Amelia era una niña amable, chistosa, aventurera, curiosa y bonita, demasiado bonita, dirían algunos.
La niña tenía la costumbre de visitar el mercado del pueblo, en donde se paseaba, luciendo cada día, un vestido de color diferente y sus ya típicas trenzas color miel. Justo cuando se detenía frente a algún mostrador, jaula o aparador, el dueño o dueña del negocio solía evitar acercársele a preguntar si necesitaba algo, ya que sabían que, si lo hacían, Amelia levantaría su rostro, mostrando sus enormes ojos verdes y ellos acabarían seducidos bajo aquella mirada intensa.
Incluso si ella preguntaba algo, los locatarios eran amables, pero a la vez intentaban no mirarla directamente a los ojos.
Por supuesto, aún, siendo una niña, Amelia era consciente que había algo en ella que hacía que la gente cediera facilmente, por lo que no dudaba un segundo en aprovechar esto a su favor, sacando la mayor cantidad de beneficios posibles.
Cuando por fin la chiquilla de diez años abandonaba el mercado, todos se sentían en la libertad de desahogar comentarios acerca de ella.
"Cuando crezca va a tener un buen de chicos babeando por ella".
"Ojalá no le entré al alcohol y a la droga, sino será otra pérdida más de este pueblo".
"Mmm... no quiero imaginar a esa niña a los dieciséis... va a tener a todo el mundo a sus pies".
Cierto día, de camino al colegio. Amelia transitaba sola entre el camino de tierra que corría desde la calle donde vivía hasta el colegio, dando saltitos y observando cada detalle con el que se encontraba. Lo curioso de este camino es que pasaba dentro de una espesa zona de árboles, los cuales ocultaban una inmensa casa abandonada.
Por cuestiones del destino, en esta ocasión, a Amelia se le ocurrió seguir a un pequeño gato color miel que se asomó entre aquellos árboles... lo siguió y lo siguió, hasta que el animalejo se metió por debajo de la reja de acero de la casa ya antes mencionada.
La niña sintió una inmensa curiosidad y además frustración por el gato. Ella estaba acostumbrada a tener lo que quería, así que no se iba a dejar vencer en esta ocasión.
Probablemente cualquier otro niño se habría detenido ahí, debido a diversas razones: El sentido común, un adulto que lo estuviera presionando o simplemente el miedo a lo desconocido. Sin embargo, Amelia era diferente porque no tenía un adulto junto a ella, era aventurera y parecía no haber desarrollado el sentido común.
Con gran determinación, la criatura comenzó a buscar una manera de pasar entre los barrotes aquella puerta de metal. Después de varios intentos logró entrar a la propiedad.
El lugar había sufrido el paso de los años. Mientras el jardín estaba atascado por pastos gigantescos y mala hierba, el edificio tenía las ventanas tapiadas y los muros exteriores cubiertos de vegetación trepadora, la cual apenas dejaba entrever el antiguo color blanco de la pintura.
Amelia accedió a la casa por el hueco que anteriormente había sido una puerta.
Más allá de la puerta había un pasillo muy largo, el cual, contrario al exterior, parecía recién pintado con un tono ámbar muy brillante. A lo largo de este corredor estaban distribuidas varias puertas del mismo color de la pared.
La niña se emocionó ya que sabía que ese lugar guardaba secretos interesantes.
Amelia, sin darle tiempo a su cerebro para pensar en el peligro de recorrer un sitio abandonado, es decir, que pudiera haber delincuentes reuniéndose ahí, alguna secta enferma, un vagabundo loco; o que simplemente la construcción pudiera caerse, comenzó a avanzar dando brinquitos
Al llegar a la primera puerta intentó girar el pomo, pero este se hallaba atascado.
Frustrada dio un golpe a la madera, lo cual provocó una pequeña nube de polvo ambarina, y siguió revisando las demás puertas con los mismos resultados.
Entrada tras entrada fue frustrándose cada vez más. Estaba a punto de rendirse y salir de aquel lugar, cuando vio de nuevo a aquel gato que la había llevado entrar ahí escabullirse por una puerta roja que estaba al fondo de todo ese largo pasillo. Presurosa, Amelia corrió hacia él, y cual fue su sorpresa, que por fin una puerta se abrió de golpe.
Del otro lado, había otro largo corredor del mismo color que el anterior. La chiquilla buscó con la mirada al animal sin conseguir nada.
“Que raro” Pensó.
Amelia camino lentamente mirando por debajo de las puertas de vez en cuando esperando encontrarse por casualidad con el animalito.
“Este sería un excelente escondite secreto” “Si tuviera amigas, podríamos reunirnos aquí”.
“¡Bah! Amigas…”. Pensó “Todas en la escuela me odian por ser bonita, y como dice Mary la de la tienda de abarrotes. Se morirán más de envidia cuando seamos mayores”.
De repente escuchó un pomo girando a sus espaldas. Giró bruscamente la cabeza, pero aparentemente no era nada.
Siguió caminando un poco más hasta que volvió a escuchar otra puerta, esta vez pareció cerrarse.
Editado: 08.01.2019