—Usted y yo tenemos algo que discutir es mucho más importante que la vida del mismísimo presidente del Comité que perfila nuestras vidas en esta década de cara a las siguientes—mi voz intenta ser firme ante Hassan Kazem quien está ahora mismo del otro lado de la mesa en la casita de mala muerte donde hemos venido a parar en medio del desierto.
Jamás creí que terminaría en un lugar como este y no lo digo descartando la posibilidad de que podría visitar países de Oriente Medio ni mucho menos con ánimos de ofender los credos o conflictos que sostengan entre los diferentes sectores que deben convivir en estos lugares. Aunque claro que, desde mi posición, siempre estaré de lado de las víctimas inocentes que deben pagar por algunos que no ven una solución posible en dialogar.
El libro lleva puesto un turbante, tiene gafas, barba y es aún más intimidante en persona que en videoconferencia.
Luego de negociar la liberación de Cruz, su gente y el cadáver del funcionario ejecutado, quedo a solas con Kazem, para ello le tuve que entregar los códigos de cifrado que ocultan las figuras en el cielo.
—Algo más importante que el títere más grande que jamás se haya podido crear. Sí, lo crear, bajo una elección absolutamente impuesta.
—Sé que…el Comité nunca fue democrático.
—La democracia misma no es democrática, solo sostiene en el poder a los mismos hijos de perra que se sostienen ocultos. Y tú te conviertes, poco a poco, en otro títere visible.
—Yo sé muy bien de mi trabajo y soy científica.
—Si pones la cara en el nombre de la ciencia, lamento comunicarte que no eres la gallina de los huevos de oro que han de tener en sus laboratorios.
Mis labios forman una fina línea.
Siempre lo tuve en consideración, pero no tengo un manera de probarlo, a menos que indague en cada laboratorio del mundo para encontrar al secreto mejor guardado de los gobiernos.
Como tampoco, seguramente, el laboratorio en el que yo estoy ha de ser el mejor. No meterían a trabajar ahí a una “cara visible” como dice Hassan si ello le expone, ¿no es lo que planearon hacer en un primer momento conmigo? ¿Hacerme pasar por loca para que nadie estime lo que tenía para decir?
Claro que sucede ahora algo diferente. Mantuve la compostura, la discreción y fui premiada por ello, como hubiese sido vilmente castigada una vez que haya pasado a formar parte del catálogo de personas que o importan porque están fuera del discurso lógico de la humanidad. El discurso que ellos mismos toman a cargo construir.
Los líderes secretos también determinan lo que es, en cierto modo la coherencia de la razón que orienta a los neuróticos y determina quién está fuera de esa realidad, más allá de las afecciones que implican padecimiento biológico.
—Hassan, tienes razón—murmuro—, necesito trabajar contigo en algo. Te entregué lo que pediste, accedí a que me escolte tu gente completamente sola y sin apoyos a un lugar inhóspito en medio del desierto, no estaría acá si no considerase que tenemos algo importante en común que es útil.
—Van a destruirnos, no les importa la humanidad.
—¿A ti sí?
—Actuamos en nuestra defensa.
—La base lunar. ¿Qué es?
—...
—Hassan.
—¿Tú qué me entregas?
—Te entregué un código por el que muchos pagarían miles de millones.
—Que de nada servirán cuando estemos todos muertos.
—¿A qué te refieres?
—¿Tú qué me entregas a cambio?
Carajo. ¿Qué más tengo?
—¿Qué es lo que quieres? Lo que pueda entregarte será a condición de seguir trabajando, investigando y llegando a nuevas conclusiones.
—No podrás hacerlo con ellos.
—¿Qué?
Dos personas entran a la casita de mala muerte donde estamos encerrados. Hace calor, pero el sol va bajando y disminuye también la luminosidad en el interior.
—No podrás seguir investigando, ellos te mantendrán callada. No podrás acceder a lo que realmente importa porque no vieron la joya en ti que puedes llegar a implicar y decidieron darte un rol de títere y de apariencias vanas para luego colocarte como una mártir y ponerle tu nombre al aula magna de alguna universidad. Van a matarte en cuanto descubras más de lo que debes.
Las otras dos personas avanzan por los costados.
Mis sentidos de alerta se encienden.
Tengo miedo.
¿Qué piensan hacerme?
Debo escapar.
—No intentes huir—advierte Hassan—. Será mejor que te den por muerta antes de que ellos mismos sean quienes lo hagan.
—¡¿Qué?! Hassan, no…
—Cruz y ese par de inutiles jamás nos interesó. El blanco eras tú.
Me vuelvo para empezar a correr desde donde entré, pero una bolsa de tela negra me cubre el rostro y dentro huele espantoso.
El hedor parece golpearme con fuerza en la cabeza directamente desde adentro del cráneo y todo se sumerge en la más brutal oscuridad.