Muchos meses atrás...
Era la tercera vez en el mes que su prima Megan hacía una bulliciosa fiesta en la mansión. Había intentado disfrutarlo, pero apenas pudo porque estuvo demasiado preocupada vigilando todo y evitando que borrachos destruyeran la casa de mi tía. Ahora, casi a las dos de la madrugada había otro pequeño problema.
— ¿Por qué no intentas relajarte un poco? —La animó Hale, con un vaso en maso meneándose al agitado ritmo de la música.
La melodía retumbaba con fuerza en sus oídos mientras, a su alrededor, muchos bailaban como si sus vidas dependieran de ello. Las luces de los reflectores incluso caían sobre sus ojos, cegándola. Tenía todos sus sentidos demasiado aturdidos como para permitirle relajarse en un momento tan estresante como este.
¿Cómo podía quedarme tranquila cuando sería yo la que recibiría los castigos por una fiesta que no organicé?
— Hale... no puedo más, será mejor que me vaya
Incluso estuvo conversando con amigos y bailando con otros cuantos, pero no lo estaba disfrutando.
— Amber, creo que estás exagerando —murmuró su pelirroja amiga en un resoplido—. Solo es una fiesta.
— ¿Exagerando? —refutó Amber fuera de sí mientras hacía aspavientos con las manos.
Dio apenas un par de pasos, los zapatos resbalando en el suelo pegajoso de todo tipo de sustancias, y la miró severa, observándola ofendida. Porque simplemente no podía creer que Hale, su mejor amiga, estuviera subestimando todo lo que al día siguiente podría suceder.
— Sabes muy bien que... —Su voz tembló— mis tíos me asesinarán si ven este desastre. Todavía me duelen las piernas cuando la última vez mi tía...
Apenas bastó ver las cejas de la pelirroja elevarse, los ojos verdes mirándola arrepentidos y los labios entrecerrándose sin saber qué decir, para irse de allí. No podía con la tensión que recibía en ese instante ante los recuerdos de su tan lamentable situación. Aunque ahora eso era lo de menos, deseaba poder esconderse bajo las sábanas de su cama como una cobarde y no hacer nada al respecto. Pero quedarse de brazos cruzados y callada, acatando todo lo que su rebelde y desagradecida prima hacía, no iba a permitirlo esta vez, no cuando sería precisamente ella, Amber, quien recibiera los castigos de otra.
— Tienes razón, pero quizá podrías disfrutar esto —La escuchó decir a su amiga detrás suyo—. Prometo ayudarte a limpiar este desastre.
Le dirigió una ligera sonrisa, mirándola en la escasa luz que lograba alumbrar el salón. Los nervios por solucionar todo el desastre la mantenían despierta a esas horas de la madrugada, el corazón estaba acelerado y una corriente gélida viajaba desde su cabeza hasta los dedos de sus pies, erizándole la piel ante cada imagen que golpeaba su mente.
— Gracias, pero no tienes que preocuparte, siempre consigo solucionarlo. Estaré en mi habitación intentando dormir, por si necesitas algo, ¿bien?
Soltó un ligero suspiro cuando un chico rodeó la cintura de su amiga, susurrándole algo en el oído.
— Bien, yo... —dijo Hale con dificultad cuando el chico haló de ella hacía la pista de baile—. ¡Te veo mañana... o más tarde!
Y lo último que vio de ella fue la silueta de un joven moviéndose con gracilidad en una danza movida. Buscó a su prima por todos lados y no la encontró, en la cocina ni en ningún rincón del salón donde podría haberla encontrado con algún hombre, así que decidió ver en su habitación.
Amber Larousse empezó a esquivar a todo aquel que se interponía en su camino. Subió las largas escaleras a trompicones, dando ligeros empujones a los jóvenes que conversaban, fumaban o bebían en medio de los escalones. Dio codazos y golpes hasta que por fin pudo llegar a la segunda planta donde había vivido desde que era pequeña. Recorrió el tan conocido y largo pasillo que la separaba de su habitación. Parejas en medio, besándose o hablándose entre sonrisas, puertas entreabiertas y risas bajas que provenían por detrás de las paredes. Y paso a paso, la música era cada vez más baja, lejana. Apenas se oía un eco a medida que se iba alejando del largo pasadizo del segundo piso.
— Permiso... —murmuró una chica al empujarla, apresurada, acomodándose la ropa y corriendo hacia las escaleras, alejándose de ella tan rápido como podía.
La miró extrañada pero le quitó importancia. No se preguntó a dónde iba ni de dónde venía porque, después de todo, no era su problema.
El ruido ya no aturdía sus sentidos y una ligera, casi inexistente, tranquilidad inundó su pecho de golpe cuando pudo suspirar aliviada solo un instante. Sonrió a la nada cuando se detuvo frente a su habitación, tenía la convicción de que allí encontraría a su prima Megan. Giró la perilla y lentamente abrió la puerta con los inmensos deseos de descansar hasta tarde después de aquel día tan agotador.
Pero entonces lo vio. Un joven, que bien recordaba, giró hacia ella con los brazos cruzados al notar su presencia. Amber se quedó boquiabierta, sonrojándose con desmesura al verlo únicamente en bóxers. Estaba muy despeinado, como si hubiesen pasado los dedos por su cabello innumerables veces, y respiraba agitado, la mandíbula presionada en una fina línea recta. Desvió los ojos desde las piernas hasta el pecho ejercitado y muy trabajado del muchacho. Su mente había quedado en blanco y estaba tan anonadada que apenas podía reaccionar.
— Vaya... —rió él con autosuficiencia, mirándola burlón—. Qué grata sorpresa.
Se sintió empequeñecer cuando los ojos azules la miraron de pies a cabeza, calificándola en silencio. Parecía estar observándola con intensidad, como si intentara descubrir algo que no lograba comprender. Aunque por aquella mueca de disgusto que hizo él, al parecer, Amber no le gustó en absoluto.
— ¿Qué haces aquí? —murmuró enfadada ante el gesto de desplante que el chico acaba de hacer, como si acabase de dar su peor veredicto sobre ella sin pronunciar palabra.