Estoy furiosa y también desesperada.
Permanezco encerrada en uno de los despachos del hotel de lujo donde estamos quedados acá en India mientras ninguna figura está cerca, una caótica marcha de reporteros de todo el mundo desfila allá afuera y que quedado sin ninguno de los elementos para poder seguir investigando, además de que el laboratorio con todas mis cosas ha quedado allá en París, donde permanece mi equipo.
Consigo establecer contacto con Chloé, una de las científicas de mi confianza y le pido que hagamos una reunión de emergencia con Alice.
Conseguimos establecer una videollamada para dentro de media hora ya que Alice ha estado trabajando mucho y se encuentra en una siesta de minutos.
Comprendo que allá les estén explotando, de hecho, todos nosotros contamos con los dedos de ambas manos el total de horas que hemos podido descansar de corrido en los últimos días, específicamente desde que el gobierno nos reclutó.
Busco mi móvil y rastreo los archivos con los sonidos que pude grabar antes. En mi bolso doy con el único elemento que me traje. Mi diapasón.
Pruebo las notas de sonido, recreo las imágenes de las figuras en mi memoria accediendo a las imágenes, me vuelvo al mapa planisferio con el punto donde aparecerá la séptima, la cual ha de ser la última.
Todo está listo, mi suposición es correcta, tarde o temprano deberían comenzar a informar de su aparición, el mensaje permanece incompleto y van a cerrarlo.
Observo la marca que hice.
En Indonesia.
Mi equipo sostiene la tesis que son lugares de fe donde están apareciendo las figuras: fe vinculada a extrema necesidad, a situaciones vitales complejas o al dolor de un mundo entero sangrante que pide a gritos por su salvación.
Plip.
Un mensaje aparece en mi computador.
Es de Chloé.
“Estamos listas” decreta.
En cuanto les envío la invitación para conectar, ellas aparecen al otro lado de la pantalla. No es ni de cerca el semblante entusiasmado que tenían antes.
Deduzco que se encuentran en la oficina que usaba para redactar los informes allá en el Palacio de Elíseo.
—Hola, chicas—les digo, poniendo a funcionar la cafetera—. Veo que todos estamos iguales.
—Buen día, doctora. Vimos lo sucedido en India. ¿Se encuentra usted bien?—me pregunta Chloé y no estoy segura de a qué se refiere.
—¿Qué parte de todo lo que sucedió están hablando en particular?—le pregunto, con un millón de signos de interrogación en mi cabeza.
—El listado de propuestas. Esa cadena de mentiras.
—Hemos firmado confidencialidad sólida en todo—añade Alice, abriendo la boca por primera vez—. ¿Sabe lo frustrante que es esto?
Asiento.
Chloé suspira.
Su compañera sigue soltando sus reclamos, lo cual me hace pensar en que la pinta no es solo por agotamiento físico.
—Es decir, ¡toda una vida esperando por hacer algún aporte significativo, doctora, y nos hacen quedar como unas verdaderas inútiles! ¡A todos nosotros, de hecho! Trabajamos intensamente para que luego nos obliguen a cerrar la boca, quedase con la infomación y salir a decir lo que a ellos se les viene en gana.
—Alice…
—¡No sé qué sentido tiene! ¡Realmente creía que este hecho podría ser una oportunidad para que entiendan de la importancia de la ciencia!
—Alice, comprendo tu enojo, pero…
—¡Doctora, por todos los cielos, yo sabía que antes de venir hasta acá todo iba a ser una completa basura porque ni aún con señales enormes que decretan que algo grande se viene, consiguen dejar de un lado el absurdo ego y comportarse como seres humanos coherentes con algo de compasión por los otros!
—Alice, basta, por favor. Escúchame.
—Alice…—le habla también Chloé.
La ingeniera en sonido incorpora los codos sobre el escritorio, con sus manos se sostiene la cabeza y mira fijo hacia abajo mientras intenta mantener la calma. O, más bien, yo intento que ella mantenga la calma.
Una vez que tengo el espacio para hablar, intento ser sumamente cauta. No sé si en verdad están solas ellas ahí, tampoco sé hasta qué punto pueden estar vigilando nuestras comunicaciones o escuchando directamente esta conversación, pero de lo que sí estoy segura es que dejarse llevar por ese irascible comportamiento no hace más que ponerla en peligro.
—Chicas, escúchenme, por favor—insisto—: Estamos en medio de una posible guerra mundial, de hecho, nunca se deja de estar en guerra. Ya lo dijo Hobbes alguna vez “la política es la guerra por otros medios”, así que somos conscientes de que habrá quienes intenten ganar esta batalla y quienes la perderán. Nosotras tenemos una labor muy importante que es la de investigar, la de encontrar verdades. Otros tienen la misión de investigar. Lo que hagan con nuestros descubrimientos…
—Su misión es ensuciar la verdad o modificarla acorde a sus intereses y a sus estúpidas batallas—añade Alice.
Chloé intenta contenerla.
Yo le contesto:
—Sí, sabes que sí, puede que haya cambios, pero como en toda guerra, habrá quienes salgan perdiendo y si no se hace todo de la manera más pacífica y armoniosa posible, mucha gente pagará las consecuencias. Gente inocente. Nuestras propias familias.
—Por todos los cielos—. Chloé se lleva una mano a la frente como si el solo pensamiento de su familia en peligro fuese algo insoportable para ella.
Y sí, lo es.
Lo es para todos, así que me alegra que pueda recapacitar porque a mí misma me cuesta mucho poder llevar el asunto y lo que más quiero realmente es que mi hija o hijo nazca, que salga de manera ilesa en esto y pueda llevar a cabo una vida normal, feliz y plena.
—Nuestra misión es develar, mediante nuestra manera de hacer ciencia, la verdad. O aproximarnos a ella. Otros tienen la misión de gobernar, aunque eso pueda implicar medidas que nos permitan trabajar tranquilas hasta bien pueda salir a la luz el material, ¿sí? ¿Me explico?