—El acceso es altamente confidencial y exclusivo. Es un crimen penado de manera internacional y se puede ajustar a la pena de muerte de algunas naciones violar el secreto profesional, ¿entiende eso, doctora? Además de los conflictos diplomáticos que podría involucrar.
Me quedo de piedra al escuchar que podrían matarme si llego a ser inculpada de algo o a violar las normativas que involcuran el trabajo confidencial en los Laboratorios de Grinberg. Nadie sabe de ellos, he tratado de buscar algo al respecto en internet sin dar con nada consistente que me pueda ampliar el panorama.
Se encuentra en una base militar de París y hay más de estos funcionando en diferentes sectores de naciones poderosas que han firmado el convenio del Comité que lleva adelante la Agenda y probablemente siga siendo así por más tiempo, lo cual no exime a Francia de que otros tomen decisiones sobre mí en caso de ser necesario.
Es aterrador de solo hacerme la idea.
Hoy Cruz ha tenido que viajar a Bagdad para una presentación diplomática a raíz de los conflictos ocasionados por la vil mentira que implica eso del “accidente astronómico” y llevo todo el día preocupada por ese asunto.
Irak no es uno de los países cuyo gobierno esté teniendo participación activa en estos tratados, no hasta donde yo sé, pero tampoco conozco cómo están llevando adelante los procesos de diálogo entre los Líderes Mundiales, ya que son puntos de conversación e intereses que responden a distintas maneras de gobernar y hay puntos de encuentros que les permite mantener el orden, pero no implica desestimar una falta a esos acuerdos en cualquier instante.
Algo parecido a que se me está haciendo firmar ahora.
—Francia abolió hace tiempo la pena de muerte—le aseguro al abogado.
—Son las reglas del Comité de Naciones que trabaja por el futuro de un planeta mejor donde vivir.
“Un planeta mejor”, ja, ¿cuántas atrocidades se han cometido hasta ahora para salvar a nuestro planeta?
Claro, en el nombre de toda la humanidad, como si toda la humanidad estuviese al pendiente de las decisiones que toman y autodenominados para el rol representativo en un sistema democrático que, en resumidas cuentas, es solo el mayor juego de poder y apariencias que haya revestido a la población entera en las últimas décadas o siglos..
—Comprendo—le digo—. ¿Dónde firmo?
Accedo.
La firma es también con mi huella digital, foto y un vídeo donde debo prestar consentimiento expreso con detalle y codificación de que no es un escaneo manipulado con tecnología de CGI, todo para decirles “sí, pueden matarme, si yo revelo algo que no debía o si hago algo mal, les dejo que me metan cianuro en las venas”.
—Bien, doctora. Felicidades. Bienvenida, el mundo entero le agradece.
Al terminar de firmar, soy conducida a la base militar donde funciona el laboratorio correspondiente a Francia.
Está blindado su acceso y toda oportunidad de andar.
Me deja con un gran disgusto, pero comprendo que así es como debe ser, no hay otra, no quiero ser como los “Líderes Secretos” que sostienen su poder en la medida que viven en las sombras porque no conocen un manera legítima de gobernar sin que la población entera les quiera arrancar la cabeza por tomar decisiones que no compete sino a ellos mismos.
Está claro que no lideran por moción humanitaria, la toma de decisiones es para sostener su legitimidad.
Pero una vez que estoy dentro, se me olvida toda la furia y la frustración que me ocasiona. El primer nivel con el que trabajan es asombroso, todo es increíble, el nivel de tecnología, las pantallas, los espacios de ensayo controlado, me siento como un niño en una juguetería.
—¡Anthony!
¿Y él?
Uno de los soldados que me ha acompañado a este submundo, advierte a uno de los doctores que estoy acá.
En cuanto se vuelve a mí, se adelanta y me sonríe.
Yo lo conozco.
Es el matemático que estuvo antes en nuestro equipo del laboratorio, siempre sostenía argumentos para poner en duda mis hipótesis y eso no me ayudaba más que a contrastar la realidad de mis teorías.
—Doctora Mercy—dice al verme. Sube unos escalones y me acompaña al enorme laboratorio donde se está trabajando de manera asidua. Hay pantallas enormes que descomponen las figuras y se oye que en algún lado están practicando con las notas sagradas la emulación de las vibraciones, se siente.
Es difícil definirlo, pero en el cuerpo a nivel general, puedo sentir las notas sagradas vibrando con la misma intensidad que aquel día que huí hasta el Palacio de Elíseo y quedé bajo el magnetismo de la figura.
—Anthony, ¿eres parte del equipo?
—Le mostraré el lugar y su rol.
—Tú… Tú eras… Un espía.
—Doctora, esa clase de vocabulario genera conflicto y acá no es admisible el conflicto. Por favor, acompáñeme. Hay reglas que respetar.
Trago grueso.
Conflicto.
Las chicas nunca estuvieron de acuerdo con lo que estaba pasando, yo misma las involucré y les di injerencia porque tenían talento, pero estaban furiosas con la situación.
Me cae una gota de sudor frío por la espalda mientras pienso hasta llegar a una conclusión al respecto que me deja horrorizada:
—¿Dónde están? Chloè y Alice. Son dos valores inmensos a la investigaciones.
—Descuide, doctora. Ellas ya no son una molestia para nuestro trabajo y le sugiero tampoco mencionar nombres propios en este lugar.
Si antes me sentía horrorizada, esta vez es peor porque lo acabo de corroborar.
Han asesinado a mis colegas.