Emily Blumer
Domingo 30 de diciembre de 2018.
—Hey —escuché que susurraron cerca mío—. Emily, despierta —volví a oír y sentí una suave brisa en mi oreja derecha.
Intenté abrir los ojos para saber de dónde provenía esa voz, pero algo no me lo permitió. Giré mi cuerpo hacia el lado contrario al que estaba acostada e inmediatamente una punzada invadió mi cabeza. ¡Auch! Otra más se instaló en mis oídos y sentí cómo mis pies se volvían tensos y acalambrados. Cuando intenté respirar para poder calmar mis dolores, aún sin abrir los ojos, mi cabello se coló por los orificios de mi nariz y obligaron a mis manos a dirigirse allí para quitarlo del medio.
—Mi cabeza —susurré y a continuación mi respiración se cortó por culpa de un chapuzón de agua fría que impactó contra mi rostro—. ¡¿Qué mierda?! —abrí por fin los ojos y me incorporé sobre el colchón.
Mis padres se encontraban en frente mío mientras Sonny, mi hermano pequeño, estaba justo a mi lado con un vaso vacío en su mano izquierda.
—¡Sonny! Te dijimos que agua no —le dijo mi madre y se lo quitó—. Esa no es la forma de despertar a Emi —lo retó y lo tomó del brazo para sacarlo de mi habitación. Debería dejar de tratarlo así cada vez que hace una travesura, al fin y al cabo, es solo un niño.
—No sucede nada, mamá —le dije antes que pudiese salir y luego miré a Sonny—. Ven aquí, diablillo —vino rápido hacia mí, dándome uno de sus típicos abrazos dejando a mi madre sola en la puerta de mi cuarto. Mi cabeza seguía doliendo, pero no me interesaba mucho a decir verdad; Sonny es más importante que cualquier dolor.
—¿Te sientes bien? —se separó de mí y me miró.
Este niño tiene el rostro más angelical que puede existir, a pesar de sus múltiples maldades. Recuerdo que un día desperté con su nueva "mascota" durmiendo a mi lado. Si hubiese sido un perro o un gato no me hubiese molestado. Lamentablemente, a Sonny le gustan mucho los conejos y yo no puedo ni verlos. Él lo sabía muy bien y por eso decidió ponerlo sobre mi cama unos minutos antes que suene mi despertador.
—Claro, no tienes nada por lo que preocuparte —contesté. Vi una sonrisa enorme formarse en sus labios—. ¿Qué sucede?
—Oh, nada. Solo pensé que estabas un poquito enferma y quería darte un regalo —se rio con sus manos detrás de su espalda.
—Entonces sí, estoy malísima. Deme su regalo, por favor.
—Aquí tienes —sacó una de sus manos y la colocó detrás de mi oreja para después de tenderme un chocolate grandísimo que misteriosamente había salido del fondo de mi oreja. Debo admitir que ese truco no lo había visto antes.
—Oye, cada vez lo haces mejor —lo felicité, mirando a mis padres, quienes también parecían orgullosos, y luego le di un beso en la mejilla—. Gracias, Sonny.
—Por nada. La próxima te daré un ramo de flores. Tengo que practicar —prometió mientras se tocaba sus rizos oscuros—. ¿Crees que algún día podré ser como David Copperfield?
—Antes de ser como David Copperfield hay que alimentarse. Vamos, Sonny, acompáñame a tender la mesa —lo llamó mi madre y juntos abandonaron mi habitación, dejándome a solas con mi padre.
No necesito sus reproches ahora. En realidad, nunca los preciso, siempre son los mismos y solo los hace para que mamá no se enoje con él por ser "un padre irresponsable".
—Escucha, Emily, ayer en la fiesta a la que fuiste...
—No he tomado alcohol y si lo hubiese hecho no es la muerte de nadie —lo corté antes que siguiera.
No le estaba diciendo la verdad. No porque haya tomado, sino porque no lo recuerdo. Supongo que habré tomado tanto que ahora ni siquiera puedo saberlo. Sin embargo, ya he tenido resacas más de una vez y esta no es parecida a las anteriores. Me siento bien, solo un dolor de cabeza que se irá en unos minutos. Siempre suelo necesitar las fuerzas más poderosas del mundo para poder moverme al menos un poco.
Salí de la cama con dificultad debido a mis pies acalambrados, levantándome para ir al baño.
—Espera. No quiero hablarte de eso. Ha pasado algo —se sentó sobre mis sábanas blancas y me invitó a que haga lo mismo con una inclinación de cabeza.
—¿Cómo que pasó algo? —respondí, volviendo a mi lugar anterior. Mi padre respiró hondo.
—¿Estuviste con Tyler anoche?
¿Qué?
— ¿En qué sentido lo preguntas, papá? Tyler es mi mejor amigo hace años y ya lo sabes —me indigné y comencé a confundirme.
¿Qué quería insinuar? Antes podía soportar sus comentarios porque él no sabía la relación que Tyler y yo teníamos, pero a esta altura ya es extraño. El señor y la señora Gibbs ya forman parte de la familia gracias a la amistad que mantenemos Tyler y yo. Hasta creo que le tengo el mismo cariño a mi amigo que a Sonny. No cualquier amistad persiste desde los seis hasta los dieciocho años.
—No, cariño. No quise decirte eso. Me refiero a si estuviste con él pasando el rato. No sé cómo decírtelo... —vi que el nerviosismo estaba invadiendo su cuerpo poco a poco—. Mierda. Ya me entiendes. ¿Has estado con Tyler en la fiesta?
—Claro que estuve —mentí. Tampoco recuerdo mucho sobre Tyler. Lo único que está claro en mi mente es el momento en el que llegamos con Tasya y cuando más tarde él vino a saludar. Luego de eso mi mente está en blanco—. ¿Por qué me lo preguntas?
—Lo que pasa es que... —mi teléfono sonó interrumpiéndolo. Miré a mi padre indicándole que en unos minutos estaría con él otra vez. Estiré mi brazo hasta mi mesita de luz y desconecté mi teléfono para poder contestar—. Es algo importante, Emi. En otro momento puedes contes... —dejé de escucharlo cuando deslicé mi dedo por la pantalla de mi celular y lo llevé hacia mi oído para contestarle a una de mis mejores amigas.
—Gin —hablé.
—¿Acabas de despertarte? —me preguntó sin siquiera saludarme. Habrá notado mi voz de dormida. ¿A qué hora pretende que esté despierta luego de una fiesta?