Nada había salido bien. Amber había ido con todas las energías y ganas del mundo, pero, al parecer, no era muy bienvenida en la familia de Aaron.
―Eso no es verdad ―murmuró él como si acabase de ver a un fantasma―. Madre no...
Entonces, como si el castaño se hubiese acordado de algo, volteó a verla y le dirigió una fija mirada que pudo ser fácilmente confundida entre vergüenza y lastima.
―No... ¡Camille! ¡Ven aquí!―apenas la miró antes de ir detrás de la rubia que acababa de dejarla con la boca abierta.
Aaron acababa de irse detrás de Camille, ¿acaso eso podía empeorar?
El silencio de pronto se hizo tan fastidioso que sus latidos parecieron incrementarse con cada segundo que transcurría. Sus hombros cayeron y su mirada se perdió en el pasillo, allí donde las siluetas de Aaron y su amiga habían desaparecido por completo. Peor aún, estaba dejando que se fuera con aquella muchacha que solía ser la amiga con derechos de su actual pareja. Pero confiaba en él, sabía que fuera lo que tenían que hablar, no le haría daño. Él la quería y, por una vez, debía confiar en él si quería que la relación entre ellos se fortaleciera.
―Amber, no le hagas caso. Solo quiere llamar la atención de Aaron, como siempre ―oyó decir a Maddison en un vano intento por tranquilizarla.
No sabía qué le molestaba más, que la madre de Aaron la detestara, que Camille estuviera allí o que él hubiese seguido a la rubia como un perro faldero con la cola entre las piernas.
―Pues ya lo consiguió, no tardó nada, ¿no?.
―Alex, ¡Cállate!
Espero en silencio, sin saber qué hacer para no estallar frente a todos. Pero más estúpida se sintió cuando, después de casi media hora, ninguno de los dos jóvenes regresó. No oía la molesta voz de Aaron retumbar por los alrededores ni mucho menos la chillante de Camille. Siempre Amber se mantenía al margen, esperaba en silencio y trataba de no oír a nadie. ¿Por qué debía ser tan tonta como para permitir que pasaran por encima de ella? Incluso allí, en la casa de Aaron, había alguien que la quería muy lejos y a metros de distancia.
No dijo absolutamente nada. Se puso de pie y, con el corazón latiendo tan lento que parecían sus latidos extinguirse segundo a segundo, salió de la estancia. ¿Qué era eso tan importante que Aaron debía hablar con ella como para que se alejaran de esa manera?
No tenía idea de dónde en aquella enorme casa podían encontrarse y eso la desesperó aún más. Al menos hasta que los vio de pie al lado de la pileta que se encontraban estacionados al exterior del hogar. Salió cuidadosa, el ceño fruncido al ver el pálido y muy serio rostro de Aaron inclinarse hacia la enérgica de ella.
―Quiero que te largues de aquí y la dejes en paz ―Lo oyó decir con tanta dureza que una corriente gélida recorrió toda su columna―. Como te vea hablando con ella, como le digas una sola palabra de esto me vas a recordar por siempre, Camille, estás advertida. No te quiero ver cerca de Amber jamás, ni una mirada, ninguna palabra o voy a borrarte esa estúpida sonrisita para siempre.
Frunció el ceño, apenas entendiendo lo que decían mientras se acercaba a tientas hacia ellos. Pero lo oyó. Fue lo suficientemente audible como para que su pecho se estrujara ante la idea de que, en realidad, Aaron le estaba ocultado algo muy grande. ¿Qué podía ser aquel secreto tan grande que le ocultaba con Camille? ¿Acaso la había...?
Casi sintió sus manos temblar aún más del dolor y la furia cuando Camille le dirigió una maliciosa mirada en la lejanía.
―No sé de qué me estás hablando. Solo quería contarle de...
―¡Nada, joder! ―soltó un grito estruendoso―. Sabes muy bien de qué demonios hablo ―soltó entre dientes.
Caminó a trompicones, sin ser aún consiente de lo que sucedía pero con el corazón latiendo tan fuerte que parecía estarse saliéndose del pecho.
―Oh, espera... ¿Hablas sobre la apuesta? ―dijo Camille de pronto con una sonrisa inocente―. ¿Sobre esa pequeña apuesta que hiciste con Megan? Ya sabes... desvirgar a tu estúpida noviecita. Ya que lo lograste, quería saber si ibas a compartir el premio conmigo ―Se insinuó―. Creí que te daría mucho dinero y...
―¡Que te calles, joder! Eso no...
―¡¿No qué?!
Se detuvo. Todo su alrededor pareció detenerse por largos e interminables segundos. Todo aquello que pensó ser tan perfecto al lado de Aaron se volvió tan irreal que se sintió aún más ridículo. Eso no podía ser cierto, era... imposible.
Y estaba fuera de control. Cada paso que daba hacia ella con furia le dolía en alma como puñaladas, su respiración estaba tan agitada que, sin saberlo siquiera, un torrente de lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas.
Porque era verdad. Marcel se lo había dicho antes e incluso parecía recordarlo de algún lugar.
Un par de miradas se dirigieron hacia ella cuando, furiosa, arremetió contra Aaron de un golpe directo.
―¡No, Amber!
―¡¿No qué?! ¡Me mentiste!
―¡No te mentí, Amber, suéltame! ¡Déjame explicártelo!
Forcejeó furiosa, removiéndose inquieta entre los brazos que la sujetaban con desesperada fuerza contra él. Su corazón, palpitando furioso a velocidades inhumanas contra su pecho, interrumpía su respiración de manera entrecortada. Toda su mente pareció haberse nublado de pronto, incapaz de pensar en algo más, sin apenas reaccionar a lo que acababa de suceder. Todo a lo que atinaba a hacer era a golpear sus puños con dolorosa fuerza contra Aaron y, por primera vez, no le importó nada más. Soltó el torrente de lágrimas que apenas le permitía respirar con dificultad. Un nudo en la garganta aceleró sus pulsaciones y todo a su alrededor se desvaneció como si de un sueño gris se tratase.
―¡¿Qué?! ¡¿Qué tienes que explicar?! ¡¿Qué estuviste jugando conmigo todo este tiempo?!
Aaron se detuvo bruscamente y, sin apenas soltarla ni un poco, levantó la vista por encima de su hombro con todo el enfado y rencor que le fue posible dirigir.