Amigo, no te vayas.

11. ¿A dónde va a llorar el corazón herido?

Pete.

Si nos enseñaran a cómo reaccionar ante situaciones inesperadas, definitivamente no me hubiera quedado casi petrificando de tener frente a mí a la persona en la que más había pensado el día de hoy y tampoco le hubiera dejado ir, pero cobardemente hice todo lo contrario, lo vi marcharse, dando la vuelta y seguir su camino con la compañía de su bonito perrito.

Quise decirle todo, levantarme corriendo y evitar que se fuera, pero ¿no sería mejor eso? Dejarle ir, o darle una carga como lo soy yo. Los pensamientos me sabían amargos y las palabras se quedaban en mi garganta con un pequeño toque de escozor en los ojos. Dante, te extraño tanto.

—Ou, vean esto. —soltó con tono burlesco aquella voz que le ha venido atormentando desde hace un tiempo atrás. —El idiota que no se sabe defender debe estar pensando en su novio de nuevo ¿ya se dio cuenta que es una pérdida de tiempo hacerse el héroe y te dejó? Pobre cosa, espera un héroe en un mundo donde la magia no existe.

Mordí mi mejilla, quería llorar, quería gritar, quería que todo eso se detuviera y tal vez, David no estaba lejos de todo lo que decía, sí esperaba que Dante regresara, me salvara de esos idiotas, pero sabía bien que eso no iba a pasar y el eco de la voz de la persona que se ha encargado de hacerme miserable, no hacía más que confirmarme que sólo yo podía salvarme. ¿El problema? Yo no sabía cómo hacerlo.

David me empujó con una furia no fundamentada, como si mi existencia fuera algo que le afectara cuando tal vez, yo no era el más idiota por no defenderme, pero él sí por volver para ver a alguien que detesta, podría ignorarme y aún así no lo hace, tal vez, ambos somos unos tremendos torpes por ello y aún así, no somos capaces de cambiar nada.

No dije nada, estaba cansado o tal vez mi mente estaba muy ocupada que ni si quiera era capaz de centrarse en el dolor que estaba recibiendo.

—No puedes estar sin tu novio, pero la verdad es que no sé qué te vio. No vale la pena pelear causas perdidas. — río con burla y seguí sin responder sólo me levanté dejándolo hablar, pero fue una malísima idea, aún estaba herido de hace dos días e ignorar toda su palabrería y no quedarme callado probablemente me llevaría a mi perdida, pero eso ya no importaba, quería saber que al menos lo intenté. Aunque sea un poco, llegué a un punto de indignación o tal vez, era la poca valentía que Dante a pesar del poco tiempo de conocernos había inyectado en mis venas.

—Idiota homofóbico, estoy harto de ti. —escupí con odio, sentí por mis venas el impulso de gritar todo lo que pensaba, pero al final, ¿no sería igual que él? Soltando argumentos sin sentido y con odio mientras que trato de defenderme en vano. —No te preocupes por molestarme, jamás me gustaría un idiota como tú ¿no era esa tu preocupación? Absurdo.

Necesitaba salir de ahí, nada auguraba nada bueno para mí y menos después de lo que dije. No tenía sentido, no sé que dije, quería irme me estaba sofocando, sentía que mi corazón corría como nunca y su sonido retumbaba en mis oídos, estaba abrumado, quería huir y no podía.

David con su mirada furiosa se acercó todavía aún más y en mi vago intento de irme, sostuvo mi brazo y sólo sentí la presión en los anteriores moretones producto de él mismo. Dolía, quería soltarme, pero entre más fuerza intentaba yo, más sentía que los moretones dolían y dejaban un escozor terrible. Quería llorar, quería irme, no quería seguir soportando eso. Me sentía tan solo y ese dolor tal vez no se comparaba con los golpes en mi estómago ahora, contarlos sólo me haría sentir peor. Quiero creer que ese ruido que mi mente ocasionaba era nada más un vago evento para ignorar el dolor que recorría mi torso, mis brazos, mi alma.

Sentía un grito en la garganta, un grito que nunca salió porque a pesar de ser un lugar público, nadie se acerca, todos están tan asustados de involucrarse en la vida de otros que considerar a otro es casi una quimera. No los necesito, me repetí diez o más veces, pero me engañaba, necesitaba un abrazo, necesitaba que esto parara, ya no quería sentir dolor.

Arde y duele mucho, duelen tanto que ya no sé si mi propio cuerpo y mente se debaten entre a quién le está doliendo más esto.

Me senté como pude recargándome en el árbol y seguía con la vaga idea de que Dante regresaría, pero si dijera que noté cuando se fue David sería mentir cuando apenas recuerdo un «cuida tus palabras, idiota». Y a pesar de todo lo sucedido, fue un alivio no sentir más aquello, todos esos golpes, aunque eso representara un costo más alto de lo que yo quisiera pagar.

La noche quería comenzar a hacerse presente, camuflajeada entre ese atardecer sólo pude perderme un poco más en mi mente; el tiempo me era indiferente, es como si él fuera corriendo y me dejara atrás, me dejara estancado en una de esas manecillas que tiene y a veces me lanza en ese segundero, en el cual yo no estoy listo para andar, porque la vida avanza tan rápido que no puedo seguirle el paso, siento que me deja y me abandona. No se detiene, pero me atormenta.

El tiempo. El tiempo me persigue y al final nunca sé cuándo es buen momento y no lo sabré, pero aún así no me quitaba este sentimiento de cobardía.

¿Por qué me sentía tan culpable cuando el que portaba los moretones era yo?

Detestaba la sonrisa de David, quisiera que sintiera un mínimo por lo menos del dolor que yo he pasado, pero al final, quisiera decir que eso me haría una peor persona que él, pero la verdad, desde que lo conocí, ser una buena persona no está en mis objetivos porque deseo aquello que se castiga y al mismo tiempo me lleno de cobardía, tal vez, es mi propio grito a mi mismo que me quiero aferrar a todo esto, porque no le he dicho a Enid cuanto lo siento y cuanto la quiero, no le he dado un abrazo a mi madre desde hace tiempo, no le he pedido disculpas a Dante y no he aprendido a sanar. No me he aprendido a querer, a cuidar, ni a enmendar mis errores.




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