Sol caminó con soltura de un extremo al otro en la sala de conferencias, frente a los ejecutivos de MP y los de Epicentro. Hizo comentarios que el grupo encontró encantadores, jocosos y quizá alguno, aleccionador. Sobre todo, cuando subrayó que, si una mujer no lo pedía expresamente, deberían sentirse avergonzados aquellos que solo ofrecieran artículos del hogar para obsequiarle.
No pasó por alto el gesto de aprobación de la ejecutiva de MP por haber reforzado la idea original y obtuvo las mejores reacciones cuando concluyó su presentación, antes del anuncio de setenta segundos donde les mostró la rutina de una pareja donde él se encarga de cargar la lavadora, mientras ella cocina junto a su hijo preadolescente sobre la estufa antes de sentarse a cenar y conversar, una voz explica las bondades de los nuevos productos al usar la nueva línea de electrodomésticos MP con la frase final: Los momentos que nos unen, mientras el lavaplatos trabaja y la familia termina su día, reunidos frente a una consola de video juegos conectada a la pantalla más reciente de MP, jugando juntos y mostrando la pasión que sienten por el juego. Lo último emocionó tanto a los clientes que varios empleados se asomaron a las paredes acristaladas para enterarse a qué se debía tanto alboroto y es que no se había acordado usar todos los productos de MP, pero el vínculo que Sol y Bruno crearon entre ellos al final, había sido magistral.
Fue Bruno quien se ofreció a servir el espumoso champán al momento de brindar por la aprobación de la campaña, pero la mirada de orgullo dedicada a Sol no le pasó desapercibida a nadie, como tampoco sucedió con los susurros entre ambos donde se agradecían mutuamente el esfuerzo y recordaban los desvelos y las comidas frías que terminaban compartiendo por enfocarse tanto en obtener un producto final que los satisfizo a ambos. El proceso volvió loco a más de uno en el equipo y la tensión provocó que crearan un segundo chat a sus espaldas, donde decían que ella resultó peor que él.
En esos días, Sol empezó a ver con otros a ojos al famoso Dragón y ya no podía considerarlo un gruñón, a pesar de que continuaba con el mismo nivel de exigencia. Gracias a las conversaciones que mantenían, sobre todo, por las madrugadas, pudo escuchar de él mismo los pormenores de la presión constante que existía sobre sus hombros, no era sencillo salvaguardar la estabilidad de muchas familias a su cargo. Esas mismas responsabilidades ahora lo obligaban a regresar a la oficina principal, a pesar de estar a solo tres días de la fiesta navideña de la empresa.
Bruno le hizo prometer que no revocaría la invitación que le hizo su familia a formar parte del equipo comunitario de entrega de alimentos y ropa para personas sin hogar, pero ella sí empezaba a arrepentirse de que sus padres lo acogieran con tanta facilidad, porque, aunque le prometió volver después de veinticuatro horas, pasó dos días sin saber nada más de él después de que le avisara que llegó bien.
Sol veía cada vez más lejano el que pudiese cumplir su promesa y pensó que se había extralimitado en mostrarle tan abiertamente cómo era ella y su mundo, creyó con firmeza que al hacerlo lo espantó y que no había vuelta atrás, pese a lo feliz que le pareció verlo entre los hombres de su familia la otra noche.
A Bruno se le hizo muy duro tener que abordar ese avión y estuvo a punto de cancelarlo en varias oportunidades, pero si pensaba iniciar una vida en la que Sol formara parte, debía hacer muchos cambios, entre ellos mudarse y convertir esa filial en la oficina principal. López estaba encantado con la idea, al abuelo y al padre de Sol les pareció un movimiento arriesgado, pero honorable y audaz. El tipo de hombre que hacía eso por su Sol, sería bien recibido para ser parte de la familia... si ella lo aceptaba.
Faltaba un día para la fiesta y Sol se bajó del taxi con los hombros caídos, haciendo una lista mental de todo lo que se le había acumulado por seguir pensando en alguien que quizá ya la había olvidado. Tenía mucho trabajo, aparte de las cajas de decoraciones que recién llegaron la tarde de ayer mientras ella seguía en la oficina y que ahora estaban amontonadas en una esquina de su apartamento. Ya no tenía tantos deseos de competir y eso la entristeció aún más, ya que sentía que se estaba traicionando a sí misma por involucrar a un extraño en una tradición que era tan suya, pero en el momento en que él le ofreció su ayuda cuando al fin le dio los detalles del concurso, se sintió correcto aceptar.
Subió las gradas del edificio de una en una, como si el cuerpo le pesara el doble, fijándose en la llovizna helada que empezaba a caer sobre el cemento que pisaba, hasta que llegó frente a unos zapatos de piel que no parecían nada apropiados para el clima.
Elevó el rostro hasta donde Bruno Romano la esperaba, aterido de frio, vestido con una camiseta negra bajo una chaqueta de piel marrón y un pantalón de mezclilla que lucía demasiado bien.
—Tu mano de obra por fin se hace presente —dijo él, nervioso por aparecer sin avisar y por no tener tiempo para llamar antes. El trabajo que le llevó poner todo en orden lo dejaba libre hasta las tres o cuatro de la mañana y a esa hora no se atrevía a despertarla.
Ella lo miro con dulzura y cuando iba a decir algo, fue él quien se acercó, ansioso por un poco de cercanía.
—Te extrañé —dijeron los dos al mismo tiempo, sin dejar de mirarse y sin que las diminutas gotas congeladas disminuyeran el calor que sus corazones emanaban hacia el otro.
Un beso fue el sello que necesitaban para iniciar la validación de el sin fin de emociones que ninguno de los dos quería seguir ocultándole al otro. Trabajaron incansablemente hasta que la última decoración estuvo colocada donde Sol lo pidió y con mucho orgullo fue Bruno el fotógrafo designado, por mucho, ella había superado su hermano, pero el veredicto final sería la noche de Navidad durante la cena.
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Editado: 18.12.2021