—Es broma, ¿verdad?
—No, Alba. No es broma. Esta noche vas a sobrevivir, ¿no te parece una noticia fabulosa?
Si está intentando parecer gracioso, no me resulta en gracia en absoluto. Su gesto incómodo se vuelve al mismo desdén de siempre, está claro que ni él mismo se siente del todo cómodo al hacerme parte de esta clase de eventos.
—Cruz, por favor—insisto—, dime que no es cierto lo que acabas de decirme, dime que no me harás presenciar una reunión con toda esa gente, a ti mismo te desagrada tener que hacer lo que haces, ¿por qué me obligas?
—Porque no tengo otra opción, Alba. ¿En serio no lo entiendes?
—¡Claro que lo entiendo! Por eso mismo soy consciente de que sí ha de haber otras alternativas mucho más demo… más viables.
Carajo, iba a decir “democráticas” pero justo esa palabra no aplica a esta situación en este momento.
Lo que comúnmente se llama como “democracia” es un sistema que rinde utilidad a sectores de poder que llevan los hilos de ciertos títeres, nunca ninguno de ellos dará la cara y en esta cercanía acabo de comprender que estoy siendo vigilada constantemente por esa diminuta porción de gente que domina todo lo demás que existe y permanecen en el anonimato lo cual es la clave para sostener su legítimo poder.
Nadie sabe que existen, pero ellos saben y mantienen el control desde las sombras digitando el devenir de todos.
Parece una película de ciencia ficción, pero cualquier opción de un futuro imaginable se derrumbó el día en que aparecieron unos aparatos que nos permitieron comunicarnos a través de puentes invisibles, ni hablar de figuras estelares que nada tienen que ver con la mano del hombre tal como esta gente piensa hacer creer.
—No sirve de mucho que te lo explique ahora, pero más temprano que tarde lo entenderás—me promete, lo cual no me atribuye calma.
—Claro, una vez que me hayan lavado el cerebro.
—¿Acaso eso existe en una persona como tu?
—No lo creo, por eso eliminan a las personas que son como yo.
—Tu eres hábil, por eso no pondrías en peligro a tu hija. Por eso me dijiste todo lo que me dijiste a mí y no a otros. Sino, hubieras hablado con la reportera.
—Esa falsa reportera.
Una ligera sonrisa se curva en su rostro y me carga de indignación que termine por corroborar la más terrible de mis teorías.
¡Cielo santo!
—¡Fue todo un engaño! ¡Esa reporta de The New Yorker no existe, no era real, jamás pretendió hacerme esa nota!
—Te puso un precio y no te vendiste, los Líderes Secretos te quieren de su lado.
Se me pone la carne de gallina al notar la relevancia de su confesión.
—Ellos creen que yo puedo… Puedo aportar algo que… Su equipo no está haciendo en la actualidad—declaro.
No contesta.
Lo cual otorga razón a mi teoría.
Entonces esta gente que maneja a los políticos a gusto y disgusto, que genera esa vil mentira de grietas democráticas y que mantiene a la humanidad comiendo palomitas mientras miran un show proyectado en un techo o en la pared, realmente piensan que tengo algo para dar que no han descubierto hasta el momento.
O si lo han descubierto.
Y quieren de mi ayuda para potenciarlo.
Esta segunda opción me parece más lógica.
—Te quedaste en silencio y ahora comienzas a entenderlo, Alba—declara Cruz.
Sigo atando cabos hasta descubrirlo… Ciencia. Mi pasión por la ciencia me hace negociar con estas personas.
Me harán parte de un segmento de investigadores que no pueden salir a la luz a cambio de que yo pueda ser parte de hallazgos reveladores, podré conocer parte de sus grandes archivos sellados a cal y canto, podré descubrir otros nuevos, podré acceder a descubrimientos clasificados.
Lo peor de todo es que no sé hasta qué punto realmente me pone en peligro al igual que a mi bebé, o bien, me vuelve a mí peligrosa.
Me entregan un antifaz antes de ingresar, lo hace un equipo de guardias de seguridad que se acercan al auto quienes nos entregan por ventanilla el material y pasamos por una luz fluorescente similar al TAG lo cual advierto que ha de ser la misma tecnología con la cual se controla el tránsito, pero para controlar a los invitados a la fiesta, acompañantes y elementos que carguen encima.
Luego de aparcar, salimos y en un vestíbulo donde algunas personas fuman puros y de esos cigarrillos largos que solo había visto antes en las películas, percibo el peso de las miradas y le advierto a mi compañero que tengo ciertas necesidades, antes de que me obliguen a entrar al lugar desde el cual no se percibe un ápice de ruido, a excepción de cuando las puertas se abren, hay mucho bullicio y ¿música clásica? Algo así, tiene fusión con ese nuevo estilo de electrónica “chill” que escuchan hoy en las fiestas comunes de clase alta.
—Necesito ir al baño—le digo a Cruz—, debo retocarme el maquillaje, quiero ver mi aspecto antes de entrar ahí.
—Claro que puedes y me alegra que quieras mantener un buen aspecto en tu primera vez, pero te pido que por favor, no intentas nada. Nos tienen completamente vigilados, Alba.
¿Nos vigilan también en este susurro que él me está arrojando dicha advertencia?
Una vez que se aparta, mis labios le arrojan dos palabras que me cuesta incluso a mí terminar de creerme:
—Lo prometo.
Y me voy con un segurata pisándome los talones.