Pete.
—No puedo prometerte que todo irá bien. Es cierto, pero te puedo prometer que intentaré sacarte una sonrisa sincera al menos una vez al día, un intento cuando pueda quiero que sea posible, una sonrisa verdadera, Pete.— dijo Dante aun acariciando mi pelo. Realmente sé que permanezco al límite de lo que no debería hacer cuando recién conoces a alguien, pero en este momento sólo quería despejar mi mente y el toque tranquilo de Dante por mi pelo, se sentía tranquilizador.
—Es como un no preguntes, sólo gózalo.— dije sin pensar y Dante estalló en carcajadas.
—¿De qué hablas?— preguntó aun riendo.
—¿Ah?— no entendía, así que me puse a repasar mi mente y yo también reí.— Disculpa, o he dicho sin pensar. Estaba pensando en cuán normal es conocer a alguien y estar aquí, sin morir y continuar con mis órganos en donde corresponde, ah y aparte dije vamos no importa así que lo catalogaré como algo común y pensé simplemente en eso.— me avergoncé, en voz alta sonaba mucho más vergonzoso.
—Madre mía.— volvió a reír.— Eres increíble, no sé porque aquellos idiotas te golpean, ah, sí, ya sé porque, es que eso son, idiotas.— sonrió.— Oh, cierto, dije que te vendaría y ya ha pasado el atardecer. Voy por las vendas y un analgésico.— añadió y se levantó con la diferencia de que Pizza no ha salido detrás de él, si no que se ha quedado a mi lado y sonreí sin pensarlo, esto claro que era mejor a estar en casa ocultándome.
Aunque me he convertido en mi propio carcelario, mi corazón se estruja entre cadenas y mi mente es mi cárcel, mi penitenciaria, Me siento perdido que ya no sé cómo pedir ayuda, quiero gritar y a la vez callar, y en este día, me siento mejor, me siento cómodo.
—Listo.— llegó con un botiquín y un vaso de agua—Toma.— me extendió la pastilla y la tomé sin objeción.—¿Podrías quitarte la playera?— dijo con cierta reserva desviando su mirada a otro punto de aquella habitación.
—De acuerdo— me la quité con mucho cuidado y noté que la fricción me estaba lastimando más de lo que creí, los brazos me pesaban y algunos moretones rozaban la prenda, dolía demasiado.
—El medicamento debería ayudarte a que duela menos, ahora veamos.— dijo y examinó mis heridas con un rostro impoluto, como si nada pasara por sus facciones, cierta seriedad peligrosa que no había notada se albergaba en su rostro, como si de un mal augurio se tratase.
Pasó un buen rato cuando la música seguía sonando y él colocaba un poco de ungüento sobre mi piel con hematomas, se sentía mejor no hacerlo solo y sufrir por lastimarte de más al intentar colocármelo yo mismo. Sonreí, jamás antes alguien había curado mis heridas y pedir ayuda a mi madre o a Enid se sentía incorrecto. Se sentía vergonzoso ser tan débil para ellas.
Hoy no quería pensar, no quería sentir, simplemente no quería lastimarme más. Sería un poco egoísta y tomaría este momento como mío, pero sin estar en soledad como siempre porque la diferencia radicaba en tener a un perro hermoso mientras su dueño a mi lado cura mis heridas.
Creo que si puedo confiar en Dante.
—¿Te duele algo más?— preguntó con preocupación.
—Para nada, sólo me siento cansado, creo que el analgésico ya está haciendo efecto y no sé.— dije entrecerrando los ojos, los volví a abrir un poco cansado y cabecee por haberme relajado demasiado.— ¿Qué hora es?— pregunté.
—Las nueve, me ha llevado un tiempo curar tus heridas y ha anochecido demasiado rápido.— revisó su celular Dante y lo volvió a dejar.
—Será mejor que me vaya—bostecé.— Es tarde y mi madre apenas ha de estar llegando a casa, así que seguramente llegaré a tiempo para huir de sus preguntas— dije sin pensar.
—Quédate. — soltó sin más, como si de una petición llena de anhelo se tratase, pero mi mente me decía que mentía que sólo causaba molestias.—No puedo dejar que te vayas en ese estado. Estás muy lastimado, ni siquiera puedes caminar sin que hagas una mueca de dolor. O de lo contrario permíteme llevarte.
—Apenas nos conocemos, no quiero molestar, en serio, deja que me vaya por mi cuenta.— no quería ser una molestia para alguien más, quería tomar este momento, abrazarlo, engañarme con que todo estaría bien sin embargo no quiero que él sólo sea mi salida de emergencia, por alguna razón quiero que esté a mi lado no solo detrás de un cristal que exija romperse en busca de ayuda en caso de perderme.
—De verdad, déjame acompañarte.— insistió.
—Estoy bien.— dije parándome, grave error. Me dolía todo, ni siquiera sabía que el dolor era tan grande hasta que dejé aquel sofá.
—¿En serio?— dijo alzando una ceja.—¿Hasta cuándo te vas a seguir mintiendo?— se veía molesto, pero no le debería ni siquiera de importar todo esto. No tiene el derecho de regañarme cuando yo ya lo sé. Que no pueda mantener en orden mi vida no es su problema.
—Tienes razón, sabes, no hay problema.— su cara cambió a desconcierto total cuando dije eso.— Me voy. Aquí entre nos, no debería importarte si me miento o no, es mi problema, Dante, mi jodido problema.
«No lo entiendes, me está consumiendo y tú ni siquiera tienes derecho a criticar mi vida. Tal vez, la tuya sea todo lleno de buenas cosas, incluso perfección, pero la mía no. Ya que lo sabes, déjame vivir en mi mentira, sal de mi vida, porque parece que no dejo de equivocarme. Adiós Dante.— dije algo molesto, sabía que no había razón para molestarme porque Dante me quiere ayudar, pero hay una parte de mí que llora. Tengo miedo a permanecer, a tener que hablar de mis problemas.