Amigo, no te vayas.

25.

Dante.

Habían pasado cinco semanas y durante ese tiempo Pete había comenzado a ir al psicólogo; quería una salud mental y una estabilidad emocional que lo dejara dormir por las noches, todos eso años no podían irse así como así, salíamos de su sesión y cada día se le veía mejor, se veía radiante, con brillo en sus ojos y sus sonrisas comenzaban a ser más espontáneas y sin miedo, incluso dejó sus sudaderas holgadas solo para los fríos y ya no ocultaba sus brazos, ya no había razón de ocultar los moretones producto de la injusticia del ser humano, cada día era más feliz, usando playeras estampadas con algún diseño gracioso simplemente con el estampado de algún gatito o lomito; un día, llegó emocionado a mi, mostrándome la magia de las compras, había ido con Enid al centro comercial y había encontrado una playera con un Corgi comiendo pizza diciendo "Life is too short, eat more pizza" , ese día sin pensarlo hizo mi corazón latir, porque dijo textualmente que la había comprado porque le recordaba a nosotros, a Pizza y a mí. Pete no sabía cómo hacía latir mi corazón y como revoluciona mi mente.Y aún así, aún no le había podido decir como me sentía. No sentía que fuera el momento adecuado y a veces yo era atrapado viéndole de reojo, moría por decirle, besarlo incluso pero una parte de mi exigía un poco de prudencia ya que el estaba pasando por un momento importante en su vida y eso también era importante para mí.

—Dante.—llamó con una sonrisa.—¿Podemos ir por un helado?

Sonreí.—Claro que sí, el día se ve bastante bueno para eso, últimamente habían estado todos nublados y que mejor que festejar un hermoso día contigo.—admití y sonrió bajando la mirada.

Seguimos caminando en un silencio cómodo, era tranquilo, un viernes con un cielo hermosamente azul y unas cuentas nubes decorandolo. Fuimos a la heladería más cercana que encontramos y pedimos nuestros favoritos mientras nos sentábamos en alguna mesa cerca de la ventana.

—Dante.—volvió a llamar y asentí para que prosiguera.—Esa vez, en mi casa, no tuve la oportunidad de decirte gracias, sé que aún queda un camino bastante largo, ya sabes, sanar a mi mismo, pero estoy muy feliz de poder recibir esos abrazos, todo eso no hubiera sido posible sin ti, si te soy sincero, gracias por todo, incluso por acompañarme hoy, ya sabes, la psicóloga dice que voy mejorando muchísimo y está muy feliz por mi.—sonrió.

—No tienes que agradecer nada de eso, Pete, lo hago porque quiero y tu felicidad es muy importante, sabes, me gusta verte así, sonriente, no quiero que nadie apague está bella sonrisa tuya.— dije y se sonrojó un poco, después de eso, sonrió y aclaró su garganta.

—No te había preguntado antes, ya sabes, todo pasó muy rápido, pero ese día también, mamá estaba muy feliz después de hablar contigo ¿Sucedió algo bueno?—preguntó con verdadera curiosidad.

—Em, bueno, nada relevante, de hecho, ya sabes intercambiando recetas de cocina y eso.—rasqué mi nuca.

Eso me hizo recordar aquel día, era una pequeña mentira piadosa.

—Dante.— llamó mi atención la madre de Pete una vez que entramos a la cocina dejando a sus hijos hablar.—¿Sientes algo por Pete?— preguntó directamente.

—No puedo mentirle, a usted no, a nadie, hacerlo, sería traicionar a mi corazón y eso no puedo hacerlo, amo a su hijo, si le soy sincero, sólo que él no lo sabe, sé que puede sonar absurdo y para muchos es imposible, pero desde el primer día que vi a Pete, sabía que hizo latir mi corazón como si de un caballo de carrera se tratara, lo vi a lo lejos y sabía que necesitaba conocerlo, ver su sonrisa, conocer sus miedos, abrazarlo, verlo reír y al mismo tiempo hacerle saber que yo estaba ahí. Si bien para muchos el amor a primera vista no existe, puedo decir que ese día su ser me dejó cautivado, no simplemente por su belleza, no, yo quería saber que es lo que albergaba si corazón y si era posible, residir en él.—Admití y ví como su sonrisa nacía.

—Lo sabía.—sonrió aún más.—Cuídalo bien, Pete a veces tiene miedo de lo que siente y muchas veces no lo dice, aún cuando era pequeño y todo esto no sucedía, Pete no lo decía, pero sé que esto no es callejón sin salida, un día lo verán ambos.—rió y lavó sus manos.—Ah, el amor, qué precioso es.—dijo emocionada y volteó a verme dándome una cuchara de madera.—Bueno, a cocinar, esas excusas no se hornearan solas.— Y reí, estaba feliz de poder ser parte de este momento en la vida de Pete, me había sentido, vivo, feliz y cada día, más enamorado.

—Vamos, Dante cuéntame, no te creo.—hizo un lindo puchero.

—¿Así que quieres saberlo?— pregunté molestándolo.

—Dante, anda.—siguió.

—Umm, no lo creo, hoy no.—sonreí.—No creo que tú corazón esté listo para eso.

—Bien, entonces ya no quiero nada.—cruzó sus brazos e inmediatamente los volvió a poner sobre la mesa al darse cuenta que los necesitaba para comer su helado.

—Vamos, no te pongas así, si estás triste lo estaré yo.—sonreí viendo como surgía efecto.

—Bueno, entonces, quiero saber.—dijo decidido.

—¿Pase lo que pase?

Una danza se aproximaba, aumentaba en presencia y cada momento era tan decisivo que todos tenían su vista puesta en aquella, la muerte había perdido poder en aquella pista pero no estaba ni a un segundo de rendirse, sin embargo, el amor cobró una fuerza increíble en aquella hermosa pieza, en donde el tocadiscos de la vida aumentaba en cad segundo y disminuía al otro.




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