Fuera de lugar
Amber reaccionó muy tarde cuando la chica la empujó con tanta fuerza que sus pies resbalaron. Todo quedó en silencio, de pronto. La música se detuvo y los murmullos parecieron apagarse a su alrededor tan pronto cayó al suelo de un golpe seco. Y lo sintió. Abrió los ojos en desmesura fría y dolorosa cuando una corriente helada recorrió todo su cuerpo. Boqueó en un desesperado intento por conseguir aire mientras la pelirroja continuaba echándole uno de las enormes fuentes repletas de hielo. Su cabello húmedo y su vestimenta de trabajo parecían no importar en absoluto cuando Jane terminó por lanzarle un par de platillos también.
Amber se sentía ridícula y avergonzada, el furor enrabiando su ser al verse el espectáculo de aquel lugar. Todo estaba mal, era apenas su primer día de trabajo y, después de eso, estaba segura de que la echarían. Estuvo segura de ello cuando vio al dueño del lujoso restaurante, que para su mala suerte estaba allí ese día, dirigiéndose a ambas a paso firme y furioso. Pero no podía moverse. Apenas bastó intentar levantarse cuando un fuerte tirón le arrancó un sollozo a dolorido, su garganta rugiendo en bajos jadeos desesperados al sentir su pie dolerle en desmesura.
—Estúpida zorra... —escupió la pelirroja, mirándola entre asqueada y triunfal—. Aléjate de él —murmuró mientras se agachaba a su lado y le daba un último empujón que, debido a su incapacidad por levantarse, terminó por tumbarla al suelo—. Aaron es mío. Estamos algo distanciados pero lo conozco muy bien y sé que sigue enamorado de mí, así que deja de ser un estorbo y déjalo en paz.
Déjalo en paz... Rió sin poderlo evitar al pensar que, en realidad, era él quien la buscaba. No podía con eso. Estaba realmente cansada de soportar las burlas y humillaciones de los demás como para detenerse a controlar la mínima dosis de adrenalina que la recorrió como un disparo en cada parte de su ser. No pensó en las consecuencias cuando simplemente la tomó de los cabellos y haló de la pelirroja hasta que pudo tenerla a una distancia considerable.
—Es una lástima que le importes tan poco que te haya mandado a la mierda hoy mismo —espetó con fría burla—. Has lo que quieras con él o quien demonios quieras... —entonces la empujó y sus ojos llamearon con dolor sobre el grupo de personas que se amontonaban a su alrededor—. Pero no te metas conmigo. No es mi culpa que hayas sido tan estúpida como para arruinarlo todo con él.
Jane, tan impulsiva o quizá peor que el mismo Aaron, pareció enfurecerse aún más. Y pudo haberse abalanzado encima suyo si unas firmes manos no se hubiesen posado en las caderas de la pelirroja. Su mirada subió hacia ellos y sintió su corazón detenerse un doloroso instante al ver a Aaron irse con la pelirroja a rastras.
—¡¿Qué está sucediendo aquí?!
Un señor alto y fornido se detuvo frente suyo y contempló con una mueca cargada de asco todo el desastre que había ocasionado. Los nervios la inundaron o, peor aún, sintió el amargo sabor de su última esperanza siendo destruida. Sabía que la echarían y, entonces, todos sus planes se arruinarían. Porque había estado esperanzada en que en aquel restaurante conseguiría el suficiente dinero como para, finalmente, poder mantenerse en un lugar decente y pulcro. Todo se había arruinado por los ridículos celos de una chica que ni siquiera conocía. Y los veía. Vio a la distancia a Aaron hablando con el rostro rojizo a la delgada figura de Jane. Unos brazos la ayudaron a levantarse y sintió su rostro enrojecer de la vergüenza cuando Theodore Bradford, el dueño de aquella cadena de restaurantes de lujo, apuntó la entrada con furia. Entonces Amber Larousse pensó que jamás sentiría una vergüenza semejante al ser despedida de aquella manera en público.
—¡Estás despedida! —rugió enfurecido y ella dio un par de pasos torpes, lágrimas de impotencia conglomeradas en sus ojos.
—No... —murmuró con sus ojos ardiéndole en desmesura—. Ella empezó. Yo solo estaba llevando la comida y ella me tiró la comida en...
—¡No me interesa! —siguió diciendo el señor mientras iba hacia ella y le arrancaba la placa dorada que cubría la parte superior izquierda de su uniforme—. Deja tus cosas en mi escritorio y vete de aquí.
—Señor Bradford, yo no...
El desplante fue todo lo que ella recibió como respuesta. Y sí, todo estaba hecho un desastre a su al rededor, pero a juzgar por el piso algo embarrado, pensó que su dignidad y su corazón estaban hechos trizas irreparables. Arrastró los pies como pudo y después de largos minutos encerrada en uno de los cubículos del baño, sujetándose la cabeza y maldiciendo la mala suerte que tenía siempre, lloró en silencio como hacía tanto no lo hizo. Lágrimas gruesas y furiosas se arrancaron de sus ojos, de su alma, pensando y despotricando, sin pensar, en Jane, en Rachel, Megan e incluso en Marcel. Los odió a todos y cada uno de ellos. Aunque ninguno tuviera la expresa culpa de que su vida siempre fuera un completo desastre. ¿Qué haría ahora? Sin la buena paga que aquel restaurante iba a darle, creía imposible pagar algún alquiler decente. Quizá podría regresar como perro con la cola entre las patas a Gregory's y pedir que reconsideraran su regreso pero, en realidad, solo tenía que recordar el rostro molesto de Kim, la jefa, al decirle que jamás pensara regresar.
Todo estaba hecho un desastre. Amber se levantó y consiguió arreglar sus ropas, su cabello y, después de lavarse el rostro un par de veces, salió cojeando y soltando bajos quejidos cargados de dolor directa al despacho de Theodore Bradford. Jamás debió aceptar la propuesta de Tristán cuando le dijo que tenía un bien puesto para poder trabajar algunas horas. Sabía que lo hizo por Hale pero, de todas formas, le pareció, además de un buen gesto, ideal y perfecto para ella.
—Theo, te estoy diciendo que ella no tiene la culpa. La conozco demasiado bien y Amber no es problemática. Dudo mucho que haya sido ella quien empezó.