"Miénteme y dime que no te morías por volver a verla"
Aaron Foster entró al dormitorio de Rex dando un sonoro portazo y fuertes golpes a todos lados. A cada paso furioso e impotente que daba lanzaba comentarios despotricando contra todo aquel que se le cruzaba en el camino. Estaba furioso con Camille, con el idiota de Steve y sobre todo con él mismo.
— ¡Mierda! —espetó enfurecido, sacudiéndose el cabello y soltando gritos roncos desde lo más hondo de su garganta.
Solo al cabo de largos segundos, minutos infinitos e interminables, el silencio lo abrumó de tal manera que la realidad le cayó como peso muerto sobre los hombros. No sabía qué pensar o decir después de todo lo que Amber le acababa de decir. Se sentía culpable, miserable cada vez que la mirada oscura y triste de la castaña se repetía sin cansancio en su cabeza. No tenía idea. Jamás, en aquellas semanas, hubiese creído que él realmente le gustaba. Demonios, de haberlo sabido no hubiese esperado más y se hubiera abalanzado encima de ella sin esperar terceros intermediarios. Le hubiese tomado del rostro y le hubiese dado aquel beso que tanto ansiaba con todas sus entrañas.
¿Y ahora qué? Resultaba que, al parecer, prácticamente la había hecho sentir una mierda. Imaginaba lo mal que Amber podía haber estado cuando, el día anterior, Aaron negó lo más evidente y, para culminar con su idiotez, dejó que Camille lo besara.
¿Cómo iba a saber él que le gustaba a Amber? No sabía qué hacer. Porque, al parecer, mientras intentaba conquistarla, iba perdiéndola a la vez. La había perdido sin haberla tenido antes. Amber jamás seria suya aun cuando intentaba controlar sus calurosos impulsos por verla, saber de ella y hacerle sonreír a como diera lugar. ¿A quién engañaba? Andaba suspirando por esa castaña todo el jodido día.
— Aaron, cálmate, estás siendo impulsivo otra vez —dijo Rex nada más entrar a la habitación con toda la tranquilidad del mundo.
Tranquilidad que él no tenía.
—Vete, Rex, por una vez en tu vida déjame solo.
Pero no lo hizo. Y se quejó internamente que no se tratara de Steve porque, a diferencia, él sí que le obedecía en todo.
— Eres un completo idiota, Aaron. No sé a quién intentas engañar con tu penoso cuento de que ella te importa una mierda pero, ¿adivina qué? Ella sí que lo creyó. Con tu conducta de gran idiota entiendo que no quiera verte más.
Lo sabía. Y la imagen de Amber mirándolo suplicante lo aturdió como una presión al pecho, directo y doloroso. No podía soportar que lo odiara por eso mismo y eso lo enfurecía a la vez. Detestaba haberse convertido en un ridículo chico que no hacía nada más que pensar en ella. Estar con ella era como caminar en barro movedizo. Se hundía sólo con estar allí. Y verla, vivirla o sentirla a su lado era tan intenso como un trago fuerte deslizándose en su garganta.
— ¡Cállate! —gritó Aaron con frustración, sujetándose la cabeza con fastidio—. No me importa.
— ¿No te importa? —siguió diciendo Rex con burla. —. Dime que Amber no te importa una mierda, anda, miénteme en mi cara y dime que no te morías como un verdadero arrastrado por volver a verla. Miénteme y dime que no me obligaste a hacer esta tonta fiesta solo para verla, solo para enamorarla y sentirte dichoso.
Le gustaba, ella le gustaba muchísimo y, aun así, simplemente no podía comportarse como un chico normal con ella. No entendía por qué no dejaba de decir y hacer tonterías todo el tiempo cuando Amber se ponía delante de él. La había herido y lo sabía. Era normal que Larousse ahora lo detestara y eso, muy a su pesar, le dolía.
— En serio, Rex, no te necesito. Por favor, solo vete —farfulló.
Su amigo volvió a ignorarle y Aaron empezó a frustrarse cada vez más. Porque conocía a Rex demasiado, lo suficiente, como para saber que no se detendría hasta dejarle las cosas muy claras. Rex lo conocía muy bien y, de la misma manera, temía por ello.
— Mierda, Aaron, he visto cada una de tus estúpidas sonrisas cuando estás con ella. Incluso te he visto furioso solo porque Amber se dignó a ignorarte. Te conozco como a la palma de mi mano como para haber jurado que no tenías ni una célula de celoso, pero ayer... diablos, estos días estuviste furioso, deseoso de romper todo lo que te rodeaba solo porque te enteraste de que Trenton quiere meterse en los pantalones de tu linda chica —Le recordó sin más, como un fusil lanzado directamente a él—. Miénteme y dime que prácticamente no estuviste controlándola y cuidando que ella estuviera bien, lejos de cualquier Bradford que pudiera herirla como lo hicieron contigo, incluso yendo a su casa para verla y...
— Rex, déjame tranquilo y lárgate.
Aaron intentó regularizar su respiración aun cuando prácticamente había dejado de oír a su mejor amigo.
— Aaron... —murmuró Rex con tristeza—. Es que te tiene comiendo de su mano y ni siquiera lo has notado. Nunca te había visto comportarte como un completo y verdadero idiota hasta que ella apareció, lo tuyo ya es una jodida exageración. Así que piensa en Amber un poco más, ya ha pasado suficiente como para que le compliques la existencia, sé que no piensas admitirlo pero ella te importa demasiado.
— Rex, ¡que te calles!
Rex avanzó hacia él y prácticamente lo levantó de un manotazo. Quedaron cara a cara, enfrentándose y diciéndose las verdades que tanto le dolía. Verdades que ya estaban hechas y que no podía solucionar ni mucho menos cambiar.
— ¿Qué harías si Amber elige a Trent sobre ti?
Eso jamás sucederá, pensó muy seguro.
Vaya, que equivocado estaba…
— Eso es imposible —bufó con dureza—. ¡Trent puede irse a la mierda pero no dejaré que toque ni un solo cabello de Amber! No permitiré que la corrompa a ella también.
Bajó la mirada, sintiendo su pecho doliéndole como nunca antes lo había hecho antes.
— Aaron... —Rex se sacudió el cabello y negó repetidas veces con la cabeza—. Es que no puedes jugar con ella, entiéndelo. Métete esa idea en la cabeza de una vez por todas. Besarte con Camille frente a ella y al día siguiente lanzarle rosas a Amber no es el camino.