Narrador omnisciente
El amor es eterno, si te sientes amada no existe la finitud. Jamás.
Amaia y Pablo están felices. Llevan tanto tiempo queriendo hacer este viaje que en cuanto el día ha comenzado, fueron conscientes de que este sería uno de los días más felices de sus vidas.
Una vez que salieron de la cama que vio brotar su amor por la mañana, tomaron sus maletas ya listas del día anterior (de hecho, de hace más de un día, al punto que tuvieron que deshacerla y rehacerla para sacar alguna prenda limpia) y salieron hasta el aeropuerto con destino a la escala que les llevaría a su viaje de ensueño.
Sevilla y de Sevilla a Barcelona, de ahí directo al destino en cuestión: Java Central.
Fotos, risas, alegría, amor en todas sus manifestaciones y hasta un intento de pedido de matrimonio.
En cuanto llegan al Borobudur e ingresan para recorrer los impresionantes relieves y las estatuas talladas en piedra, Pablo repasa en su cabeza el discurso que había estado preparando a lo largo de todos estos días en su oficina, revisó algunas propuestas en internet, pidió consejo a sus amigos y llegó a una conclusión: “El amor es eterno y así es como tú me haces sentir: amado, sin fin, con cada instante al filo de infinitud, porque ya lo dijo nuestra maestra espiritual que estudiamos alguna vez y nos trajo hasta este sagrado lugar de oración y meditación, Amaia. Quiero que te cases conmigo. Quiero que seamos eterno. Quiero seguir aprendiendo cada día de mí vida estando a tu lado.”
Dios, de solo pensarlo, las palabras se atropellan en su lengua contra el paladar y le invade una profunda sensación de armonía que pone en orden todos sus sentidos.
La ama con locura.
—¿Te sientes bien?—le pregunta Amaia mientras inician el recorrido con el guía que les lleva y contemplan los sectores donde algunos practicantes se dedican a la meditación.
“El amor es eterno…” repasa él en su mente.
—S-sí, cariño—le dice al oído—. ¿Quisieras…acompañarme un momento fuera?
Le señala uno de los frentes luego de que llegan a la cima del edificio
—Vamos.
“...y es así como tú me haces sentir” sigue profiriendo las palabras dentro de sí mismo como si fuese su plegaria personal.
Una vez que tienen delante la visual maravillosa del cordón montañoso sumido en el verde de los bosques y los parques que rodean el maravilloso monumento imponente en plena Indonesia con una capa de vapor neblinoso erigiéndose alrededor.
Pablo comienza a rebuscar en su bolsillo la cajita con el anillo de compromiso que tanto le costó esconder de Amaia y comienza a hablar con la intención de bajar luego su rodilla a la piedra tallada bajo sus pies.
—El amor es eterno—empieza.
—¿Sientes eso?—le pregunta ella, con un evidente gesto de extrañeza, observando todo alrededor.
Claramente sin haber captado lo que Pablo le dijo.
—¿Qué?
Sí.
Lo siente.
Ahora sí que lo siente.
Deja la cajita en su lugar y busca a su esposa para abrazarla con fuerza mientras sienten las vibraciones alrededor cada vez más fuerte como si estuviesen en medio de un temblor con toques un tanto eléctricos.
—¡Mira!
Amaia le señala a Pablo una extraña luz que comienza a abrirse paso entre las nubes, formando una extraña figura en el cielo.
—Ca…ra…jo…—farfulla Pablo, distinguiendo de inmediato de qué se trata.
—Por todos…los cielos…—suelta también Amaia, identificando de qué se trata, pero impactada porque jamás pensaron ninguno de los dos que este fenómeno les sucedería a ellos.
La séptima y última figura ya está aquí.