La vista en este hotel es maravillosa.
Permanecemos en las afueras de París, mientras todos continúan viviendo su propia revolución, con el Presidente de nuestro país y jefe del poderoso Comité que pone en marcha la Agenda 2030, nosotros nos hospedamos esta noche en un hotel de lujo para pasar mañana a la siguiente fase de nuestra rutina.
Una vez que el coche aparca en los estacionamientos exclusivos del hotel cinco estrellas, descendemos y nos asignan habitación lo cual me llama poderosamente la atención.
—¿En serio una habitación?—pregunto.
—¿Acaso quisieras levantar más sospechas?
—Dime que no está registrada a tu nombre ni el mío.
—Siempre siendo tan inteligente, doctora Mercy—asegura él mientras nos metemos en un amplio ascensor con música de Mozart sonando de fondo. La reconocería en cualquier parte, de ello no me cabe duda.
Dicen que Mozart, Chopin y Beethoven fueron de los primeros artistas en emplear notas sagradas para su composición musical y por ello formaron armonías tan trascendentales como consiguieron que fuese.
Una vez que llegamos al piso que nos asignaron, Cruz abre la puerta con una aplicación en el móvil. Se destraba en cuanto escanea una línea negra sobre la manija y esto me hace pensar en ciencia ficción ya que lo máximo que había visto antes era que desbloqueaban las puertas con tarjetas magnéticas, pero esto ya es mucho.
En cuanto la pesada puerta se abre, descubro una sala hermosa, con un juego de sillones que se ven sumamente tentadores de esos que quisieras tener en casa para arrojarte cada noche a leer libro o ver series, cocina propia, máquina expendedora de café, una nevera que imagino debe de contar con buen equipamento y una cama inmensa detrás de una separación vidriada con cromado.
—Madre mía—declaro al ver la cama.
Luego observo el enorme ventanal que tenemos delante y Vicente Cruz me toma de la mano para acercarme a éste y así observar la vista magnífica a las colinas negras con un detalle que no pasa desapercibido en absoluto.
El resplandor sobre la Torre Eiffel se observa desde acá también, lo mismo respecto de la casa que aún conserva sus luces titilantes encendidas, aunque de modo más tenue que cuando llegamos a la fiesta.
—Vivimos en un mundo hermoso, ¿no crees?—me pregunta él, desde atrás, bordeando con sus brazos mi cintura y estrechándome contra su cuerpo.
Su barba incipiente me acaricia el cuello desnudo al tiempo que una de sus manos se aleja de mi cintura con objeto de despejarme uno de los hombros con mi cabello hacia el costado opuesto.
Mi piel se eriza al sentirle tan cerca con el aroma exquisito de su perfume caro con notas de whisky que me embriaga metiéndose en mi nariz e inundando por completo mi interior.
—Sí, lo creo, señor presidente—dejo escapar las palabras de mis labios entre jadeos. Tantas emociones juntas en una misma noche definitivamente me van a afectar, es compleja la vida para una persona que tiene este estilo de vida.
—Te ves hermosa esta noche, moría de ganas por estar así contigo a cada minuto en esa cena de hoy.
—Mantuvo bien la compostura, señor.
—Si tu quieres, estoy a tiempo de perderla también.
Su miembro viril se afirma contra mi cintura y el corazón se me eleva hasta la garganta. Siento mi respiración entrecortarse y me giro a él para encontrarlo cara a cara y sus manos me atrapan por el mentón, atrayéndome a su boca deliciosa que sabe a menta y champaña. Deduzco que la mía también ya que ambos hemos bebido hoy.
Una vez que sus labios deliciosos y su sentido elocuente terminan por poseerme, me aparto de él mordiéndome el labio inferior y le hablo entre jadeos, con mi frente pegada a la suya:
—Debería odiarte…
—No lo hagas. No lo merecemos ninguno de los dos, mejor bésame y permíteme hacerte el amor, Alba.
—Puedo con ambas, señor presidente.
—Es usted muy eficiente, doctora.
Dicho esto, atrae nuevamente mi boca a la suya y esta vez el beso me sabe a voracidad, a deseo, a ansia absoluta.
Su tacto enciende mi piel como si le arrojase una cubeta con gasolina.
Mi cuerpo responde a su cercanía con una intensidad magnífica.
Estoy a punto de estallar entre la ola de sensaciones cuando me deja con el vestido desprendido en la cama, va hasta el minibar, saca dos copas, abre una costosa botella de vino y me ofrece.
—¿Un motivo para brindar?—le pregunto mientras me pasa la mía.
—Que si se acaba el mundo esta noche, me atrape haciendo el amor contigo—determina con una sonrisa en sus labios.
—No será bueno para mi bebé seguir con tanta bebida—declaro, cayendo en la cuenta de que no estoy tomando en consideración las medidas adecuadas.
Entonces él me muestra la etiqueta.
—Es bebida apta, descuida. También lo era la champaña que bebimos.
—Está en todo, señor presidente.
—Espero ser suficiente. ¿Su motivo para brindar, doctora?
La idea surge de inmediato en mi cabeza como en un chispazo y lo digo sin dudarlo:
—Que el mundo aún no se acaba.
Esta vez una nueva sonrisa aparece en su semblante y ambas copas se encuentran.
—Salud—convenimos a la vez.
Y brindamos.
El alcohol consigue ya hacerme elevar a una deriva alta.
La intensidad de la situación sigue y sigue luego de que deja ambas copas en la mesita de noche al costado y termina por deshacerse de mi vestido al igual que yo le ayudo con su vestimenta.
Nos metemos bajo las sábanas y resulta en una noche maravillosa hasta que nos quedamos dormidos y sueño.
Sueño con el fin del mundo.
Sueño con una economía que se desploma.
Sueño con un caos civil en todas las ciudades.
Sueño con guerras e inocentes muriendo por doquier.
Sueño con falta de recursos.
Sueño con asesinatos a funcionarios.