Amo de Todo

23. Amo del Mal

 

La bolsa en mi cabeza mantiene todo en la nada absoluta. La diferencia, es que no se trata de la misma bolsa con la que me drogaron sino que esta es de tela y permite que pueda respirar a través de ella, aunque claro que no sería exactamente la manera de respirar que elegiría para poner en práctica una técnica de meditación.

El corazón late con fuerza en mi pecho cual martillo empujando ferozmente por querer salir al exterior.

Alrededor percibo algunos idiomas en los que hablan: francés, inglés, español y hebrero. ¿Cómo identifico el hebrero? Las situaciones de la vida últimamente me han entrenado el oído lo suficiente.

Siento adrenalina, ira, emoción, sentimientos encontrados de todo tipo en mi interior, incluso indignación, pero podría jurar que no tengo miedo.

Por primera vez, no tengo miedo desde que empecé a involucrarme en estos sectores, juzgaría que el hecho de haberlo visto todo ya me hace saber que no tengo nada a lo cual seguir teniendo miedo. No más.

Me pasan de una camioneta para subir luego a un helicóptero, uno muy diferente al que conocí alguna vez en mis registros de vida o los jet privados del gobierno, este es uno de guerra, lo descubro ya que los asientos son diferentes y los armamentos incluyen espacios listos para salir al ataque.

Me siguen trasladando de un espacio a otro hasta que aterrizan ¿dónde? No lo sé. Pero me meten en una furgoneta donde me guardan en la parte trasera y suben otras personas, diferentes a las que me trasladaron antes.

Acto seguido me sacan la bolsa negra y descubro que afuera ya es de noche. Un termo con agua fresca se sacude delante de mí, chorreando gotitas sobre mis piernas.

—Bebe algo.

Parpadeo, intentando acomodar mi campo visual a lo que tengo alrededor.

Miro las chapas, el frente enrejado que separa la furgoneta del lugar de conductor y también al hombre que sacude el agua delante de mis ojos. Viene acompañado de dos mujeres, los tres armados hasta los dientes y tienen toda la pinta de parecer soldados, pero no con armamento listo para la guerra sino con atuendos y arsenal que tiene toda la pinta de ser robado.

Mis manos están esposadas sobre mi regazo y mis tobillos anclados a un grillete contra el asiento de la furgoneta.

No sería difícil si quisiera sostenerle el termo  y sacudírselo contra el rostro, pero me temo que mi futuro no sería el mejor si accedo.

El tipo ha de rondar los cuarenta años, tiene barba, cicatrices visibles en el rostro y la nariz torcida como los boxeadores cuando pasaron por la anécdota de haber sido noqueados. Sus ojos negros son profundos y me obseran directamente.

—Insisto: bebe. Hace calor, hemos viajado durante horas y no has probado líquido alguno—sentencia con la voz firme.

—¿Cómo sé que no van a matarme?—le pregunto también en francés.

—Porque somos hermanos, después de todo.

Levanto una ceja, asqueada:

—Seremos franceses los dos, no tienes pinta de venir de Oriente Medio a final de cuentas, pero eso no nos hace hermanos.

—Colabora y será todo mucho más sencillo, Alba.

—Doctora—le corrige una de las mujeres que se mantiene amenazante con una metralleta en posición de guardia. La mujer ha de rondar los veinte, también muestra un aspecto rudo y sus rasgos me hacen pensar que tiene raíces tailandesas o cercanas—. Para nosotros, es la doctora Mercy, ¿okay?

—Si me dejan la vida, quizás algún día consiga mi doctorado—les suelo con indiferencia luego de darle un trago al agua fresca que pasa por mi tracto digestivo con un profundo agradecimiento. Acto seguido mi estómago ruge, recordándome que no he comido nada en absoluto.

—Eres mucho más que eso, eres una líder nata y la oportunidad de dejar de lado al imbécil del presidente Cruz. ¿Sabías que negoció con narcotraficantes que le solventaron la campaña política con la que ganó las elecciones?

—¿Qué? Un momento…

Miro en dirección a la chica de cabello rubio tomado hacia atrás y distingo de quién se trata. Trae puesta una máscara de gas que se quita, calculo que es quien me vino empujando luego de que pasamos por una ventisca terrible al salir de Bagdad. ¿Dónde? No lo sé

—Yo te conozco—le digo a la chica.

Se quita la máscara de gas y la piel se me eriza, pero no puedo evitar demostrar cierta alegría y alivio.

—¡Alice, eres tú!

—Así es, doctora. Qué placer volver a verla.

—¡Cielo santo, estás…! Un momento, ¿qué haces tú aquí? ¿Qué fue de Chloèe?

Su silencio me dice todo lo que necesito saber.

Alice nunca fue una científica del laboratorio, es parte de estos grupos guerrilleros  y consiguió infiltrarse. Pero Chloèe jamás lo fue. Por lo que no recibió protección y ahora está…

—La mataron—me contesta el tipo por fin—. Intentamos protegerla, pero confió en el bando equivocado y, probablemente, su familia nunca podrá encontrar su cadáver.

Trago grueso y agacho la mirada.

Mis ojos se humedecen.

¿Cruz con narcotraficantes?

¿Alice una rebelde?

¿Mi propia persona en disputa al borde de un conflicto diplomático con una guerra mundial en ciernes por culpa de unas benditas luces en el cielo?

—No… No…

—¿Doctora?

—Yo…

Creo que tendría que haber bebido más agua y comer algo, porque mi cabeza da cien trompos y caigo en un severo desmayo pensando en el rostro de Cruz, en sus labios llenos, sus ojos oceánicos y su voz gruesa jurándome que me va a proteger a mí y a mi hija.

Y yo, de estúpida, jugando mi vida para salvar la suya, creyendo en él.

—¡Doctora! ¡Tienen que reanima…!

Boom.

No más que eso.

Mi cabeza se apaga como si fuese un interruptor.

 




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