Secretos
Amber deseó una vida más fácil y sin tantos problemas cuando tuvo que hacerlo. Añoró con todo su ser tener algo más que una supuesta familia incierta y que, de pronto, no era más que una mentira. Lo quiso con todo su ser mientras entraba al despacho de su tío con el pie cojeando y con la luz de la luna entrando desde la ventana, todo tan oscuro que apenas podía ver las sombras del hombre, viejo y acabado, sentado detrás de un escritorio de caoba como si de un preso se tratase.
Todo frío y fúnebre hicieron su cuerpo congelarse de pies a cabeza.
Decía ser su padre y no había ido ni una sola vez a verla. Había dicho que era su padre y nunca se preocupó por ella ni mucho menos evitó que Rachel la maltratara como lo hizo.
Algo simplemente no la convencía. Lucía tan irreal que probó la suerte de ser toda una mentira.
Y quizá sí lo fue.
—¿Qué te trae por aquí, Amber? —preguntó Miller con indiferencia, la espalda recta y la voz tan ronca como apagada.
Casi soltó una risa burlona ante aquel comentario tan hipócrita. Acababa de decirle una tontería sobre su familia, ¿y le preguntaba qué la traía por ahí? Quiso por una vez en su vida escupir palabras malsonantes y denigrantes hacia él.
La brisa de invierno que entraba por las rendijas amplias de la ventana la despertaron como golpe gélido hasta hacerla temblar, obligándola a reaccionar.
—Estoy yéndome de la mansión en dos días.
¿Adónde?
Algo se sacudió dentro suyo de la frustración al saber que la única opción que había encontrado era un desastre. Era aquel piso que parecía estar cayéndose en pedazos o, ser una molestia y preguntarle a Aaron o a Hale.
Sin embargo su tío pareció alterarse ante ello. De pie bajo los estantes de enormes libros viejos, púsose de pie enérgico y altivo, las manos golpeando sobre el costoso mueble y el rostro tenso.
—Amber, piensa bien lo que irás a hacer con tu vida.
Odiaba a cada uno de los Miller, vivía como plagas que bebían sus energías al aprovecharse tanto tiempo de ella. Así que fue imposible no alterarse de igual manera y defenderse recta frente a él, segura y furiosa.
—No tengo ninguna razón para quedarme.
"Tu padre" rió entre dientes al recordar aquellas palabras.
—Yo...
—Y tú no eres quién para eso. No eres mi padre, siquiera. Agradezco... —Se obligó a decir con dificultad, las palabras saliendo como vómito verbal de ella con desagrado, casi escupiendo las palabras—. Haber permitido que me quedara aquí pero no lo acepto. Estar aquí ha sido una tortura, tan horrible que cada segundo en este lugar me hacía desear huir lejos. No puedo más. Y tú... —espetó bruscamente—. No eres mi padre y nunca lo serás.
Miller la miró confuso por un instante antes de que un resoplido cayera en el despacho como un eco golpeando las paredes entre sí.
—Amber... —bufó él entre frustrado y divertido—. Por algo no tienes mi apellido, no eres mi hija. Sólo lo eres como una. No he sido el mejor... tío —carraspeó incómodo—. Pero eso no significa que no te quiera. Me siento culpable por todo lo que Rachel te hizo y me apena lo que día a día debes pasar desde la pérdida de tus padres. Tan pequeña...
Aquello la golpeó de tal manera que tuvo que retroceder un par de pasos para hacerse saber que todo seguía siendo real. Le dolía tanto que cada una de las personas que aluna vez quiso la abandonaran, dejándola sola en aquel lugar como si no valiera en lo más mínimo para nadie, que aquello le supo peor que una bofetada. Sus ojos de entrecerraron y sus labios se fruncieron en una mueca de tristeza, frustración, su respiración entrecortada al saber que estaba restregándoselo en la cara.
Además, ¿Por qué parecía de pronto contradecirse a sí mismo? Primero decía no dejar que ella se fuera por parentesco directo y luego negarla como si fuera lo más normal del mundo. Nadie allí lo era. Todos se esmeraron en tratarla de la peor manera posible, la explotaron prácticamente a mantener una enorme casa con todas las obligaciones que tenía. Pero era muy consiente de su situación.
Sabía que mientras trabajaba y "sudaba la gota gorda" por mantener toda su vid en orden, debería quizá estarse divirtiendo como sus amigas, haciendo vida social y viviendo en grande como cualquier muchacha de su edad. Pero así vivía ella. Era una mezcla de agobio y frustración que parecía intensificarse de la peor manera con cada día que transcurría. Lo odiaba.
—Pero... —Recitó con tranquilidad, como si hubiese practicado aquella frase una y otra vez hasta el cansancio hasta altas horas de la noche—. Si quieres irte pues, bien has dicho, no soy quién para hacerlo. Suerte —murmuró antes de encender la pequeña lámpara vieja en una esquina del escritorio y fijar la mirada sobre uno de los tantos papeles en él, ahora más relajado pero aún tenso.
Bien, porque ella se moría por largarse de aquella mansión de los tormentos.
Sentía que nada tenía sentido y que algo le ocultaba pero, realmente, ya estaba cansada de tanto desastre y drama en su vida. Por una vez quería ser una chica sin preocupaciones, con una familia que la quisiera y un lugar suyo donde vivir.
Lo había pensado además. Pero ya era demasiado extraño y con incidente que, aún siendo su padre, ni Marcel ni ella tuvieran el detestable apellido Miller, y Megan sí cuando prácticamente eran de la misma edad. Como fuera, ya cansada de todo y aburrida de su propia existencia, salió de allí cerrando un portazo, viéndose molesta y fastidiada bajo los atentos ojos de su tío. Todo estaba hecho un caos dentro de ella.
Pero paso a paso y segundo a segundo sentía el alma caérsele a los pies. Tenía un nudo en la garganta y los ojos le escocían con furia mientras pensaba en cuánto tendría que pasar para que su vida fuera más tranquila y con menos problemas de los que ya tenía. Su corazón incluso retumbaba con fuerza y dolor contra su pecho hasta herirla, hasta que tenía algo te titulándola por dentro, abrumándola hasta el límite al que jamás antes hubo llegado. Quería sacudirse los cabellos y gritar a todo pulmón su mala suerte, deseaba soltar todo aquello que tuvo guardado durante años tortuosos y momentos dolorosos, sintiendo el primitivo instinto de llorar de la rabia.