Qué frágil la mente humana cuando se resquebraja en diminutos vidrios, rindiéndose ante el hastío más absoluto. Enhebrando agujas de rendición por ominoso agotamiento; manteles de algodón recogidos y amontonando frutas prohibidas. Qué detestable aceptarse débil de aliento y anoréxico de arrestos.
Esta basura inmunda todo lo contamina con pegotes petroleados. A esta lacra mugrienta la temo por ser desazón del angustiado, rezo del condenado libidinoso y baile cojo de sílabas irregulares. Pero también diáspora de sensaciones propias y ajenas alrededor de graznidos reconocibles; de tijeras ensangrentadas y heridas costrosas que deben ser raspadas.
El resto de media mitad hiere con el canto afilado de la navaja a las almas esquizofrénicas, titilando dialectos primigenios. Juegan entre verdes pastizales con rostros escondidos bajo máscaras de ojos tristes y bocas vacías. Escrupulosas ellas ocultan el verdadero nosotros con caras cuarto menguante y muecas enmohecidas. Rabia y dolor descolgándose de la telaraña, sin excesivos aspavientos. No tentad a la suerte así que dejar dormir a la araña durmiente.
Embrutecido golpeteo de nubes algodón balbuceando improperios que a modo de medusa transforman al personal en piedra maciza. Destellad ojos, marcad el camino que inexorable arrastre el fauno que cargamos dentro trocándolo en trasgo…
La mente humana como incógnita a despejar, estadio cuatro donde evolución y postulados crean marismas de aguas salinas. Lo sabemos perfectamente porque nada escapa del control del sino ni tampoco al férreo marcaje de vidas predestinadas.
Yo al igual que vos soy sabedor de ello y nada hice al respecto porque ¿para qué? Lo vi venir en línea recta, tuve tiempo justo para esconderme dentro de mis plegarias, enrollándome a lo brazo de gitano. Lo ilógico son sonajeros colgados del techo, inaccesibles al tiempo. Sus sonidos se diluyen entre líneas de luz que rompen la persiana. Gentes ignorantes, personas impersonales que dilapidan fortunas enteras para abruptamente agasajarse con milhojas andrajosas, permitiéndose la desfachatez de burlarse del infortunio foráneo.
Nada superficial parece estar integrado dentro de su propia seguridad. A un instante del fin de los tiempos se vuelca la realidad para sumergirnos en las mayores ciénegas personales. Ni copiosas lluvias invernales ni galernas salvajes podrán sanear una sociedad podrida desde la raíz. Cernidillo nocturno prístino, disgregado en capas de monóxido de carbono, tan consistente en la madrugada estrellada como debilitado al acaparo del amanecer.
Somos humanos hasta donde sabemos serlo o hasta donde las poderosas energías cósmicas permiten que lo seamos. Cebo en el anzuelo, boca del pez, malaventura y muerte en el sedal. Hierro del arriero hecho a fuerza de golpe de martillo, ruidos que sesgan tranquilidades intempestivas devolviendo olor, color y sabor al ayer. El mismo lastrado tras doblar mal la esquina. Fugitivos de la verdad huyendo de serviles mentiras; siervo de deidades extintas y forajido de arma en mano y chapa en el pecho.
Castiga el látigo farfullando de canto y perfil nombres propios y minúsculos. Velada entre paredes indivisibles que repudian la luz artificial. Voces viriles en proclama de la llegada del nuevo orden mundial y con él el anticristo caminando al libre albedrío. Sacará punta a su mitad cabra pues su otra mitad no es más que carne al peso. Desvestirán un santo con pezuñas en lugar de pies para vestirlo a él, pies ocupando lo que debieran ser pezuñas…
Extremófilos meditabundos, grandes y pequeños, zarandeándose entre salinas de salmuera ¡viven en condiciones imposibles! Mi respeto y admiración. He aquí que las cabezas ansían la verdadera máquina voladora pero los corazones abrazan una segunda hipótesis: solamente imaginación para hacerla volar. Por ende alguien juró haberla visto estrellarse en las montañas.
No seré mente vana ni pájaro espino de esquivo planeo rasante. No sumaré a mi carcaj flechas para atravesar mártires voluntariosos. No menguaré el padrenuestro de cien extasiadas almas de Dios hallándose liberadas de cualquier miseria pecaminosa. Ya conocerán de cerca el verbo pecar y su lasciva conjugación…
Nuestra mente humana, pobrecita, abandonada en el interior de una batidora llena de clavos y dándole vueltas a su emancipado ego epicúreo. Incluso observándolo en danza de juegos estroboscópicos dará igual hoy que ayer o mañana que ahora mismo.
Las campanas tañen ronquidos díscolos, abrazos no consentidos. Noticias en Morse metálico resonando dentro de seseras y por fuera también. Acudan fieles, por favor acudan en mi auxilio porque desde anoche he perdido la fe, he debido dejarla en el bolsillo del pantalón mas no la encuentro por haberlos cambiado…
En tal disyuntiva, afirmativo, nos hemos creído reyes de papel en la republica y vesánico imán en el Vaticano. Derredor bizarrísimo axioma, frondosa inquietud al pie, arrastrando etéreas cadenas de pétalos, nácar y bilis. Y no seré yo quien confronte a los cuatro vientos tal aseveración. Nácar para escurrirse desde lo alto de pedestales linóleos, pétalos bienaventurados sin ventura en moliendas dominicales y bilis leguminosa, densa, acechando desde las entrañas, amenazando con proyectarse al exterior.
Sombras atrapadas en pantallas de red jactándose de cuanto ven. Causa y parte, juez y verdugo, trepas vividores, crápulas de la noche y apostatas del día. Seres humanos deshumanizados, satisfechos por su categoría falsaria. Sea por altivez recóndita o por el botón suelto del ojal, ni rasgando vestiduras hallaran paz.
El ocaso aporrea ponzoñoso desde su laberinto, gesticulando al que quiera escucharlo. Son o tal vez puedan ser incongruencias recalentadas en fogones de acero y fuego. Despotrica defenestrado por sendas de lecturas empíricas sin conexión a la red. Retórica sibilina consumida en leños crepitando para asustar cualquier mínimo abrazo invernal.