Amigo, no te vayas.

2. El comienzo.

Las clases están pasando y la verdad no tengo ánimos de bajar a tenerlas, aunque fuera al salón mi mente estaría en otra parte y si va a ser así, prefiero estar aquí arriba donde no tengo que fingir que no hay dolor, que todo está bien, donde puedo estar sin ruidos molestos, donde la azotea siempre está sola, aunque a decir verdad también lo agradezco, es un lugar en el que puedo estar tranquilo y que bien se siente, en donde no me pueden hacer daño.

Cómo es costumbre, las palomas se empezaron a aglomerar ante mi presencia, siempre les llevaba un trozo de pan y esta vez, no era la excepción, a pesar de estar un poco dañado por los golpes anteriores, pero creo que es comestible aún. Lo empecé a cortar en trozos pequeños mientras que ellas veían atentas fingiendo no darse cuenta, pero, vamos, ambos nos estamos viendo de reojo así que era algo que no se podía ocultar. Terminé de trozarlo y se los fui lanzando mientras que ellas comían pacíficamente. Miré al cielo, como si aquel lienzo azul, pudiera darme respuestas; estaba bonito, azul con nubes blancas mientras que algunas aves volaban entre ellas, ajenas al dolor humano.

Me gustan las aves.

Quisiera ser como ellas.

Tan libre, tan vivo.

Quisiera ser como ellas…volar al horizonte en busca de alimento y hogar y al final, libres. Sin nadie que las golpee hasta sangrar, sin nadie que les diga suelte insultos por simplemente ser, que no tengan que ocultar quienes son, quisiera ser como ellas...

Aquel cielo seguía siendo hermoso, pero había algo más.

Ignoré el dolor, me levanté y sin dudar me acerqué a la orilla del edificio, no tenía miedo, ni siquiera veía abajo pues solo podía admirar la belleza de tal ave frente a mí, todas las palomas que alimentaba eran grises y esta, era blanca, sus plumas eran simplemente hermosas, jamás la había visto, mis pies estaban a la orilla y le sonreí a la paloma, dudo que entienda ese gesto, pero simplemente quería ofrecerle un trozo de pan, justo como a las otras, pero al alzar mi brazo al instante sentí que era derribado por algo o tal vez alguien, menuda mierda, pensé, mis moretones duelen, estoy en el piso y quedé un poco mareado por el golpe y el impacto.

Me costaba un poco abrir los ojos pues no sólo había quedado medio bruto por el golpe si no que la luz del sol no ayudaba a ver qué es lo que tenía encima de mí, pero dolía endemoniadamente mal.

—¡Estás loco!—me gritó alguien, ¡Oh! Es una persona, vaya descubrimiento y vaya cosa. Me duele mi abdomen y esto evidentemente no me ayuda, en lo absoluto.

—Aléjate.— dolía y se notaba en mi voz, no me quería levantar aún, sólo estaba esperando a que se fuera, no quería tener compañía, no ahora, me aterraba que alguien llegara a saber que me escondo aquí.—¡Lárgate!— intenté sonar duro y fuerte pero sólo aumentó mi dolor causando que mi voz sonara menos fuerte y algo temblorosa.

—No.—se acercó más a mí, casi encima de mío, decidido y por un instante, tuve mucho miedo.

—Por favor…

No me golpees.

―…aléjate…

No hagas que duele.

―…al menos quítate de encima.—supliqué.

Tengo mucho miedo, por favor no me golpees. No te acerques.

Quería gritar tantas cosas, pero todo estaba en mi garganta atorado como si un nudo empezará a nacer ahí y el simple hecho de decir una palabra hiciera que mi garganta ardiera.

—Soy Dante.— se levantó, sacudió su ropa y me extendió una mano que tome muy desconfiadamente y él, sólo sonrió.

—Vete Dante.—dije cortante, aunque era una súplica causada por mi miedo.

Por favor, Dante, vete, no me muestres una amabilidad que no merezco.

—No me iré cuando parecía que querías saltar.—dijo serio.

—Por eso mismo vete, no te necesito, no necesito a nadie.—grité aunque me sentía terriblemente triste, no quería que me viera débil y ¿si él buscaba golpearme más? Aunque nunca le he visto y si en lugar de eso ¿le decía a alguien dónde estaba? Estaba muerto.

—No me iré.—se plantó firme.—Te has quejado cuando te tiré ¿estás bien?

—¡No, por lo que sea, lárgate! No te quiero ver, vete, por favor ¡vete! ¡golpéame! pero no le digas a nadie que estoy aquí.—solté colérico de impotencia y el dolor, en su mayoría hablaba por mí, no quería ser grosero pero sentía que no podía confiar en nadie y mucho menos cuando alguien estaba siendo bueno conmigo, nadie lo había sido más que Enid.

No quiero que duela si vuelvo a confiar.

―¿Acaso no lo ves? Hay tantas personas buscando y aferrándose a la vida porque están en una cama de hospital con sus familias a la víspera de su recuperación, tantas personas que pueden a sus hijos, padres, familias que se acaban y tú cobardemente quieres saltar de un puto edificio. ―gritó enojado.

 ¿Por qué tenía que enojarse tanto?

¿Cómo se atrevía a regañarme de esa manera?

―No lo entiendes, para ti es muy fácil decirlo. Gracias por minimizar lo que siento, sé que no es justo que esté renunciando a esto, pero tampoco eres alguien para criticar, lo que siento no va a desaparecer por el simple hecho de que me digas que alguien lo está pasando peor que yo. ― solté enojado.




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