Como cada mañana, Sol se detuvo unos segundos para admirar el rótulo tallado en piedra de la empresa de publicidad en la que siempre soñó trabajar: Epicentro. Exhaló con fuerza y tomó un sorbo de su café antes de repetir en su cabeza el eslogan, con esa voz grave y sensual del sujeto del anuncio: «donde inician las campañas que agitan el mercado».
Tarareó el último verso de la canción navideña que escuchaba, pero calló al sentirse observada desde que cruzó el pasillo de la entrada y Silvana, la recepcionista, se le quedó mirando con una sonrisa extraña que la hizo apretar el paso hacia el ascensor.
Diciembre había empezado con fuerza y estaban llenos de trabajo. Sobre todo, ella, a quien le entregaron la responsabilidad de enmendar una enorme metida de pata con una de las cuentas más grandes que había llevado hasta ahora la filial en la que labora. Se le hacía agua la boca de solo pensar en los regalos para su familia y el hermoso árbol de Navidad que compraría con el porcentaje de la comisión, su propio árbol para su (por ahora) diminuto apartamento. Incluso dejó listo en el carrito de compra del sitio web todos los adornos y luces que quería. Solo faltaba confirmar el pago, algo que haría en cuanto le aprobaran la propuesta desde la oficina principal.
Se le hizo eterna la espera de quince minutos hasta que el último del grupo entró a la reunión, pero al fin pudo apagar las luces y confirmar que la gente de la principal estaba conectada antes de explicar el cambio que daría a la campaña tachada de sexista el mes anterior.
Dejó su portátil sobre la mesa en la sala de conferencias y esperó, disimulando su impaciencia porque se acomodaran bien en sus asientos y dejaran de cuchichear.
—Sol, ni te molestes —dijo Miriam, su jefa inmediata. Hizo girar la silla que ocupaba en su dirección—. Viene un grupo de la oficina principal esta tarde para tomar decisiones sobre esa cuenta, pero dijeron que tu propuesta era infantil y un... —Digitó algo en la pantalla de su tableta y leyó—. ¡Ah, sí! Un intento forzado y pretensioso de...
—Gracias, Miriam. Es suficiente —intervino López, el gerente—. Esta mañana aprovecharemos esta reunión para...
Sol dejó de escuchar en cuanto los murmullos de sus compañeros incrementaron, casi sintió la sensación de cómo se le escapaba entre los dedos el reno Rodolfo de nariz titilante que pondría en la entrada y el juego de luces inteligentes compatible con Alexa para su árbol. La sonrisa de Dago, su hermano menor, se dibujó frente a sus ojos al ganarle en la competencia que ella misma había iniciado para quien tuviera la mejor decoración sin ayuda de sus padres.
Gimió al recordar que tampoco podría darle el regalo que quería a su mamá y por primera vez en su vida, sintió que odiaba a alguien. Estaba ansiosa por verle la cara a ese monstruo que había insultado su campaña sin ver siquiera la propuesta de arte y de medios que tenía preparada.
—Sol, tu turno.
—¿Mi qué? —preguntó saliendo del mundo donde escarmentaba a ese infeliz con cosquillas en los pies hasta hacerlo llorar. Sí, era la vergüenza de los verdugos del mundo, pero en su defensa podía decir que era época navideña y no se iría a los extremos.
—Decimos la filial que nos tocó, pero no el departamento, y claro que tampoco el nombre.
—¿El nombre de quién?
Escuchó risas fuertes que la sacaron de su ensoñación y los miró con cierto recelo al dudar si se burlaban de lo que dijeron sobre su campaña o por su mala costumbre de perderse en sus pensamientos, pero la respuesta llegó a ella de inmediato de la boca de Silvana. Vio a la chica correr en esos tacones imposibles y temió que fuera a estampar los dientes sobre algo o alguien por la prisa que llevaba.
—¡Falto yo! —gritó—. El año pasado me dejaron con los de contabilidad y recibí una taza. Me prometí no volver a venir de última.
Sintió pena por ella, pero más por el chico que le regaló con tanta ilusión el juego de tazas con rosas azules talladas en metal y la importación de café desde el país de origen de Silvana, lo que sobrepasó con creces el límite que impusieron en la oficina y seguramente hizo un buen hueco en su bolsillo.
—Este año será diferente y les repetiré las reglas —dijo Miriam mirándola y atrayendo la atención de todos—. Somos creativos y vivimos de serlo, así que obsequiaremos momentos en lugar de objetos. El regalo, como siempre, será entregado una semana antes de Navidad y lo más importante... Esta vez se mezclarán los colaboradores de todas las filiales de Epicentro y el número de identificación de esa persona será elegido desde una aplicación creada exclusivamente para ese evento.
—¿Cómo sabremos los gustos de esa persona? —preguntó Sol, más confundida que antes.
—Como les había explicado —recalcó con malicia, lo que hizo reír a sus compañeros y a ella le provocó meterse bajo la mesa para no volver a salir—: Al elegir el número, encontrarán una breve descripción de los tres momentos o gustos favoritos de su Amigo Secreto y los enlaces a sus redes sociales.
—Sol, llenamos ese formulario la semana pasada —le recordó Yolanda, su vecina de cubículo.
Sol le mostró los dientes, en un pésimo intento de sonreír que todos pudieron ver y disfrutar, porque era una clara muestra de lo dulce y siempre positiva que era Sol todo el tiempo. Otra persona en su lugar, habría salido corriendo a llorar al baño por todo lo que el Dragón Romano decía en el correo que todo el departamento recibió, pero que ella ignoraba, porque esa mañana decidió escuchar música, en lugar de revisar su bandeja a primera hora.
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Editado: 18.12.2021