Amo de Todo

1. Jet privado

—Siempre odié la política—le confieso al presidente en cuanto nuestros labios se separan porque me ha besado. Aún su mano se aferra a mi nuca y puedo sentir el frío de su reloj de pulsera contra mi piel en llamas—, pero reconozco que es necesaria.

—Y yo siempre odié a los científicos sabiondos—me dice, riendo—, pero son necesarios.

—¿Y a las científicas también?—le pregunto, aún sonriendo contra su boca deliciosa que me sabe a menta, a perfume importado y también a lágrimas.

—A esas sobre todo, doctora Mercy.

Me muerdo el labio inferior y esta vez soy yo quien lo besa, atrayendo su boca a la mía, acomodándome en el enorme sillón detrás del escritorio ovalado en el jet privado donde estamos volando ahora mismo rumbo a una reunión que podría cambiar el curso de mi vida, la de él y de todo el mundo. ¿Es muy grande pensarlo en términos globales?

Ahora mismo, él es el amo de mi mundo.

Su boca sigue agolpada a la mía mientras sus manos se deslizan de mi cuello a mi cintura, metiéndose por debajo de mi guardapolvos blanco, encontrando mi camisa sedosa y sus dedos se aferran a mi cintura, empujándome por encima de la suya.

Creo que aún no estaba preparada para esto, pero los planes del universo son perfectos y llegó en el momento que tenía que llegar a mi vida, definitivamente.

Mis rodillas se afirman en la acolchada superficie del sillón a los costados de sus caderas y me agolpo a él mientras dura el beso. Sus manos grandes y firmes se deshacen de la tela blanca que recubre mis galardones de “científica” sin detener el beso que nos une.

Empuja mi cuerpo contra el suyo, mientras me embriago profundamente con su aliento y con su fascinante perfume importado.

—¿Está…está segura de lo que está haciendo…doctora?—me pregunta entre jadeos, mientras su respiración y la mía permiten un intersticio.

—Noventa por ciento segura—le digo—, pero la ciencia siempre tiene algún margen de error…por ínfimo que sea.

—Entonces ni la ciencia más exacta puede ser…garantía absoluta—sentencia, besando mi mentón y barba desciende por mi cuello, hasta hablarme al oído y el roce con el lóbulo de mi oreja izquierda me obliga a arquear la espalda, extasiada—. Espero no ser un error en sus cálculos, doctora.

Cuando se aparta de mí, quito una lágrima de sus ojos que aún le humedece la mirada y le aseguro:

—Puede que este sea el mayor de mis errores, señor Presidente. Pero los planes del universo son perfectos, siempre.

Frunce el entrecejo como si quisiera terminar de entender lo que le acabo de decir, pero no es necesario entenderlo todo.

No ahora.

No cuando el corazón es el que manda sobre la razón.

Vuelvo mi boca a la suya y me dejo llevar por sus manos que terminan por despojar lo que queda de tela y el avión sigue su curso camino a India, donde será la reunión más importante que he tenido hasta ahora en mi vida.

Siendo asesora presidencial.

Siendo la científica a la que los grandes líderes del mundo quieren acallar.

Llevando un secreto entre manos que debo ocultar para proteger mi embarazo, mi vida y, probablemente, el futuro en su totalidad.

Y sabiendo que el presidente Cruz puede que no pueda protegerme del todo jamás, pero ahora que lo tengo en mis brazos y en mi cuerpo de manera literal, no sé si es un auténtico amante o mi enemigo mortal.

 




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