Amber

Capítulo 40: Adiós, Amber

Adiós, Amber

 

Estuvieron callados durante el camino de regreso. Estaba cansado y sus ojos le ardían tanto que amenazaban con cerrarse en cualquier momento. Temía quedarse dormido mientras conducía camino a casa, en medio de la carretera podía resultar tan peligroso que, luchando con sus parpados que cada vez le resultaba más pesado.

―Amber... ―murmuró cansado, la voz ronca apagándose lentamente con cada palabra que salía de sus labios―. Amber, dime algo o me quedaré dormido.

Era demasiado tarde pero lo único en lo que podía pensar en aquel momento era en todos los problemas que empezaban a construirse entre los hermanos Larousse. Se sentía tan culpable que temía que Amber, cada vez más lejana a él, pensara lo mismo.

―Aaron, lamento que tengas que hacer esto ―murmuró ella mientras encendía la radio a todo volumen, tan ruidoso que sus ojos se abrieron exaltados―. Sé que estás cansado y...

―No, no te disculpes. Vine aquí solo por ti, no iba a quedarme si no estabas tú y lo sabes bien ―replicó―. No quería que te pelearas con Marcel, vine con todas las intenciones de pasar un fin de semana increíble contigo pero no importa qué haga, él me detesta.

Amber quedó callada durante largos segundos en los que pareció estar pensando aquello. Todo iba espectacular hasta que Marcel apareció, un día cualquiera y fingiendo ser el mejor hermano del mundo que, jamás, la había abandonado en una casa donde era maltratada y odiada. Si hubiese estado en sus manos o si, al menos, en aquellos tiempos hubiese estado con Amber, nunca hubiese pensado siquiera en dejarla en la mansión Miller. Recordaba haberse desvelado noches pensando en lo mal que ella podría estarlo pasando, cuando iba con la ridícula excusa de querer visitar a la señora Rachel cuando, en realidad, sentía morirse por ver que Amber estuviese bien.

Habían pasado por mucho y, después de todo, lograron aquella tranquilidad que tanto necesitaban como para que un hermano hipócrita y sin derecho a criticarla, fuera a arruinar la vida de Amber.

―Siempre quise que volviésemos a estar juntos, tener una familia o un lugar donde me quisieran. Marcel es la única familia que tengo realmente, ¿sabes? Y entiendo que no quiera que nadie me haga daño pero esa no es la manera en la que debería comportarse ―La oyó decir con tristeza―. Quisiera que todo fuera diferente, que se llevaran bien.

Si tan solo hubiese hecho las cosas bien con Amber desde el inicio, si la hubiese tratado en su momento como ella lo merecía, nada de eso estaría sucediendo. Lo sabía, sabía mejor que nadie que Amber quería a su hermano y que estuvieran juntos como alguna vez lo estuvieron. El único problema, el único que estorbaba entre los Larousse era él, Aaron Foster.

Intentó convencerse de que podía dejarlo pasar, de convencerla de que no lo necesitaba. Ella había pasado casi cinco años sin Marcel, no lo necesitaba ahora ni mucho menos. Pero cada vez que las cosas entre ellos mejoraban y estaban de maravillas, siempre, en cualquier momento, aparecía el hermano y todo se arruinaba. Cada vez que Marcel pasaba tiempo con ella sentía que la perdía, que se escapaba de sus manos.

Cuando Amber le decía que pasaría tiempo con su hermano, feliz y con una preciosa sonrisa en el rostro, él solo atinaba a darle un beso de despedida y a decirle que lo pasaran bien. Nunca daba a entrever lo ansioso que se ponía al pensar que, en esas horas que estaban juntos, Marcel podía despotricar contra él y convencerla de que no debían continuar juntos.

Pasaban los días, las semanas transcurrían veloces y Marcel parecía estar esmerado en recuperar a su hermana a como diera lugar. Ellos parecían estar mejor que nunca, pero Marcel y Aaron no dejaban de discutir ni un minuto. Las cosas entre ellos estaban tan tensas que no importaba qué hiciera ella, el mayor de los Larousse aprovechaba cualquier momento para discutir.

Hasta aquella última vez cuando las cosas se aclararon para Aaron de una manera dolorosa. Una tarde en la que las discusiones entre ellos terminaron siendo golpes en las gradas de las escaleras. Aaron nunca se había atrevido a ponerle una mano encima a Marcel por ella, por mucho que lo empujara o le diera golpes donde quería. Aquel día simplemente estuvo tan cansado de aquella situación que no lo pensó ni le importó ni un segundo.

Le golpeó con fuerza y descargó toda aquella furia y odio que sentía hacia él. Atestó golpe tras golpe, encima de Marcel y presionando los puños en su rostro con molestia. Estaba tan enfurecido golpeándolo que no pensó en nada más hasta que una voz llegó a él con desesperación.

―Eres una zorra para él, Amber, es una pena que dejes que este muerto de hambre controle tu vida. Así que bien, sigue siendo su puta de turno, yo me largo de aquí ―fue aquello que dijo Marcel lo que terminó por destruir todo a su alrededor.

Vio cómo los ojos de Amber se empañaban de lágrimas, como un puchero tembló en sus labios y su furia se desbordó. Y eso él no lo pensaba permitir jamás. Nunca, por nada del mundo, podría permitir que alguien le hiciera daño, por muy hermano que fuera de ella. Aaron se había encargado muy bien de que Amber no volviera a derramar otra lágrima más como para que el estúpido de Marcel arruinara eso también.

Fue detrás del alto muchacho y lo alcanzó en medio del pasillo, tomándole del cuello de la camisa y girándolo abruptamente hacia él. Aunque apenas pudo levantar el brazo cuando Larousse ya lo había empujado por las escaleras. Su cuerpo cayó dolorosamente sobre las gradas y un quejido de dolor se escapó de su boca cuando Marcel lo alcanzó, lo alzó y le atestó un golpe directo a la mejilla que pareció capaz de romperle el rostro.

―Eres la peor mierda que existe ―Se burló Marcel con furia.

―¡Marcel, suéltalo! ―gritó Amber, bajando por las escaleras y corriendo hacia ellos.



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En el texto hay: celos, celos y drama, corazon roto

Editado: 18.06.2020

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