¿Marcel?
Le había dolido jodídamente mucho. Estuvo ardiéndole parte de la ceja incluso cuando, minutos después, se había cruzado con Amber casi por casualidad. Así que apenas le dio tiempo de fingir una sonrisa arrogante y de guiñarle el ojo con dificultad para que una mueca de preocupación surgiera en el rostro de la castaña. Los ojos marrones oscuros e intensos se fijaron en Aaron con asombro, inspeccionándolo de pies a cbeza para cerciorarse de que todo andaba bien.
—Nena... —murmuró rodando los ojos cuando ella lo sujetó del brazo y, algo tensa, lo condujo por todo él salón, subiendo las escaleras y empujando a todo aquel que se cruzaba en su camino hasta que dieron con la puerta que conducía a los baños—. Demonios, estoy bien.
Pero la puerta cerrándose con fuerza lo sobresaltó como única respuesta. Esperó casi impaciente a que ella dijera algo pero sin dejar de observar, con una sonrisa traviesa, cómo se movía por todos lados en busca de algodón y un montón de sustancias que no sabía qué diablos era.
Así que, rendido, se apoyó con dificultad en la puerta. Se limitó a sacudirse el cabello de manera distraída cuando, sin poderlo evitar, su mirada se perdió con cautela sobre la figura de la joven que revoloteaba frente a él. Observó las piernas desnudas de Amber, cómo se inclinaba sobre el lavadero para alcanzar algo que, para variar, no le interesaba qué era. Los dedos de Aaron se perdieron sobre sus labios heridos, acariciándolos ligeramente mientras sus ojos se abrían cada vez más hacia ella, deseoso por captar cada pequeño instante.
Hasta que repentinamente la tuvo al frente suyo, tomándolo del rostro con cierta brusquedad y mirándolo ceñuda, extrañada.
—¿Cómo te hiciste esto? —preguntó preocupada—. No puedes ir por el mundo discutiendo, Aaron.
Alejó las manos temblorosas de Amber de su rostro y, con una sonrisa ladeada y arrogante, le dio un lento beso en el dorso. Verla tan preocupada por él había que su estómago diera un brinco, su corazón latiendo desbocado ante las palabras que salían de la boca de la castaña. Saber que se desvivía por él le causaban ganas de abrazarse a ella hasta el amanecer, comerla a besos en todo ese lindo rostro que tanto adoraba.
—Los amigos de Rex estaban jugando —Se encogió de hombros, evitando decirle la verdad que, en ese momento, no sabía cómo reaccionaria—. Nada importante, de todas maneras no tendré que verlos más.
Sobretodo a Jayden.
Su mano fue sujetada por una mano suave, y más pequeña que la suya, antes de dejarse conducir fuera del baño, recorrer el pasadizo y adentrarse a una oscura habitación que lo hizo sonreír aún más.
—Traviesa —murmuró una vez sus pies tocaron la habitación y, cerrando la puerta detrás de él, abalanzarse a abrazar a Amber.
La estrujó contra su cuerpo mientras sus pulsaciones se aceleraban hasta el punto de sentir su corazón golpetear furioso contra su pecho. No esperó siquiera un instante en inclinarse para hundir el rostro en el delicioso cuello de ella, en darle besos por doquier mientras irremediables suspiros hondos se escapaban de su boca, sin temor alguno de miradas curiosas observándolos por doquier. No se detuvo al llevarla al cómodo colchón ni cuando su mano empezó a perderse lenta y casi imperceptiblemente por debajo de las prendas de Amber.
Hasta que ella se alejó con rapidez de él. Con el ceño fruncido, le lanzó una mirada furiosa por la interrupción pero dejando que lo sentara en la orilla de la cama.
—Quería limpiar esas heridas.
—No es muy grave —excusó veloz antes de sujetarla de la cintura y acercarla a él con toda su innata brusquedad que la hizo caer sobre sus piernas de golpe—. Pero podríamos aprovechar el tiempo para algo más productivo —Le susurró al oído mientras jugueteaba con la abertura de la falda.
Esperó a que ella le sonriera o que accediera a su humilde petición. Pero esperar por largos segundos bajo la desconfiada mirada de Amber no fue lo que esperó. Creyó incluso haberla engañado, porque no tenía la menor idea de cómo decirle que acababa de conocer a su estúpido ex—novio Jayden quién, por cierto, le dio un par de golpes de saludó. Es más, mencionárselo a Amber le parecía una completa insensatez. ¿Por qué debía recordarle a su chica la existencia de un pobre imbécil?
—Dime la verdad, Aaron. Te vi... —suspiro pesadamente—. Te vi conversando con Jayden abajo. ¿Qué sucedió?
—Mierda...
—Aaron, ¿qué tan malo podría ser?
Lo pensó bien, casi fingiendo estar concentrado mientras apoyaba la cabeza en el hombro de la castaña, acurrucándola contra su cuerpo hasta que una oleada de tranquilidad lo albergó por completo. Le encanta esa sensación de paz que tenía cada vez que ella estaba a su lado. Era como un calmante a ese remolino de sensaciones intensas que aveces solían consumirlo.
—Es un idiota, ¿necesito decir algo más? Tranquila, nena, no volveremos a saber de él por buen tiempo.
Eso esperaba él, por supuesto.
Pero ahora, mientras se tumbaba a la cama con ella abrazada como si su vida dependiera de ello, no importaba nadie más que Amber Larousse.
Ella era todo lo que importaba.
|...|
—Odio esto, ¿por qué demonios no arreglaron el elevador? —Lo oyó escupir detrás suyo, agitado mientras, escalón a escalón, subían sudorosos hasta el último piso donde se encontraba el apartamento de Aaron—. Es más, ¿en qué... momento tuve que... elegir... tan arriba? No... puedo... más—inspiró con fuerza, sujetándose de la baranda de manera exagera como si estuviesen masacrándolo—. Sigue sin mi, princesa, luego te alcanzo.
Amber Larousse rodó los ojos, apoyada en una de las columnas mientras veía a Foster quejarse y arrastrarse por las escaleras. Sabía que había sido muy agitado subir catorce pisos con las tantas maletas que llevaron, pero lo conocía lo suficiente como para saber que estaba exagerando.