De verdades y dolores
Fue difícil meterla a la ducha y, con ella abrazada a su cuello como si la vida le dependiera de ello, intentó ignorar las ebrias risas que Amber profería en un murmullo en su oído.
—Amber, demonios, pon de tu parte —dijo, de pronto, sintiéndose aún más estúpido al notar que intentaba conciliar con alguien que no estaba en sus cinco sentidos.
Entonces soltó un bufido cansino, agotado cuando ella se aferró aún más a él para darle besos en todo el cuello. Fue en ese preciso instante cuando terminó por perder la paciencia. Debía sacarla de esa embriaguez a como diera lugar o no podría quedarse en paz hasta el amanecer.
Así que lo hizo.
Con una sonrisa maléfica, le dirigió una última mirada juguetona antes de soltarla como peso muerto en la bañera repleta de agua helada.
—Lo siento, princesa —dijo con fingida inocencia cuando un fuerte chapoteo cubrió el cuarto de baño.
Presionó las manos sobre los hombros de la muchacha, intentando aferrarla dentro de la tina mientras ella hacía todo lo posible por salir, mirándolo suplicante, desesperada. El pecho de Amber incluso subía y bajaba de manera agitada, boqueando en busca de oxígeno por el frío que empezaba a calarle los pulmones.
—¡Aaron! —exclamó afligida, los ojos abiertos en desmesura.
Chasqueó la lengua y compuso un puchero en los labios a manera de gracia, pero apenas por un segundo.
—Lo lamento, nena, pero es por tu bien.
Al menos él sí lo disfrutaba.
Tampoco fue tan difícil, al cabo de largos minutos ella pareció estarse quedando dormida, tan inconsciente que parecía hundirse dentro de la bañera si él no la hubiese sostenido.
Aaron Foster no era cuidadoso ni mucho menos delicado, era naturalmente tosco y brusco, sin medir las consecuencias de la fuerza que utilizaba para hacer algo. Quizá por eso, cuando la ayudó a salir de la tina, no la rodeó de la cintura suavemente ni la empujó contra su cuerpo como si fuera lo más delicado del mundo.
No
Se levantó con pereza y la alzó para, después de colocarle una toalla con descuido, ella temblando con los dientes chasqueando sonoramente, cargarla como a un saco de papas. Caminó entre bostezos a su habitación, o a cualquiera porque a esas alturas de la noche no tenía idea ni por dónde caminaba, y la depositó sobre la cama.
Amber se talló los ojos con la palma de la mano y lo miró extrañada, somnolienta. Las manos entorpecidas y temblorosas sujetaron con dificultad la prenda entre los dedos. Se removió inquieta, vistiéndose casi con desesperación por el inmenso frío que la atormentaba.
—No... Eso no era necesario —murmuró Amber con la voz entrecortada.
No pudo evitar reír, una sonrisa burlona cosquilleándole el rostro. Entonces presionó un par de dedos bajo el pálido y suave mentón de la castaña antes de darle un fugaz beso en los labios.
—Lo era —contradijo—. Si necesitas algo estoy en mi habitación.
No estaba enfadado, sólo cansado de tantas emociones por el resto del año. Si fuera por él mataría cada una de las mariposas y bichos que caminaban por su estómago cuando se trataba de algo tan intenso como Amber. Pero eso era todo.
O quizá no
Porque realmente estaba harto, cansado y furioso de que todo lo malo que le sucedía a Amber lo involucrara. ¿Por qué no podían dejarla nunca en paz? Es más, ¿por qué no hacía ella nada al respecto?
Y bueno, quizá sí que lo hizo pero él nunca se enteraría hasta mucho después.
Por ahora, se limitó a desvestirse entre escenas fugaces que el mundo onírico le brindaba, acunándolo en el cansancio de aquel día. Se tumbó y dio un último bostezo antes de cerrar los ojos.
Sus sentidos se apagaron y su respiración se hizo profunda, los párpados bajos y cerrados, durmiendo tranquilo cuando en peso se apoyó en el colchón. Y unos brazos lo redoraron con cuidado, temiendo despertarlo y queriendo protegerlo.
Una calidez cubriéndolo y un suave beso en su mejilla bajo la oscuridad de aquella noche de invierno lo mecieron entre sueños.
|...|
—Aaron, te he dicho que estoy bien. No quiero que te metas en problemas y menos por mi culpa —murmuró antes de cerrar su mochila y colgársela al hombro.
Soltó un largo suspiro al verlo recostado sobre el auto, buscando con insistencia a alguien con la mirada. Sabía lo molesto que había estado desde aquella noche, molesto y decidido a encontrar a Taylor quien, para su mala suerte, fue el culpable. Apenas recordaba vagamente en imágenes borrosas y confusas al menor de los Bradford extendiéndole un vaso de bebida blanduzca y ella accediendo.
¿Qué iba a saber ella que sería capaz de emborracharla?
Bueno, bien, quizá debió ser más cuidadosa y saber que él no tenía buenas intenciones con nadie. Pero nunca hubiese llegado a pensar que sería el culpable. Después de eso recordaba haber despertado al lado de Aaron con la almohada húmeda, y el baño hecho un desastre que más tarde se encargaría de limpiar.
—No, Amber, nadie puede solo llegar y hacerte eso. Y si tengo que obligarle a entenderlo pues por la mierda que lo haré —bufó furioso.
—Ya pasó una semana, Aaron, olvídalo. Ya le mande a la... —carraspeó sonoramente y tragó en grueso, recordándose internamente que no debía repetir las palabras malsonantes que Aaron utilizaba a diario, aunque aveces no podía evitarlo—. Lo solucioné.
Una mirada cargada de incredulidad se dirigió a ella, Foster riéndose de lo que acababa de oír.
—¿Tú? —rió—. Pues perdóname si no te creo, eres incapaz de hacerle daño a nadie —escupió.
En aquellas semanas juntos había aprendido que, ciertamente, hacerlo enfadar era tan fácil como oírlo burlarse. Aprendió cómo lidiar con aquel carácter tan intenso que él tenía. Porque Aaron Foster podía llegar a ser el chico más dulce y cariñoso, pero podía ser algo idiota cuando se enfurecía.