Amigo, no te vayas.

18.

Dante.

—Vayamos a mi casa.—propuse y Pete no dudo en aceptar, pagamos y salimos del establecimiento tomando el camino a mi casa que realmente no estaba lejos de donde nos encontrábamos.

—Dante.— me llamó.—¿Puedo preguntar sobre lo de ayer?— dijo algo tímido, sus manos lo delataban.

—Todo a su tiempo Pete.— sonreí melancólico, no sé si hoy quiero recordar eso.—Hoy es un día tranquilo, no quiero que se opaque, así que no te preocupes, te contaré quien era ella pero no hoy.

—¿Puedo preguntar algo más?— inquirió.

—Todo lo que quieras.— sonreí.

—¿Así se siente tener una amistad?— preguntó igual de tímido que minutos atrás.

—Sí, algo así, si.— no le podía decir que yo no trataba así a mis amigos, solo a él, porque yo quiero ser quién esté a su lado y quién sabe igual y en un futuro, probar sus hermosos labios, mi fruto prohibido.

—Entonces, es genial, me gusta.— confesó sonriendo mínimamente por timidez.

Si viera lo que su sonrisa me causa, no creo que dejara de sonreír nunca, aunque mi amor tendrá que esperar por él, primero tenemos que arreglar lo de David y después le ayudaré a salir de todo esto, juntos, sin importar las adversidades.

—Dante.— me llamó.— ¿Cómo conoces a David?

—Éramos amigos.— dije sin más, realmente no sabía que decir o lo sabía pero aún no quería hablar de ello de igual manera.

—¿Cómo? Pero si es terrible.— soltó un poco preocupado.

—La historia es corta pero hoy tampoco te la voy a contar, será pronto.— concluí al ver mi casa a lo lejos.

—Siempre me dices eso, no es justo, quiero saber sobre ti, sobre eso.— soltó un puchero y él ni cuenta de que lo había formado, era tan tierno, tan bello y quisiera decir tan mío, pero, eso no es posible, Pete es tan suyo que se ha perdido en sí, tan suyo que no permite dejar a las personas entrar a su mundo, tan suyo que jamás podría llamarlo mío porque yo quiero tomar la mano de Pete para darle seguridad, no para que me pertenezca.

—Sé paciente.— reí.—Vamos entremos.— entró y dejo su mochila en el perchero mientras yo hacía lo mismo, dejaba las llaves y mi querido amigo perruno, venía corriendo hacia nosotros.

—¡Pizza!— gritó emocionando Pete y a veces me preguntó porque oculta su felicidad, porque piensa que él no es  merecedor de aquella sensación, porque se oculta y retrae cada sentimiento bueno dejando uno no tan bueno en su lugar, conmigo puede sonreír un poco pero aún no deja todas sus emociones a flote y con la gente ni se diga.

—¿Por qué?— susurré viendo el piso, todas las cosas que pasaban por mi cabeza me nublaban respecto a la persona que estaba frente a mi.—La persona que quiero.

—¿Dijiste algo?— volteó y su sonrisa disminuyó al percatarse de que sonreía convirtiéndose en una mueca, y aún así sus muecas me parecían bellas.

Quisiera poderle decir cuánto lo amo, que lo quiero abrazar y proteger, tomar su mano para hacerle frente a las tormentas que vienen, pero ahorita no está bien y no sé cómo resultaría esto, ahora es cuando me necesita, cuando tengo que ser su amigo.

—Nada, solo parece que le gusta tu compañía a Pizza.— sonreí y bajé la mirada, sentí como Pete no se veía convencido pero aún así si lo hizo, no dijo nada.

Pasó un tiempo e intercambiamos miradas con una sonrisa cómplice, ni si quiera se percata que está sonriendo pero me gusta, es como si en este momento dijéramos mil y un palabras.

—¿Procrastinamos?— pregunté mirando sus ojos.

—Eso ni se pregunta, procrastinemos.— sonrió mostrando sus dientes, cosa que pocas veces pero me sigue matando lentamente, es como si mi corazón fuera atacado y sanado al mismo tiempo, una contradicción.

Una contradicción muy hermosa.

Fuimos por algunos dulces y chocolates, los últimos por petición de Pete mientras que Pizza iba corriendo detrás nuestro haciendo sonar sus patitas en cada paso.

—Tus ojos, ¿de quién los sacaste?— preguntó absorto Pete sin darse cuenta de su pregunta.— Son café claro sin llegar a ámbar pero sin ser castaños.

—De mi madre.— sonreí— mi padre decía que en la universidad mi madre era la más linda, no por su rostro o su físico, si no por sus ojos, su alma, me dijo varias veces que cada vez que le veía, podía leer sus sentimientos perderse y encontrase al mismo tiempo en ellos, dónde yacían las respuestas de lo imposible y las preguntas de lo jamás antes dicho.

—Son hermosos—susurró el menor pero aún así fue audible para el mayor y aún así no pudo disimular la sonrisa que se plantaba en su rostro.

Ambos pasaron un rato confortable, sonreían y a veces hacían bromas, que para sorpresa de Dante, Pete participaba con él y reía, Pete no quería morir, Pete quería eliminar todo el dolor que le generaba David y sus matones, eliminar sus inseguridades y poder hacer frente a sus temores y esa misma tarde lo descubrió el chico que había jalado de él en la azotea.

Pasaron la tarde entre platicas y algunos comentarios absurdos mientras caía la noche, ambos dieron un recuento mental de todo lo que había sucedido y sonrieron al darse cuenta que Pete jamás se sintió tan vivo al lado de alguien y Dante jamás sintió tal sensación que albergaba su corazón con calidez extrema, solo al estar viendo una diminuta sonrisa del chico.

—Ya es tarde, ¿Te parece si te quedas?— preguntó el ojicafé, no tardó mucho en contestar Pete.

—No quiero abusar de tu hospitalidad pero realmente la noche me da miedo ahora, siento que en cualquier momento David puede encontrarme.—exteriorizó con temor.

—Quédate, te prestaré ropa y mañana iremos juntos, puedes usar el cuarto extra.— sonrió Dante y en el corazón de Pete algo se volcó con esa sonrisa y sin saberlo se fue a dar un baño para ir al siguiente día a clases, sin esperar que alguien ya le esperaba.

 




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