Problemas y años después
Amber Larousse lanzaba miradas cargadas de preocupación mientras continuaba conversando con Madisson, la hermana menor de Aaron. Intentaba prestarle su atención completa a la pequeña rubia y prestarse a aquella felicidad que destilaban todos allí. Pero no podía, no cuando Foster había estado tan extraño últimamente.
—Aaron se ha comportado muy... raro esta semana —murmuró abatida mientras lo veía hablar tan inquieto como histérico con Rex.
Madisson solo sonrió aún más como si aquella reacción pir parte de Amber tan solo le causara gracia. Era de una de aquellas reuniones que la madre de Aaron organizaba, junto a los amigos más cercanos de la familia, con un delicioso banquete que duraba todo el día. Estaban incluso los Bradford, Rex, Joe, algunas de sus amigas más cercanas y, por si no fuera poco, Megan Miller, aquella prima suya que tantas molestias le había causado, estaba cómodamente sentada en una de las altas sillas del salón. Aquel panorama era de la más inusual, además de lo intranquilo que Aaron se comportaba. Había intentado hablar con él varias veces, pero todo lo que consiguió de él fue una palmadita en la espalda. Lo conocía de muchos años, lo hacía tan bien que por muchas sonrisas que le diese, algo no andaba bien.
—Deben ser imaginaciones suyas. Se ve mejor que nunca.
Un estrepitoso barullo retumbó en el amplio salón donde todos se encontraban comiendo y conversando. A metros de distancia de ellas, Aaron Foster miraba furioso a Rex cuando todos callaron.
—No lo creo. Iré a ver qué sucede.
—¡No! Solo quédate aquí conmigo, te prometo que estará mejor en un instante —Se apresuró a decir.
—Vendré pronto, Madi.
Más confundida que antes, siguió el mismo camino por donde se dirigió Rex quien, tomando Aaron del cuello de la camisa, lo arrastraba por los laberintosos pasillos de la enorme casa. No los vio más cuando la madre de éste, guapa y elegante, se cruzó frente a ella con una enorme sonrisa cálida.
—¡Amber, querida! —dijo antes de abrazarla efusiva—. Estás muy guapa hoy.
Después de tantos años de relación con Aaron, tantas cosas que pasaron juntos, la relación entre ambas había cambiado drásticamente a como era en el inicio. Incluso sentía que la quería de una manera diferente. Ya no era fría ni intentaba alejarla de su hijo como lo había hecho al inicio con diferentes muchachas.
—Buenas tardes, Emily —sonrió.
—¿Buscas a alguien?
—Estaba buscando a Aaron cuando...
—Oh, vamos, no seas aburrida —Haló de ella y la condujo al patio donde varias jóvenes yacían bebiendo frente a la piscina—. Mira, hay algunas amigas que quiero presentarte.
Incluso le parecía que no querían que hablase con Aaron aquel día. Suspiró rendida, dispuesta a olvidarlo un momento cuando vio a un alto y fornido hombre frente a la puerta principal con alguien bajo el brazo. Suspiró profundo y contuvo de cualquier impulso.
—¿Qué hace Marcel aquí?
—Lo invité, pensé que sería una buena idea.
Emily lucía demasiado emocionada y algo allí no fue normal que a las diferentes reuniones que organizaban. Es decir, estaban todos los Bradford allí reunidos, todos sin excepción. Si bien eran amigos de la madre de Aaron, aquello no dejaba de resultarle extraño. Y Megan, ¡¿Qué hacía ella allí?!
—Iré a hablar con Aaron, no entiendo qué está sucediendo —La miró suspicaz y se escabulló antes de que pudiera impedírselo— Ya regreso.
—¡Amber!
Oh, por el amor de Dios
Apenas tuvo tiempo de girar cuando Marce la abrazó efusivo, tan fuerte que temía que pudiese dolerle luego.
—Has crecido tan rápido —sollozó Marcel con emoción y Amber lo miró aún más confundida—. Mírate, ya eres toda una mujer ¡¿Dónde está el idiota de tu prometido?! —gritó y todas las voces callaron como si hubiesen presionado un interruptor.
La manera en la que los miraban, sobretodo a Marcelo como si quisieran asesinarlo entre todos, no terminó de hacerle gracia.
—¿De qué hablas? —rio.
Marcel abrió los ojos hacia ella con culpabilidad, como si solo recién acabase de entender algo importante. Miró incomodo a su alrededor y tomó la mano de su acompañante con fingida y tensa tranquilidad.
—Nada, iremos a sentarnos por allá.
—Pero...
—No —La calló rápidamente, levantando un par de dedos en el aire.
Se perdió por la casa. Avanzó por pasillos y corredizos, buscándolo e intentando relajarse. Lo encontró en la azotea, discutiendo con Rex en la poca iluminación que había. Era hermoso. Había pétalos de rosa y velas alrededor de ellos.
—Déjame hacer esto a mi manera, es...
Por supuesto que, considerando que se trataba de Rex y Aaron, no dudo ni un segundo de quién se trataba la idea.
—Está hermoso... —murmuró sin respiración—. Es precioso, Rex —sonrió encantada—. A Madisson le encantará muchísimo esto.
Rex rio y Aaron soltó un bufido largo, mirándose incluso resentido.
—No es para ella, aunque no es mala idea —Y le dio un rápido codazo a Foster—. Iré a buscarla.
Con los ojos abiertos de par en par, lo vio irse rápidamente.
Allí estaba él, sonriéndole con amor y mirándola como solo Aaron sabía hacerlo.
—¿Qué está sucediendo? —Se acercó a él, de pie en medio del todo con los brazos cruzados.
—Hemos pasado por mucho juntos. Tantos años y luchas vencidas... Nada es perfecto, pero juntos hacemos que esto sea lo más precioso que haya tenido jamás —Le esbozó una sonrisa ladeada y alargó el brazo hacia ella para acariciarle la mejilla lentamente—. Te amo demasiado, tanto como jamás pensé amar a nadie —suspiró lentamente y, mordiéndose los labios, dio un paso atrás para arrodillarse.
No podía creerlo. Amber se llevó las manos al rostro, cubriéndose la boca con el corazón latiéndole desenfrenado. Con la respiración entrecortada, vio cómo abría una pequeña caja aterciopelada frente a ella para dar vista a un precioso anillo. Sus ojos quemaron y se empañaron a cada segundo que transcurría.