rachel no era capaz de cerrar la boca para no decir tonterías que la enfurecían como le dolía a partes iguales. Estaba harta de ellos, de que abusaran de su servicio y de las limitaciones que ella tenía.

Aún no había juntado el dinero suficiente, pero cada vez faltaba menos, aunque no era suficiente tampoco. De pronto nada le importaba. Absolutamente todo le daba igual, Megan, Rachel y sobretodo Aaron. Después de aquella mañana en la que, sin saber cómo, despertó en la habitación de Foster, no habló más con él. Y sí, lo estuvo evitando todo lo que pudo porque la paciencia iba drenándose de su cuerpo como agua entre los dedos. No tenía las energías suficientes para lidiar con él.

Pero Aaron siempre conseguía algún momento para fastidiarla. Había estado acudiendo durante varios días a la mansión y quedándose a almorzar hasta que todo oscurecía. Hablaba con Rachel como si de su madre se tratara y sonreía a Megan como si estuviese enamorado de ella.

Sí, le dolía. Pero de pronto ese dolor le sabía cada vez tan común que no ardía como antes. Sentir su corazón romperse en miles de pedazos y su pecho desgarrándose por dentro era ya normal cuando se trataba de él. Y también humillante.

Era degradante cuando, sólo por cumplir órdenes, debía quedarse de pie detrás de la mesa del comedor donde almorzaban o cenaban con el uniforme de limpieza. Se suponía que debía bajar la cabeza y esperar a que Rachel le dijera algo. Los miraba en la corta distancia que los separaba, el vacío inundando su estando cuando Aaron la miraba con burla y enfado, algo que no llegaba a comprender. ¿Por qué era así con ella? ¿Qué le había hecho para que la odiara hasta el punto de aprovechar cada instante y burlarse de ella incluso en la mansión Miller?

Al menos no coqueteaba con Megan, porque ella nunca estaba allí cuando Rachel y Aaron se sentaban a comer. La rubia solo bajaba, la miraba con un incomprensible arrepentimiento y le decía a su madre que tenía cosas que hacer. Y fueron tantas cenas que se enteró de algo más.

Rachel era la mejor amiga de la madre de Aaron, y le tenía tanto cariño al castaño que solía darle de regalo una buena suma de dinero siempre que él iba a visitarla. A él, que ni siquiera era su familiar lo ayudaba y a ella la obligaba a hacer todos los quehaceres de la casa. Por primera vez sintió el odio, agrio y desgarrador, carcomiéndole el pecho. Los odio a todos, pero sobre todo a Megan. Porque si no fuera por ella, Amber no estaría allí, sufriendo ni pasando penas. Al contrario, estaría de lo más feliz con la única persona que alguna vez la quiso de verdad. Marcel estaría a su lado y entonces ya nada le faltaría.

Y es que nada faltaba cuando se trataba de él. Pero decidió quedarse allí, cuatro años atrás cuando solía ser una niña ilusa y con grandes sueños, una niña que no tenía presiones ni preocupaciones aún, porque pensaba que con Megan, su mejor amiga, todo estaría bien. Se quedó por ella aun cuando Marcel se lo ofreció, cuando le prometió una vida que realmente merecían. 

Ella negó irse de la mansión Miller aquella vez... y ahora Amber estaba allí, siendo la sirvienta de Rachel e intentando ahorrar todo lo que podía para irse de allí mientras, al mismo tiempo, intentaba no perder la beca completa que había ganado en la universidad. Debía mantener los pies en la tierra y no perder el tiempo. Cada segundo contaba.

— Todo bien, nada interesante.

Levantó una ceja al ver a su tía inclinándose sobre la mesa para estar más cerca de él.

— Dime, hijo —sonrió ella como si fuera a guardar un secreto—. ¿Hay alguna chica que esté quitándote el sueño?

Soltó una sonrisa burlona al oírle. Era imposible que Aaron Foster se enamorara. Aunque, claro, siempre podía divertirse. Mantuvo los ojos sobre él cuando sus miradas se cruzaron. La estruendosa carcajada de Aaron se oyó en todo el salón de manera dolorosa. Era como un pequeño recuerdo de que jamás se fijaría en ella. Que no tenían ninguna oportunidad de estar juntos.

— Claro que no —murmuró entre dientes antes de sonreír ampliamente—. Sería muy ridículo.

Apartó los ojos con sus latidos corriendo desbocados contra su pecho. Era obvio.

— Así es mejor, querido, siempre hay arpías que queriéndose aprovechar de los demás —espetó Rachel con el veneno destilando en su voz al lanzarle una mirada por el rabillo del ojo.

Estúpida... Un silencio sepulcral, cargado e incómodo, se sintió en todo el lugar, hasta que él habló nuevamente.

— Haré una fiesta —comentó él—. En la casa de un amigo, claro.

Jodidas fiestas, Amber había empezado a detestarlas con toda su alma. Se negaba a ir a otra durante un largo e interminable tiempo. Estaba harta porque, siempre, algo malo sucedía.

— ¡Eso es fascinante! Megan me lo comentó, dice que irá con un amiguito suyo —dijo Rachel fascinada.



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En el texto hay: celos, celos y drama, corazon roto

Editado: 18.06.2020

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