Samuel suspiró con pesadez al ver a lo lejos a su amor platónico. Sus dos incondicionales amigos, cuyos nombres eran Roberto y Fernanda, lo miraron con una mezcla de angustia y lástima, pues su amor de la infancia, Rosa, parecía un ser de otro planeta que no advertía a la gente a su alrededor.
—¿Piensas mirar toda tu vida a Rosa? —Preguntó Roberto.
—¿Y seguir esperando a que te haga caso? —Secundó Fernanda.
—Ya, amigo, olvídala, te has perdido de la oportunidad de tener novia solo por esa chica que ni siquiera te voltea a ver.
Samuel frunció el entrecejo pero en seguida una expresión de amabilidad sustituyó ese gesto.
—Bueno, bien dicen que el que persevera, alcanza.
—Pero no te pases, Samuel, tú ni le hablas. Es más, ella no le habla a nadie —advirtió Fernanda—. A veces es mejor buscar más opciones.
Roberto comenzó a burlarse, diciendo que Fernanda solo quería que Samuel se fijara en ella.
—¡Claro que no, tonto! —La chica le dio un leve puñetazo en el hombro, hecho que aumentó aún más las risas de su amigo.
Ambos chicos dejaron de discutir al oír una voz chillona y potente dirigirse hacia ellos.
—¡SAMUEEEEEEEEEL! —Gritó la dueña de la voz, Rebeca, una chica bonita, bajita, de cabello largo y rojizo, y algunas pecas adornando su bien cuidada piel blanca. A pesar de que llevaba puesto el uniforme y, según Fernanda, ese atuendo hacía ver mal a cualquiera que lo llevase puesto, Rebeca podía lucirlo con estilo. Era una ventaja innata, ella podía verse bien con cualquier cosa que llevara puesta.
Samuel volteó hacia Rebeca, mirándola con sus potentes ojos azul claro y le sonrió.
—Hola, Rebeca.
Ambos chicos se saludaron de beso. Después comenzaron a platicar y Samuel no pudo pasar desapercibido el hecho de que la chica comenzó a coquetearle. A pesar de que se conocían desde la niñez, hacía algunos meses Rebeca se fijó en él, llegando al punto de que no había día en que no fuera a saludarlo y hacerle plática. Aunque Samuel quería mucho a Rebeca y sus amigos insistían en que saliera con ella para olvidarse de Rosa, él nunca quiso hacerlo, no deseaba jugar con los sentimientos de nadie, mucho menos con los de una amiga de la infancia, ni tampoco quería estar con otra persona que no fuera su amor desde siempre.
Después de que su conversación vaciló un poco y Rebeca se dio cuenta de que se hacía tarde para ir a clase; maldijo en su mente el hecho de no haber tocado en el mismo salón del chico, pues eso significaba no tenerlo cerca mucho tiempo y que otras chicas trataran de coquetearle sin que ella se diera cuenta. Un punto a su favor era que Rosa tampoco estaba el aula de Samuel, así podía vigilarla pero, según ella, un punto en su contra era ver que el chico era muy unido a su mejor amiga Fernanda, así que aunque siempre que la veía le sonreía con hipocresía, también le echaba miradas significativas, como queriéndole decir: «que te quede claro que solo eres su amiga, ¿eh?». Fernanda reía mentalmente por eso. Rebeca sonrió un poco.
—Es tarde, debo ir a clases —comentó.
—Sí, nos vemos luego, salúdame a Javier.
—Va.
De nuevo sonrió, se dio la media vuelta, volvió a voltear hacia Samuel, le dio un beso en la comisura de los labios y salió corriendo. El chico se ruborizó visiblemente, y Fernanda y Roberto estallaron en carcajadas.
—Nuestra Rebequita anda más avivada que de costumbre —dijo Roberto burlón.
—¿Por qué no le dices que sí y ya?
—N-no, y-yo… ¡Ya cálmense!
Ambos chicos volvieron a reír. Se apresuraron para entrar al salón y el maestro les dedicó una mirada reprobatoria cuando llegaron solo por el simple hecho de que él ya se encontraba allí. Tomaron sus asientos en silencio y el catedrático comenzó a dar su clase.
La hora pasó con lentitud y todo empeoró para la mayoría de los alumnos cuando terminó, no solo porque la siguiente clase que les tocaba era matemáticas, sino que, para acabarla, el profesor que impartía esa materia era muy estricto y gruñón. Antes de que llegara el catedrático, se apareció la prefecta con una noticia que sorprendió a todos.
—Buenos días, alumnos.
—Buenos días —le respondieron.
—Quiero presentarles a Rogelio Solís, su nuevo compañero… Pasa, no seas tímido.
El chico entró y todos se quedaron impresionados al verlo. Él era, de cierta forma, atractivo, tenía el pelo algo desaliñado y con algunas partes pintadas de verde, parecía ser fuerte físicamente, el semblante de su rostro era apático, tenía cara de pocos amigos y se notaba disgustado por estar ahí. Se cruzó de brazos, mirando al suelo y con el ceño fruncido.
—¿Les quieres decir algo a tus compañeros? —Preguntó la prefecta.
—No, gracias —respondió sin dejar de enfocar hacia abajo.
—Bueno, démosle una cálida bienvenida a Rogelio —expresó la mujer al notar que el chico en verdad estaba muy incómodo, pues no era común que casi a la mitad del curso ingresaran nuevos alumnos—. Puedes tomar asiento.
Rogelio levantó la mirada y su semblante cambió por completo al mirar a Samuel; levantó una ceja pero en seguida volvió a bajar la vista. Samuel también lo notó, su rostro le parecía familiar pero no recordaba haberlo visto antes, quizás solo se lo estaba imaginando, así que no prestó mucha atención a eso.